Y siguen las revisiones: nacido neobarroco pero mutando con el paso de los años, se reedita un clásico secreto de los años ’80: Peste Bufónica.
› Por Mario Nosotti
Existe de mitad de los años ochenta a esta parte una especie de línea imaginaria que la crítica instauró para poder dar cuenta del fenómeno cambiante y multiforme de la nueva poesía argentina. Objetivismo y Neobarroco fueron las dos estéticas en donde se agruparon las tendencias más visibles, cuyas piedras basales son las obras de Joaquín Giannuzzi y de Néstor Perlongher. Si bien hoy día esta clasificación resulta casi inoperante, no lo era cuando Peste Bufónica vio la luz, allá por principios de los años ‘90. Este singular libro vuelve a editarse ahora, como punta de lanza de la flamante Cactus Collection, de ediciones Lamás Médula.
Daniel Martucci es autor además de El alma del murgón (teatro, 1987), y Cámara Profana (poesía, 2004). Su libro inédito Fixionauta integra La Cactus Collection y será publicada en pocos meses. Fue coguionista de la película El túnel de los huesos (de Nacho Garassino), estrenada en 2011.
Quince años y un libro –Cámara Profana– han pasado y si bien es sencillo decir que la Peste Bufónica chapotea en el barro Neobarroco, lo que importa, más que ubicar al posible lector, es volver a advertirle del fuego cruzado, las esquirlas a las que se expone. En realidad advertencia es aquí invitación, un modo de decir que el poder sigue intacto.
Ese discurso bufo, canallesco, que echa mano a recursos diversos –-lunfardo, Siglo de Oro español, el Girondo de En la masmédula, algo de Lamborghini (Leónidas)– se amalgama y transforma en la voz de Martucci. Palabras mal escritas, horrores ortográficos del bien decir. Bendición de una lengua que provoque, que nos des-acomode, que como bien expresa Laura Klein en el prólogo, sacuda nuestra inercia de lectores, la abulia de mandar sobre el lenguaje.
Y si el lenguaje es máquina de guerra, el juego es su constante. La guerra es contra la corrección, la seriedad, la belleza ensalzada, la funcionalidad lingual que comunica formas y más formas, indigestos objetos de consumo. Ludismo de palabras cuyo tropismo imanta, las metamorfosea, saltando por encima de vallas gramáticas, sintácticas, creando un nuevo semen, donde el sentido no viene de algún lado sino que es hecho ahí mismo, en ese contubernio de elementos alógenos fundidos por la lava de un lenguaje que avanza.
Y contra los discursos de argumento, las ideas, esas que según Bergson son una detención del pensamiento, esta especie de lengua del desastre intuye bien que “nada nos pertenece / viene del caos y se va al desenfreno / por cañerias desbocadas”.
Armar y desarmar con la lengua, aprovechar los yerros, los tropiezos, transmitir una peste que envenene la rígida, esforzada concepción del mundo. Y dejarse llevar, “oigan yirar la berva”, el amor es ahmor, el verso berzo, generosa impudicia que permite empezar un poema diciendo, “puta madre / estoy que no sé si decido o desido”.
Y hacia al final del libro ese poema, convertido en un hit para los conocidos, en cuyo flujo mutan el nombre y los alcances de la epopeya de Antonin Artaud, termina de algún modo condensando el espíritu del libro: “por ahora solo / nos queda desarmar / la vida muerta / despeyejar / el animal humano / y el artilujio / de enterrarlo / en la garganta gigante de la lengua”.
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