En sólo tres números y cuatro años de existencia, Literal cruzó la literatura con el psicoanálisis. Poco antes de quedar catalogada como inhallable, la Biblioteca Nacional lanzó una edición facsimilar completa. Jorge Quiroga, uno de los miembros de la mítica revista, traza aquí una semblanza de aquel tiempo, aquel grupo y aquel puñado de números.
› Por Jorge Quiroga
La edición facsimilar de la revista Literal, una publicación de los años ’70 difícil de hallar que se fue convirtiendo en referencia insoslayable para tratar de entender y discutir todo un período y sus problemáticas, acaba de aparecer. Editada por la Biblioteca Nacional, esta realización viene entonces a llenar un vacío bibliográfico, y nos posibilita ver todo el conjunto de la actuación de un grupo pequeño pero muy activo en las controversias de su tiempo, un grupo que traía una propuesta literaria y estética disruptiva, que movilizaba una particular manera de leer nuestra tradición y sus proyecciones.
La edición reúne los tres números de la revista; dos de ellos, el segundo y el tercero, dobles. En definitiva, un volumen de 520 páginas que muestra las preocupaciones de los ’70. El tono de la revista tendía a buscar el desafío, el debate y la polémica, claro que con un matiz irónico que trataba de encontrar una buena distancia para intervenir en forma directa y a contrapelo del discurso predominante. Es decir, instalando la complejidad de un pensamiento mordaz.
Germán García era el alma de la revista, su indiscutible líder. Literal apareció porque se fundó en su avasalladora iniciativa. El impulsaba su estrategia, y ese empuje se comprueba en la importancia que fue tomando la publicación. Aunque el funcionamiento de la revista sin dudas fue colectivo, se procesaba en las escrituras/lecturas; en los debates en el café de ese momento, fuera La Comedia, El Politeama, La Giralda, El Gardelito, La Paz, a veces el Ramos, El Coto, La Macumba o, a la madrugada, La Academia. Un grupo extendido, una barra que deambulaba por la calle Corrientes en el “pasillo de la vida”. Horas y horas debatiendo y divagando. Había también colaboradores que después se destacaron: Héctor Libertella, Oscar Steimberg, Josefina Ludmer, Oscar del Barco, María Moreno, Horacio Romeu; a otros los sepultó el tiempo, otros desaparecieron o se entregaron a algún tipo de silencio, o entraron en la zona de la desesperación.
Lamborghini, Gusmán, y García escribieron una importante obra que aguarda una atenta lectura.
El completo y significativo prólogo de Juan Mendoza parte de reconocer el sentido oculto y algo enigmático de ser un “parteaguas” de nuestra literatura. Quizá lo más interesante es que la revista es efecto de una literatura anterior, y a su vez se prolonga en las obras que produce, y en la posibilidad que instaura a futuro. Comienza esta saga con Nanina de Germán García y los evidentes precursores son Gombrowicz que, en su mitología del Ferdydurke conmueve nuestra novela (la traducción colectiva de este libro constituye un hallazgo de reescritura espeluznante), y Macedonio Fernández, a quien Literal leyó con fervor, inventando al Macedonio escritor y reformulando su estética como la primera vez.
Volviendo al prólogo de Mendoza, “son muchas las fuerzas que gravitan en la intensidad de Literal, agujero negro en cuyas páginas la literatura confirma sus esencias más euridiceana: laberinto en el que también se extravían las más sofisticadas nociones de lectura, las teorías, el psicoanálisis y la tradición”.
La verdad es que quienes participamos del proyecto y publicación de la revista, nos extrañamos mucho de la envergadura que fue cobrando a lo largo de los años. Todo consistió en una aventura que nos sobrepasó. No porque no nos dedicáramos en su momento a su elaboración con entusiasmo, sino más bien porque significó muchas cosas en nuestras vida personal: estábamos unidos en la tormenta de un tiempo en ebullición, nos veíamos a cada rato y formábamos un grupo compacto. Recuerdo especialmente cuando Ricardo Zelarrayán aparecía muy trajeado porque trabajaba en publicidad. Nos reuníamos en El Politeama, donde paraba él y nos leía textos de los surrealistas, nos hablaba de Macedonio Fernández y después se iba lentamente para su casa.
Lo que nos unía era una actitud que negaba la ideologías del boom, el populismo/ realismo que nos parecía que debíamos evitar porque, entre otras cosas, nos aburrían desmedidamente. El exilio forzoso nos cortó a todos, no fuimos la excepción. Brasil, España, el exilio interior. Sin embargo, hoy se puede leer a Literal sin matar la palabra.
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