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Domingo, 21 de agosto de 2011

Eramos tan pobres

Dos relatos de Alexandr Solzhenitsyn que pueden considerarse bisagras entre sus grandes textos y que indagan en lo más profundo de la pobreza como situación límite.

 Por Angel Berlanga

Quince años transcurren entre estas dos historias de rotunda huella autobiográfica de Solzhenitsyn: en medio, cronológicamente, se ubica Un día en la vida de Iván Demísovich, que compone la jornada en un campo de concentración de un condenado por el stalinismo bajo el cargo de traidor. Solzhenitzyn es el artista emblemático de la persecución represiva y verticalista soviética debido a, al menos, tres razones evidentes: lo acosaron y machacaron con sañas de diversa intensidad –trabajos forzados en el Gulag, persecución, destierro–; se empeñó en dar testimonio de su tierra y de su época; y era un buen escritor, convencido de que tenía qué contar. Si a eso se le suma el Nobel y la gravitación de su historia en plena Guerra Fría, se explica ese carácter emblemático (paradojas futuras aparte).

Este volumen, estas dos historias, muestran pues los bordes, hacia adelante y hacia atrás en el tiempo, de los años humillantes concentrados en Un día en la vida de Iván Demísovich y expandidos luego en Archipiélago Gulag, los dos libros más conocidos y potentes de Sol-zhenitsyn. Narrada en primera persona, La casa de Matriona cuenta de un profesor de matemática, ex presidiario, que en 1956 busca y consigue trabajo en la escuela de un pueblito aislado y que, luego, busca aislarse todavía un poco más para poder escribir. Se aloja entonces en una isba, una especie de vivienda rural, de madera, bien nutrida de ratones y cucarachas, que pertenece a Matriona Vasílievna, una campesina desamparada, enferma y sin embargo de buen talante, cuya vida, a lo largo de esos meses compartidos y en su perspectiva hacia el pasado, es retratada por el narrador. Pobreza extrema en un barrial frío y húmedo, sin una mísera pensión luego de años de trabajo, sobreviviendo con lo que pudiera dar una cabra magra y con unas escuálidas papas que podía cosechar. La anciana padece un doble desgaste: va hacia la burocracia estatal y no consigue casi nada y, a la vez, vienen hacia ella unos parientes en busca de exprimirle parte de lo poco que tiene. Suenan las notas morales en el instrumento que Solzhenitsyn interpreta: el régimen.

La casa de Matriona Incidente en la estación de Kochetovka. Alexandr Solzhenitsyn Tusquets 200 páginas

Y para que esas notas suenen no precisa ser explícito, porque le basta con colocar a sus personajes al filo de dos amenazas mortales: el hambre, la miseria extrema y las represalias del régimen. Bueno: lo que tenía ante sus ojos, lo que soportaron sus huesos. En ambas historias Sol-zhenitsyn describe el cotidiano, sus mecánicas, el acostumbramiento a una situación crítica que contiene en sus signos, indefectiblemente, la tragedia. Incidente en la estación de Kochetovka tiene como protagonista al teniente Zotov, que está a cargo de una parada ferroviaria con tránsito hacia y desde el frente durante la Segunda Guerra Mundial; narrado en tercera persona, el relato se sitúa en 1941. Este hombre es un patriota, está consustanciado con la causa, se lamenta de pasarla lejos de la primera línea y se empeña en ser responsable y efectivo en su trabajo en medio del caos que configuran los bombardeos, la desidia de algunos camaradas y la desesperación de otros, asolados por el hambre, el frío, la intemperie, la perspectiva del combate a muerte. Zotov tiene que tomar decisiones todo el tiempo: despachar trenes o retenerlos, disponer cartillas de racionamiento, reprimir a algunos famélicos que se lanzan sobre vagones con algo comestible, e interrogar a quienes pasen por ahí y no puedan acreditar su identidad. Pero su raciocinio cada tanto hace cortocircuito con la letra del régimen y entonces asoma el conflicto: puede que haya mandado al muere a alguno.

Enrique Fernández Vernet es el autor de esta nueva traducción del libro que incluye, también a su cargo, un epílogo que contextualiza estos relatos, de los que señala “la práctica ausencia de trama imaginada”, “que les da un sello de autenticidad documental”. Solzhenitsyn asevera en sendas notas, en efecto, que ha narrado sucesos verídicos.

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