Dom 29.12.2002
libros

ACONTECIMIENTOS

La voz del Maestro

Como Bartleby, Roland Barthes apostaba políticamente al “derecho a la fatiga”, “el derecho a no responder”. Tal vez por eso su obra no cesa de suscitar la atención de especialistas y legos, que encuentran en sus textos las claves del presente. La fiebre barthesiana recorre París (también Internet) y Radarlibros cuenta esa epidemia.

Por Alejo Schapire, desde París
“Barthes is Back”, proclama la tapa del número especial de diciembre de la revista Les Inrockuptibles. La exposición que le consagra hasta el 10 de marzo el Centro Pompidou, la publicación de los cursos inéditos del Collège de France, la reedición de sus obras completas, el sitio web con sus archivos, el lanzamiento de sus seminarios en CD...: la mera enumeración de las manifestaciones que se desarrollan en estos días en torno de la figura de Roland Barthes agotaría el espacio de esta contratapa.
De todos estos acontecimientos, la muestra del Pompidou ha sido saludada unánimemente por las páginas de la prensa parisina como la cita cultural ineludible de la temporada otoño-invierno. En esta oportunidad, la insoluble cuestión de cómo poner en escena la literatura fue agravada por la versatilidad de un personaje inasible. ¿Cómo fotografiar el itinerario intelectual del que pasó su vida zigzagueando entre las etiquetas de semiólogo, sociólogo, estructuralista, escritor, profesor? Frente a esta misión imposible, las curadoras Marianne Alphant y Nathalie Léger optaron francamente por la acumulación y el fetichismo, con un resultado que habría hecho las delicias del homenajeado. Roland Barthes (1915-1980) gozaba poniendo en evidencia los lugares comunes de la cultura, y de la vida cotidiana en general. Teorizó sobre todo: el Tour de France, la fotografía, el cine de Eisenstein, Brecht, la publicidad, la pintura japonesa, el plástico, el catch, o Marx (Karl y Groucho). Es a partir de estos objetos analizados por el semiólogo que el visitante se abre paso. Primero, el imponente Citroën DS (“Un trabajo anónimo nacional para consumo colectivo, como la catedral en la edad media”), seguido por la proyección de imágenes de lucha libre (una reapropiación popular del sentido de la justicia); luego, vitrinas con afiches publicitarios de jabón en polvo y guías turísticas: otras máscaras de la ideología que, estudiadas con humor y lucidez, alimentaron las crónicas de Mitologías (1957).
Barthes, el gran desmitificador, conjuga el doble legado de Marx y Sartre para mostrar el lazo entre escritura y sociedad, entre literatura e historia. Dibuja los contornos de una moral del lenguaje, que acusa de “fascista” por disimular en sus pliegues la voluntad de someter. “Sólo puede haber libertad fuera del lenguaje”, repetía. Para aliviar esta opresión, Barthes apela a una “revolución permanente de lenguaje”, en realidad una subversión sutil y hedonista operada por el placer textual. Para ello, los mecanismos del poder deben ser desactivados a través una literatura que proceda por fragmentación, digresión, vagabundeo. Los pasos que llevan a la construcción de esta “ética del lenguaje literario” puede seguirse en esta megamuestra a partir de los manuscritos de los artículos publicados en 1947 en la revista Combat (reunidos en El grado cero de la escritura), pasando por una curiosa instalación de arte contemporáneo con vocación escolar para que el lego diferencie un sintagma de un paradigma y no confunda connotación y denotación (nociones abordadas en Elementos de semiología, 1965), hasta la primera edición de Fragmentos de un discurso amoroso (1977).
El Barthes amateur de arte aparece con el cuadro de su admirado Arcimboldo: El bibliotecario (función que el escritor desempeñó en un sanatorio mientras era tratado contra la tuberculosis). Los retratos que le dedicaron Pierre Klossowski y Robert Lapoujade desembocan en el Barthes pintor. Tres breves viajes al Japón (El imperio de los signos) y uno a China (en 1974, junto con Philippe Sollers y Julia Kristeva) hicieron de Barthes un aficionado a la caligrafía y a la acuarela. Cincuenta dibujos y pinturas ilustran un pasatiempo al que se entregaba cada mañana (“como quien se instala graciosamente –por nada– en el significante”) hasta 1979, cuando muere su madre. El broche de la exposición es, sin duda, un muro tapizado con 1890 fichas (“La notatio era una droga, un refugio”), apenas un puñado al lado de las 12 mil que garabateó hasta el final. Estas anotaciones de conceptos, citas o esbozos de ideas, meticulosas y dispersas, eran clasificadas con una lógica que recuerda los lazos hipertextuales de la red de redes.

Barthes.com
En Les éditions du Seuil comprendieron perfectamente la adaptabilidad de la obra de Barthes al lenguaje html. Hoy, la editorial empezó a poner en línea los archivos sonoros y manuscritos de los cursos y seminarios dictados en el Collège de France. Gracias a la intervención de Michel Foucault, Barthes dirigió allí entre 1976 y 1980 la cátedra de semiología literaria, creada especialmente para él. El sitio (www.roland-barthes.com) permite acceder a las notas manuscritas preparatorias de las clases, su transcripción digital, las grabaciones de cada sesión en formato mp3 y la transcripción textual de los documentos sonoros. El sistema, pensado para “universitarios, investigadores y lectores atentos”, propone en su “espacio abonados”, motores de búsqueda a partir de palabras, una pasarela entre transcripciones y manuscritos y una navegación contextual a partir de autores citados o conceptos enunciados. Por ahora, de estas cincuenta clases, está disponible el curso Comment vivre ensemble (1976/1977). En 14 sesiones, Barthes aborda el tema del “comunitarismo”, “indagando la dialéctica grupo-individuo y esbozando un pensamiento de lo minoritario”. Para estudiar esta relación entre el sujeto y el poder, utiliza la noción de “idiorritmia”, palabra que designa el modo de vida de ciertos monjes del monte Athos, que permitía a cada cual seguir su propio ritmo. A través de estos mínimos círculos religiosos y el de otros espacios confinados, como el cuarto de hotel, Barthes interroga las distintas formas de vida comunitaria.
Aparte de la creación del sitio y la reedición de las obras completas de Barthes, Seuil saca simultáneamente en papel y en CD Comment vivre ensemble (256 págs.) y el otro curso del Collège de France, probablemente más interesante, Le neutre (1977/1978, 288 págs).

El tercer término
Aquí Barthes no duda en reivindicar la androginia (sexual –alude indirectamente a su homosexualidad– y política) para salir de la confrontación binaria. “Primero, la suspensión de las órdenes, leyes, mandatos, arrogancias, terrorismos.” Barthes reclama el “derecho a la fatiga”, “el derecho a no responder”, “al silencio”. Pasa revista a todos los términos usados para agredir al otro, hasta llegar al “escándalo” de lo neutro. Escándalo frente al que no elige uno de los dos campos, al que no adhiere, al que “preferiría no hacerlo”. No se trata de la neutralidad del escéptico, sino del que acepta la complejidad de lo múltiple, “la fuga elegante y discreta delante del dogmatismo”. Desde este punto de vista, concluye Barthes, “al gesto del paradigma, del conflicto, del sentido arrogante, que sería la risa castradora, respondería el gesto de lo neutro: la sonrisa”. Como la de la Mona Lisa. Así termina el último curso de Roland Barthes, quien se dirigía justamente al Collège de France cuando, al cruzar el Boulevard St-Germain, fue atropellado por la camioneta de una lavandería. “La violencia estúpida de las cosas”, escribiría Foucault en la necrológica.

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