Dom 29.12.2002
libros

RESEñAS

Política del naturalismo

Todos amamos el lenguaje
del pueblo
Susana Silvestre

Simurg
Buenos Aires, 2002
175 págs.

Por Pablo Pérez
Entrevistada por el periodista Osvaldo Quiroga cuando fue distribuido Todos amamos el lenguaje del pueblo, Susana Silvestre se pronunció a propósito de “Yo no quiero que a mi hijo le digan que es un piquetero”, uno de los seis cuentos incluidos en este libro, y dijo “Yo no soy una piquetera”, afirmación a la cual, para poder entenderla en su sentido más amplio, podríamos agregar: “Soy una escritora que encuentra en la literatura una forma de hacer militancia”. Es así como Susana Silvestre, que reconoce en Abelardo Castillo a su maestro, se inscribe en la literatura realista. También podríamos asociarla al naturalismo de Emile Zola, por uno de los procedimientos que utiliza y que consiste en escribir sus cuentos a partir de documentos tomados de la realidad.
“A los cincuenta años la señora Rony se estaba volviendo un poco aristocrática. Le iban aflorando unos sentimientos que no sabía que llevaba en el alma”, es el gran comienzo del primer relato, “Huérfanos”. Desde el golpe militar del ‘76, la señora Rony no pisaba el Comité Central del Partido Comunista. Vuelve después de muchos años, en ocasión del festejo del 80º aniversario del partido, y allí conoce a Ezequiel, que la invita a cenar: “Cenando descubrieron que los dos transcurrían desde un buen tiempo atrás sin amor, eran buena gente, coincidían en que había que hacer algo para que el país volviera a ser un país y tenían ganas de enamorarse de nuevo”. ¿Huérfanos del mundo? ¿Huérfanos del Partido Comunista?
Durante el brindis del festejo, la Señora Rony recordaba su decepción al haber llegado al Obelisco con su marido y una pareja amiga, por orden del Partido, para resistir el golpe de Estado el 23 de marzo de 1976 y no haber encontrado a nadie. Fue Ezequiel quien le confirmó que aquella tarde el Partido había dado la contraorden. Aquella tarde del 23 de marzo es contada con lujo de detalles. Descripto con igual rigor encontraremos, en “Yo no quiero que digan que mi hijo es un piquetero”, el trayecto en colectivo desde Primera Junta hasta La Matanza de una escritora que va a presenciar la Segunda Asamblea Nacional de Piqueteros. “Soy ajena, forastera y blanca, llevo un libro de Beatriz Guido en la cartera, se me nota que no soy una desocupada y sin duda no tengo aspecto de andar cortando rutas.” Ya sentada en el congreso de los piqueteros, entre discurso y discurso, la escritora, nacida también en San Justo, Partido de la Matanza, recuerda su infancia en la pobreza. Tras el embargo de la casa paterna, la escritora recuerda que habían ido a vivir a un barrio construido por el Banco Hipotecario para erradicar una villa: “No necesitábamos proveernos de casi ningún tipo de amoblamiento. En el centro de la habitación había una mesa, de cemento, claro, con una enorme pata rugosa hundida en el piso”.
Resulta imposible enumerar los grandes momentos que encontramos en este libro de Susana Silvestre. Su estilo austero, objetivo, sin mayores pretensiones que la de acercarnos nuestra realidad tamizada por un punto de vista milimétrico y sensible a la vez, parece poner en cuestión la idea del arte por el arte, en favor de una literatura que, lejos del discurso panfletario, manifiesta un auténtico compromiso por una realidad mejor.

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