De Suecia, del frío, llega la tercera novela policial de Asa Larsson, relacionada con las anteriores, pero que puede leerse en forma autónoma. La senda oscura vuelve sobre los juegos del poder y personajes femeninos bien delineados e insinúa un debate sobre el uso de la política como telón de fondo.
› Por Alicia Plante
Estamos ante la tercera parte de una nueva saga de novelas de suspenso con los helados escenarios de Suecia como marco para la acción. Un hecho curioso, ya que tanto el inspector Wallander, criatura del sueco Henning Mankell, que desde varios años atrás encarna una exitosa serie televisiva, como la otra famosa saga sueca, Millenium, del malogrado Stieg Larsson, parecían acontecimientos excepcionales. En este caso la autora es Asa Larsson, que con sus dos libros anteriores, Aurora boreal (llevada al cine) y Sangre derramada, ha tenido gran éxito de público a todo nivel. A ambos relatos les fueron otorgados los máximos premios del género novela negra dentro de Suecia. Pero es importante aclarar que, si bien hay continuidad en la trama y en la historia de los personajes (todos reaparecen en La senda oscura), también hay independencia y total autonomía entre los diferentes volúmenes: es decir que no es necesario haber leído los tomos anteriores para comprender lo que ocurre aquí.
La sangre aparece enseguida, aunque sea extrañamente poca, aunque ya esté seca. Y el metro de hielo sobre el lago Torneträsk sobre el cual se apoya la cabaña de pesca donde ocultaron el cuerpo no alcanza para quitar temperatura al hecho de que esa hermosa mujer haya sido asesinada. El desarrollo de la trama, la investigación que llevan a cabo juntas la inspectora Mella y la fiscal Martinsson, el perfil de cada uno de los personajes investigados, tan diferente uno de otro, tan convincente cada uno en su personalidad, en su aspecto físico y en su historia personal, que Larsson intercala con los hechos presentes, alimentan nuestra ansiedad por saber, víctimas del suspenso, hasta la culminación que animó el principio.
El deseo febril de poder, de dinero, de admiración, determinó el modo perverso de relacionarse que tienen estos seres –a un nivel profundo sumamente frágiles, víctimas a su vez de carencias afectivas que el éxito no aplacó–. Los rodean “los otros”, los testigos necesarios a los que quieren seducir, impactar o destruir, los que habitan la periferia de la lucha entre ellos mismos, la que los ata sin remedio y finalmente les quita lo que creyeron que eran cuando sólo lo tenían.
Pero un comentario sobre La senda oscura no puede agotarse aquí, en el hábil manejo que la autora hace de la ficción. Porque paralelamente a su anécdota aparece un tema (el de la minería) que resulta muy relevante para nosotros como argentinos, como país en vías de desarrollo, como integrantes de una región en la que los recursos no renovables del suelo, el agua y la vida, humana y animal, están gravemente amenazados por los intereses económicos de las corporaciones mineras internacionales. A poco de comenzar el relato y a medida que va surgiendo su escenario dramático, la autora dice a través de un personaje: “Los países pobres no se atreven a hacer leyes a favor del medio ambiente que puedan espantar a los inversores extranjeros. Así que (los inversores) envenenan las aguas y la gente enferma de cáncer y otras enfermedades incurables (...), colaboran con regímenes corruptos o quizá haya guerras civiles y entonces utilizan a los militares contra la población”.
El tema reaparece en la novela y es un eje central de la acción. ¿Deberíamos pensar que el tratamiento que hace Larsson de la intervención de los inversores en la vida política de esos países a fin de garantizar mayores ganancias está en función de dar un buen telón de fondo a su historia? ¿O será tal vez lo contrario? El debate queda abierto a partir de esta nueva y buena novela de Larsson.
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