Domingo, 24 de julio de 2011 | Hoy
El crítico de arte italiano Giuseppe Marcenaro recopila una gran cantidad de historias irreverentes y escalofriantes que fueron a dar a los cementerios del Hemisferio Norte hasta llegar a la Recoleta, única excepción sudamericana que alberga muertos famosos, olvidados y maltratados.
Por Mariana Enriquez
La recorrida comienza en Argelia y termina en Egipto; va de un mausoleo en medio del desierto a la necrópolis de Qaytbay, en El Cairo, donde gracias a la crisis habitacional viven más de trescientas mil personas, en un auténtico asentamiento donde las bóvedas hacen de casas precarias y el gobierno provee electricidad, asfalto y hasta escuelas que funcionan en antiguas tumbas; el cementerio de El Cairo, sin embargo, sigue funcionando como tal y entre los mercados circulan cortejos fúnebres. Giuseppe Marcenaro, escritor genovés y crítico de arte y literatura –ha escrito estudios y biografías de Eugenio Montale, Paul Valéry y Stendhal– hace de necro flâneur y sus paseos por los cementerios del mundo son a veces crónica de viajes, otras perfiles de muertos célebres, breves historias de necrópolis célebres, recolección de datos curiosos y trastornos póstumos.
La divertida variedad de Cementerios. Historias de lamentos y locuras permite irreverencias: el muy serio Bertolt Brecht, por ejemplo, está enterrado junto a su esposa y sus dos amantes; todos compartieron habitación en los últimos años del genio alemán justo enfrente del cementerio que hoy es su última morada, el Doretheen-Friedhof de Berlín. O plantea recorridos vitales y mortuorios apasionantes, como el de Karl Marx y su hija Eleanor, ambos enterrados en el cementerio victoriano de Highgate, en Londres. El capítulo que les corresponde no sólo es una breve historia de Highgate, cementerio privado que vivió cantidad de vicisitudes, sino un vertiginoso seguimiento de las cenizas de la valiente Eleanor y el descubrimiento de secretos familiares, como el hijo extramatrimonial de Marx con su empleada doméstica, que Engels se atribuyó para proteger a su amigo. Marcenaro consigue capítulos bizarros como “Invalides” que detalla, dentro de lo posible, el derrotero del pene de Napoleón –“robado” en la autopsia, actualmente en la Clínica de Urología Squier de Nueva York– y otros emocionantes, como “British War Cemetery” en el que Rudyard Kipling, dolorido y arrepentido, pide ser nombrado Comisario de las Tumbas de Guerra y recorre los cementerios de soldados ingleses en el mundo tratando de encontrar la sepultura y el cuerpo perdido de su único hijo John, caído en el frente francés. O la solitaria, desolada muerte de Walter Benjamin, cuyo cuerpo suicida acabó en el nicho 563 del cementerio catalán de Portbou y luego, cuando se terminó su tiempo y nadie acudió a pagar por la sepultura, fue arrojado a la fosa común.
Como italiano que es, Marcenaro ofrece grandes historias morbosas de su tierra: la del genial embalsamador Efisio Marini, por ejemplo, que en su Cagliari natal logró que los restos humanos preservados conservaran, gracias a una técnica secreta, la elasticidad de los músculos y los tejidos y, sobre todo, el color natural de la piel. También, por supuesto, se detiene en los muertos más famosos de Italia y plantea los “casos” de Garibaldi y Dante, ambos complicados, ambos manoseados. El título Cementerios es ciertamente engañoso, porque son pocas las necrópolis que merecen un mapa y una historia más allá de sus ilustres enterrados: se destacan por sobre las demás el Novodiéviche de Moscú –donde están Chéjov, Maiakovski, Bulgakov, Gógol, Stanislavski–, el muy frecuentado pero todavía apasionante Père-Lachaise de París y el bellísimo, amontonado cementerio judío de Praga, con sus tumbas superpuestas por falta de espacio, donde se encuentra enterrado el rabino Jehuda Liwa ben Betzalel, autor de la saga del golem que más tarde recrearía Gustav Meyrinck. Y, por supuesto, se detiene en la inaudita necrópolis de El Cairo y en las vidas de sus habitantes: “Cuando cae la noche, ladrones y saqueadores invaden el cementerio. Seyedda, quien hace veinte año que vive en la Ciudad de los Muertos, sella por dentro el sepulcro donde vive con su familia... Madre de seis hijos nacidos en el cementerio, Seyedda vende galletas, goma de mascar, caramelos y pañuelos de papel en un banco destartalado frente a la puerta de su tumba-casa”.
Marcenaro limita sus paseos y retratos al Hemisferio Norte y hace una única incursión al Sur: la visita a la Recoleta, “uno de los tres cementerios más famosos del mundo junto con Père-Lachaise y Staglieno en Génova”. En su crónica describe con detalle y respeto, pero sin demasiado asombro, el atroz destino del cuerpo de Eva Perón. No es un indiferente: es que, por experiencia de investigador, el cronista sabe que no hay pueblo ni país en el mundo capaz de dejar descansar en paz a sus muertos.
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