En la historia de la literatura son pocos los nombres que con sólo pronunciarlos abren un debate que obliga a tomar posición. Son escritores que incomodan por su obra y por su vida, que nos (re)plantean el vínculo entre el arte y la moral, que nos obligan a comer la mosca mientras tomamos la sopa. Uno de ellos es Ezra Pound. Admirado por Joyce y Hemingway, entre otros, el poeta norteamericano fue capaz de difundir por la radio la “sabiduría humanística” de Confucio y de celebrar “el milagro italiano de Mussolini” por igual. Su personalidad, como la de Ferdinand Céline, es un enigma que alimentó polémicas, biografías, becas y papers que –sólo– se arrimaron a comprenderlo. Ahora le llegó el turno de la ficción. El encargado fue el escritor español Justo Navarro, quien ya se había atrevido en F (2003) a novelar la biografía del poeta catalán Gabriel Ferrater. Entonces, tras la insistencia en el género novela-biográfica, cabe preguntarse cuál es el aporte que la ficción le puede hacer a la vida y obra del controvertido Pound.

El espía arranca con el apresamiento de Pound en Italia, en el pueblo chic de Rapallo, por parte de dos soldados americanos, al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Se lo acusa de traición a la patria (EE.UU.) por ser propagandista de Mussolini y de Hitler desde Radio Roma, entre 1940 y 1943. A partir de allí, Navarro, como si fuese un archivista, reconstruye los años previos y posteriores a la detención de Pound. En los primeros once capítulos (de un total de doce), El espía funciona como un propicio documento histórico. Da cuenta, entre otras cosas, de su vínculo con la violinista Olga Rudge, de su odio a los judíos, de sus periplos por Europa, de su fascinación por el “Cajón del Diablo”, la radio, y, en especial, por la voz de Lord Haw Haw, propagandista nazi que Pound tomó de modelo para sus propias emisiones. Sin embargo, el exceso de datos reales, ordenados con obsesión cronológica y espacial, obstaculiza el fluir del relato, agujereando –además– la atmósfera de misterio que aspira alcanzar la trama.

La hipótesis que desarrolla el libro señala a Pound como un “doble agente” del espionaje internacional. Lo persiguen a la par espías italianos y americanos. La complejidad de sus enunciados radiofónicos fomenta paranoias que lo acusan de transmitir –en código– información del régimen en decadencia. Este es el hilo del que tira Navarro para coser la proliferación de datos de las primeras páginas. El problema es que lo hace recién en el último capítulo. Allí abandona el tono neutro de su prosa para darle juego a un tal J.N. que deambula, sesenta años después, por el territorio del enigma. Su misión será traducir las ideas conspirativas que escuchó del escritor Carlos Trenti (personaje que aparece en otras novelas de Navarro), contemporáneo de Pound en Italia durante la antesala del “juicio por traición”. De todos modos, en El espía estas ideas caen antes de volar. El misterio se desvanece rápido. Como si buscase un consuelo para la conciencia del pensamiento occidental, el autor justifica el encarnizamiento contra los banqueros y el odio racial de Pound por su supuesta locura.

La biografía de Ezra Pound está cargada de hechos y pasajes más que suficientes para narrar una buena historia, sea real, imaginaria o la cruza entre ambas. Justo Navarro la investigó al detalle y se nutrió de ella para su última novela. Sin embargo, al no acercarse a su obra ni profundizar en sus ideas, poco aporta a la comprensión de su persona, a entender la absoluta libertad donde se desarrollaron sus pensamientos –a priori– irreconciliables como la belleza, el amor y el más nefasto fascismo de la moderna civilización occidental.