Un volumen en el que Eduardo Berti rinde tributo a las formas más variadas del cuento moderno, de formatos establecidos pero que aún permiten el juego del azar y la sorpresa.
› Por Alejandro Soifer
Concisos, amables, los cuentos de Lo inolvidable, nuevo libro de Eduardo Berti, tienen la perfecta costura de los relatos bien armados. Tributarios de una tradición cuentística anclada en el modelo clásico, tradicional, casi escolar diríamos, de una introducción, un nudo y un desenlace, los relatos recopilados en el volumen tienen, como exige el género, finales que en muchas ocasiones resultan sorprendentes o introducen giros inesperados preanunciados por escasas pistas. En este sentido entonces, el hecho de que los cuentos de Berti se atengan, en su mayoría, al modelo tradicional de cuento no significa en absoluto un demérito; por el contrario, el autor maneja con buena mano los tiempos narrativos, los recursos de estilo, y el tono apropiados en un género exigente como es el del cuento clásico. Y en el ancho espectro de la tradición se desplaza en registros que lo acercan más a la europea (Moliére, Gogol) con, por ejemplo, una dentadura postiza que le habla a su anciana dueña antes de que ésta se vaya a dormir, recordándole las tramas de libros que leyó y fue olvidando con el tiempo, en el cuento que le da título a la antología. En otro tono diferente, con un registro que mezcla lo cotidiano con algunas notas de fantástico, es posible anudar algunos de los cuentos reunidos con cierto sabor cortazariano. Así, por ejemplo, el fantástico de “Volver”, donde un hombre vuelve al país después de quince años que para sus amigos que fueron a despedirlo el día de su partida apenas fueron unos minutos en los que el viajero nunca embarcó en su avión, tiene en ese París como epicentro de lo asombroso un claro contacto con la estética de Cortázar. La paranoia de clase social que estaba presente en su clásico “Casa tomada” reaparece de algún modo reescrita en el cuento “Salvar a la Gioconda” donde Berti transforma y adecua a nuestros tiempos ese miedo. Ahora, el temor ya no pasa por el otro pobre y fantasmal sino por la posibilidad del descenso a la base de la pirámide social de una clase media que se ha convertido en observadora directa, pero a una prudencial distancia, de la pobreza.
Otros cuentos ponen de relieve las determinaciones del destino como algo invariable y oscuro que rige las vidas de los personajes, como en “El color del cielo” o en “La mentira o la verdad”, donde una mentira casi accidental persigue al protagonista a lo largo de los años y luego de una serie de intrincadas idas y vueltas termina volviendo para exigirle una toma de posición. Esta presencia del destino como una especie de sino trágico se manifiesta de forma más explícita en “La carta vendida”, un cuento lacónico, con dos obreros golondrina trabajando en absoluta soledad más allá de su presencia mutua, en una cantera de la Patagonia, y el destino implacable que se presenta a reclamar lo que le pertenece.
La otra gran idea que estructura el libro está contenida en el título: el olvido y las formas de lo que no se puede olvidar. El autor explora estas cuestiones desde diversas perspectivas: desde el afán megalómano de una mujer que necesita leer todos los diarios hasta la última línea todos los días y buscar las noticias más curiosas en una obsesión que le va consumiendo la vida, hasta la relación entre arte y vanidad en una competencia de egos entre pianistas que pierden uno, su memoria compositiva y performática y, el otro, toda la fama y el respeto de los admiradores (“Formas de olvido”, se titula sin casualidad, el cuento), pasando también por una retrospectiva apócrifa de un director argentino de cine semi-erótico en la época del cine mudo que reproduce puntillosamente no sólo los giros y expresiones típicas de la crítica cinematográfica sino que además construye la memoria de un personaje inexistente, dándole espesor biográfico y artístico, construyendo una historia con tintes de melodrama muy plausible.
Berti hilvana historias simples, relatos concisos, de una intensidad que puede parecer moderada, pero que, como se dijo, le rinden tributo a lo mejor del cuento moderno y por eso mismo, dejan un regusto en el paladar lector que perdura por un largo rato.
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