Imposible no sentirse atraídos por Una biografía soterrada, libro al que el propio Sergio Pitol considera el último. Un recorrido leve y sutil por una vida marcada por el amor a los libros, las aventuras cautivantes de viajes y fábulas y la certeza de un final que se acerca en la muerte de los amigos.
› Por Fernando Bogado
La vida de un escritor, a veces, muy de vez en cuando, puede agotarse en una búsqueda infructuosa, fatal, que se lleva toda la energía que una persona puede tener: la búsqueda de la forma literaria. Aquí no hablamos de grandilocuencia ni éxito asegurado. Más de un escritor ha vivido el camino hacia esa forma como un fracaso, una victoria conquistada a fuerza de innumerables derrotas: correcciones, modificaciones, ideas poco productivas que se desechan después de mucho tiempo y muchos intentos. En Una autobiografía soterrada, Sergio Pitol hace un repaso ligero, tranquilo, por toda una serie de intentos literarios, por toda una vida dedicada a encontrar, con paciencia, esa forma literaria tan anhelada. Y claro, por el amor a los libros que lo han acompañado en la batalla.
A partir de extractos de su diario, de comentarios que al parecer no hubiesen sido pensados para su posterior edición, pasamos por detalles de la vida del escritor mexicano que incumben las pérdidas de su infancia, los viajes y descubrimientos de la adolescencia y las muchas horas dedicadas tanto a la lectura como a la visita despreocupada por diferentes geografías en calidad de diplomático. Y es en este último gran conjunto de su vida en el que se concentra toda su producción literaria, desde un primer libro de cuentos casi desconocido que lleva el título de Tiempo cercado (1959) hasta los textos autobiográficos de los últimos años, tres libros reunidos bajo el título de Trilogía de la memoria, publicada en 2007. La idea es seguir, en un relato ligero y con una prosa muy cercana al comentario de un abuelo sabio que sabe contar la médula del relato sin irse por las ramas, las vicisitudes de una vida atravesada por la literatura de cabo a rabo, o mejor, de la idea de una vida literaria, transcurrida entre libros, personas que terminan convirtiéndose en personajes y particulares trayectorias de algún que otro manuscrito a lo largo de los años antes de conformar tal o cual novela.
Sergio Pitol, nacido en 1933, es uno de los grandes nombres de la literatura mexicana, cuya llegada a nuestro país no hace justicia a una obra que ha marcado a muchos lectores y escritores latinoamericanos y de otras partes del mundo. La recepción de sus trabajos ha sido tardía: quizás en esta última década, sobre todo, a partir de los galardones recibidos por su trabajo y trayectoria, como el Cervantes en 2005 y el Juan Rulfo en 1999 –dos de los premios más importantes para obras en lengua castellana–, los cuentos, novelas y ensayos de Pitol hayan sido reconsiderados, mejor, releídos.
A todo esto hay que sumarle el tono del libro: hay un aire a despedida imposible de ignorar, algo que queda claro en sus recientes declaraciones, en donde afirmó que Una biografía soterrada es “mi último libro, y el final de mi obra”, palabras dichas casi un año después de que uno de sus grandes amigos y compañeros literarios, Carlos Monsiváis, haya sucumbido frente a una fibrosis pulmonar. Con serios problemas de salud que afectan tanto su capacidad para leer, escuchar o expresarse, Pitol se aferra en el límite de una existencia que se percibe en fuga (¿la muerte de los amigos no es la evidencia funesta de la propia?) a la literatura, a las obras que lo cautivaron: Borges, el Siglo de Oro español, Gombrowicz, la literatura rusa, Fuentes, etcétera.
Una autobiografía soterrada no sólo es el resultado de revisar los esfuerzos que demandan el amor por la literatura (y quizá su última crueldad: la del cuerpo que padece el no poder acceder del todo a ella), sino también una narración de consejos, observaciones críticas, afirmaciones que no forman escritores, pero los orientan, los seducen. Sergio Pitol muestra cómo ha aprendido de su trabajo en la traducción (de Conrad, de Ford Madox Ford, entre muchos otros nombres), de su apuesta por la estructura literaria, de la importancia de un diario como almacén de ideas, de su desconocimiento de toda teoría literaria pero de su amor por los formalistas rusos, de su amor por los viajes no programados, en donde después de cualquier esquina de cualquier parte del mundo se puede encontrar algo interesante, algo que cautive. Lo dice muy bien el título del libro: no hay un intento biográfico de esos que forman leyendas, sino apenas las conclusiones de un hombre que se perdió, voluntaria, amorosamente, entre las páginas de un libro, y no volvió nunca más.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux