Entre 1994 y 2006, John Berger publicó una serie de artículos y crónicas, sobre todo en el diario La Jornada de México. La política global, la fotografía, los medios de comunicación y las guerras se suceden con vértigo en la mirada crítica y atenta del escritor inglés. Este volumen recopila esos ensayos que también van marcando una evolución sutil hacia la esperanza.
› Por Angel Berlanga
El bosque, el redescubrimiento de la pintura de Francis Bacon, la angurria armamentística y criminal de Estados Unidos en Medio Oriente, las búsquedas a través de la fotografía, las inmigraciones masivas que devienen del saqueo y la pobreza, la cultura del consumo, la explotación laboral, el polvo usado para un dibujo y las patas fuertes de un animal, los grandes medios de comunicación como embudo agobiante a favor de las corporaciones, los rasgos de una cara: todo se relaciona y cobra significado en estos textos de John Berger que retratan una época y sus esencias, rumbos y sentidos de la vida y de la muerte. Escritos publicados originalmente entre 1994 y 2006, la mayoría de ellos aparecieron en el diario La Jorna-da de México; hay un núcleo que se desprende del atentado contra las Torres Gemelas y sus derivaciones, el miedo, invasión a Irak, ataques terroristas a civiles en los subterráneos de Londres, la ciudad donde este artista, entre los hombres más lúcidos de este tiempo, nació en 1926. “Alguien pregunta: ¿sigues siendo marxista?”, anota al comienzo de “Diez comunicados. Dónde hallar nuestro lugar”. “Sí, entre otras muchas cosas, sigo siendo marxista”, responde al final de ese texto. Activista, dibujante, trabajador de la tierra, poeta: todo eso y sigue valiendo el “entre otras muchas cosas”. ¿Qué sería “nuestro lugar”?
Berger plantea que “el término clave del caos global actual es la dislocación, o la relocalización”, que esto excede a la práctica de mover la producción adondequiera que la mano de obra sea más barata y las regulaciones mínimas y que consigue también el objetivo de “minar el estatus y confianza de todos los lugares fijos previos, de tal manera que el mundo sea un solo mercado fluido”. Explotación intensiva, devastación de recursos naturales, triturado del tejido social: “Restaurar sentido alguno de lo cotidiano lleva generaciones”, escribe. Y también que la ilusión de “pertenencia” se genera a partir del consumo: “El consumidor es alguien que se siente perdido a menos que consuma –sostiene–. Las marcas y logotipos de las mercancías son el sitio que nombra esa ninguna parte”. El ninguneo de los sitios, a la vez, “genera una conciencia del tiempo extraña, por no tener precedente –escribe–. Continúa por siempre, ininterrumpido durante días y noches, las estaciones, el nacimiento y la muerte. Tan indiferente como el dinero. Aunque, siendo continuo, es brutalmente singular. Es el tiempo del presente guardado aparte del pasado y el futuro”.
El Muro: así define Berger a este período de la historia. Cuando cayó el de Berlín, sostiene, comenzaron a desplegarse los planes expresos de construir muros por todas partes. “De hormigón, burocráticos, de vigilancia, de seguridad, racistas –escribe–. Por todos lados los muros separan a los pobres desesperados de aquellos que –yendo contra la esperanza– confían en mantenerse relativamente ricos.”
Berger centra dos de estos ensayos-crónicas en la situación de Palestina: el agobio, el cercamiento, la represión y los retenes móviles como emblema palpable y cotidiano del muro. Ramala, por ejemplo, tras la Nakbah. “La Nakbah es la ‘catástrofe’ de 1948, cuando diez mil palestinos fueron asesinados y setecientos mil se vieron forzados a abandonar su país”, escribe. “Militarmente hablando –sostiene sobre Israel–, el Estado nacional de quienes sufrieran el peor genocidio en la historia se volvió fascista.” En el centro de esa ecuación, a nivel global, Bush, Cheney, Rumsfeld, a quienes Berger define como “una camarilla de fanáticos, ignorantes, hipócritas y despiadados conspiradores armados con B-52”.
Esos nombres y las fechas de estos textos de Berger arman una pregunta: ¿y ahora, hoy? Si la corriente inmediatista esboza eso como una falta, será útil volver a aquello del “tiempo digital”, el presente “guardado aparte del pasado y del futuro”. La novedad, la novedad. En su texto acerca de “la entereza ante los muros”, Berger escribe: “Las multitudes tienen respuestas a preguntas que nadie ha formulado aún, y la capacidad de sobrevivir a los muros”. Inevitable pensar, por ejemplo, en Egipto, en Túnez. “Las preguntas aún no se han planteado –sigue– porque hacerlo requiere palabras y conceptos que resuenen con la verdad, y los que se utilizan actualmente han quedado vacíos: Democracia, Libertad, Productividad, etcétera”.
Apunta Berger que casi todos los análisis de lo que sucede se presentan y estudian enmarcados en disciplinas diferenciadas: economía, política, comunicación, criminología, salud pública, educación. “En realidad cada uno de estos campos diferenciados se junta con otros para armar el ámbito real de lo vivido –indica–. Esto sucede en las vidas de la gente: sufre padecimientos clasificados en categorías separadas, pero los sufre simultánea e inextricablemente.” Estos textos enfrentan esa compartimentación y hacen pensar en un cubista libre que pinta con su escritura caras y cuerpos y perfiles de la humanidad, el pensamiento, el mundo.
La pobreza, el dolor y la muerte: otro núcleo en el libro, el efecto de lo que Berger llama la tiranía: “No es fácil atrapar la naturaleza de la tiranía porque la estructura de su poder (su rango va de las doscientas corporaciones multinacionales al Pentágono) se entrecruza y a la vez es difusa, dictatorial y sin embargo anónima, ubicua e inubicable. Tiraniza desde fuera de cuadro”. Berger pone a la vista sus mecanismos con diversos puntos de partida: desde La rabbia de Pasolini o de una exposición de Bacon en París, desde la mirada cuidadosa de tres fotógrafas (la venezolana Anabell Guerrero, la beduina Ahlam Shibli, la checoslovaca Jitka Hanzlová) o desde los versos de Nazim Hikmet. Con el correr de los años, en los textos fechados más acá en el tiempo, se vislumbran en la prosa de Berger vetas más alentadoras: de ahí el título del libro. “Se descubren nuevos métodos de resistencia –señala–. Al interior de la oposición creciente, la cooperación natural reemplaza la autoridad centralizada. En vez de obedecer, los rebeldes deben confiar más en sí mismos. La sociedad civil aprende las tácticas de guerrilla de la resistencia política y comienza a practicarlas.”
Cita a Edouard Glissant: “Para resistir la globalización no hay que negar la globalidad, sino imaginar que es la suma finita de todas las particularidades posibles y luego hacernos a la idea de que, mientras falte alguna particularidad, la globalidad no será lo que para nosotros debería ser”. “Estamos –dice Berger– estableciendo nuestros propios asideros, nombrando lugares, hallando poesía.”
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