Dom 29.12.2002
libros

El extranjero: John Banville y sus fantasmas

SHROUD
John Banville
Picador
Londres, 2002
408 págs.

En Eclipse –publicada en el 2000 y recientemente traducida por Anagrama–, el escritor John Banville (Irlanda, 1945) propuso una novela de fantasmas atípica en la que los espectros no eran emanaciones del pasado sino proyecciones del futuro. Allí, el actor retirado Alex Cleave invocaba una y otra vez la figura de una hija académica “con problemas”: la elusiva figura de Cassandra “Cass” Cleave quien, al final del libro, se suicidaba arrojándose al mar sin más explicaciones.
Dos años después, Shroud –palabra que significa sudario o mortaja– vuelve a explorar la difusa silueta de esta mujer fatal y de sus últimos días de vida, esta vez desde la óptica de otro hombre confundido por su propio crepúsculo: Axel Vander, célebre teórico de la literatura (claramente inspirado en Paul de Man, a quien, póstumamente, se identificó como autor de numerosos artículos antisemitas en periódicos belgas) a quien Cass persigue y cita en Turín para enfrentarlo a un insoportable y hasta entonces bien escondido crimen del pasado. No es la primera vez que Banville explora los recovecos de la culpa. De hecho, la culpa como motor y brújula aparece presente en casi todos sus libros –ver El intocable o El libro de las pruebas–, así como una prosa exquisita, mitad Beckett y mitad Nabokov, a la hora de mostrar la belleza de lo monstruoso.
Vander, como el Cleave de Eclipse, es un narrador ambiguo y advierte: “No puedo confiar en ni una de las palabras que sale de mi boca”, y así la novela puede leerse, también, como un tan sutil como despiadado tractat sobre la textura de la falsificación y la mentira como género artístico. No es casual que la sombra blanca del Santo Sudario –reliquia improbable y de veracidad más que dudosa– parezca enredar a los dos personajes entre sus pliegues. Cass –personaje justiciero pero alucinado, maldecida por el síndrome de Mandelbaum, una rara forma de depresión que bordea la demencia y que parece haber sido inventada por Banville– es la otra parte de esa relación tan parecida al amor que es la que une a un perseguidor con su perseguido.
Se ha dicho en numerosas oportunidades que Banville es un escritor “difícil” y que, a diferencia de lo que pone magistralmente en práctica Ian McEwan en su decididamente banvillesca Expiación, no hace concesión alguna a un lector promedio. Sin embargo, Shroud es uno de esos libros en los que se tiene la clara sensación de “ir entrando”. Una vez adentro, difícil salir.
Queda una esperanza: Banville suele organizar su obra a través de trilogías abiertas. Lo hizo con el mundo de las ciencias (valiéndose de los verdaderos Kepler, Copérnico y Newton) y con el mundo de la pintura flamenca (a través del peregrinar del asesino ficticio Freddie Montgomery, quien nada tiene que envidiarle en términos de sofisticación a Hannibal Lecter). Todo hace pensar entonces que, dentro de un par de años, llegará la tercera parte de la trágica historia de la eclipsada Cass Cleve y que, quién sabe, tal vez, por fin, sea ella misma, en primera persona, quien nos cuente su muerte y su vida.

RODRIGO FRESAN

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