Dom 27.02.2011
libros

Las cartas que llegaron

Se publica una recopilación de las cartas de Antonio Gramsci a sus hijos, escritas a cuentagotas en su largo encierro en prisión desde 1926 a 1937 como una forma de combatir el fantasma de la soledad más absoluta.

› Por Fernando Bogado

Escribir cartas: ¿Arte perdido? ¿En proceso de desaparición? ¿Arte? Si tenemos que hablar de una literatura epistolar, es claro que ella se construye sobre la desesperanza, la ansiedad de la respuesta, la luz de vela o la luz tenue y, por supuesto, la soledad. Toda esta serie de sentimientos pueblan la correspondencia que Antonio Gramsci mantuvo con sus hijos durante su largo encierro en la cárcel de Turi, de 1926 hasta 1937, cartas que ahora se encuentran recogidas en Cartas a sus hijos desde la cárcel.

Escuetas, cada una de las epístolas reclaman demasiado antes de abocarse a tal o cual suceso: si bien Gramsci había perdido contacto con su esposa, Julia Shucht, logró establecer un fuerte lazo con Tatiana, una de sus cuñadas, que tomó como tarea no sólo la protección de sus cuadernos luego del fallecimiento del pensador en 1937, sino también de mantenerlo al tanto durante su vida de las novedades en su proceso penal y de cualquier cosa que pueda relacionarse con su familia. El nivel de encierro que poseía este cerebro condenado a no pensar por lo menos por veinte años –tal la sentencia declarada en el momento de su condena– lo ponían al límite de cualquier comunicación con el exterior: concentrado quizá en temas banales, la idea de que la censura que pesaba sobre su escritura sea la causa principal de misivas tan espaciadas y concentradas no parece traída de los pelos.

Cartas a sus hijos desde la cárcel. Antonio Gramsci Losada 120 páginas

Pese a estos factores que no podemos dejar de tener en cuenta, asombra cómo el líder italiano tenía presentes en la memoria alguno de los temas que sus hijos comentaban en sus cartas: desde los animales de Delio, el mayor –quien transmite visiones de un mundo poblado por humanoides con forma de elefante–, hasta las visitas al mar de Julián, siempre con el instinto paterno de moldear sus personalidades, recomendando constancia y pidiéndoles que le detallen qué sucesos en la escuela les molestan o cómo va su particular desempeño en intereses como un dibujo o una lectura.

El excelente prólogo de la traductora, Marta Vasallo, permite poner en perspectiva tanto la labor teórica de Gramsci como el particular interés de estas cartas: insistiendo en la lectura que el comunismo argentino ha hecho de los famosos cuadernos de la cárcel, Vasallo vuelve también sobre la idea de entender la necesidad propia de cualquier ser humano de tener un contacto con su familia frustrada por el padecimiento de una condición física sumamente empeorada por la cárcel, encierro que llegaba a penosas limitaciones materiales a la hora de entender esta particular correspondencia: no sólo tenemos que hablar de censura, sino también de racionalización de material: recibía cada quince días un folio de 4 páginas para escribir cartas.

Callando padecimientos, pidiendo que le cuenten cualquier detalle de su vida cotidiana, Gramsci, en la cárcel, entre sus cuadernos y las cartas, no hacía otra cosa que lo mismo que cualquiera de nosotros en su situación haría, que cualquiera, frente al correo, hace cuando termina de enviar una carta al imposible destinatario: esperar en soledad.

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