Cuando en 1993 se publicó La invención de la Argentina, Nicolas Shumway selló una alianza sentimental e intelectual con el país que había visitado por primera vez en 1975 y que se convirtió en su objeto de estudio favorito. Con Historia personal de una pasión argentina relata gran parte de esa relación, imparte lecciones de liberalismo e indaga en un nuevo fenómeno que no podía ser sino argentino: el menardismo.
› Por Claudio Zeiger
Desde el título, el libro de Nicolas Shumway es un claro guiño al ensayo de reflexión nacional, que tiene una rica y siempre controvertida tradición en Argentina. Tan así es, que entre los agradecimientos figura el nombre de Eduardo Mallea por inspirar el título. Podrían agregarse otros autores nacionales, como Martínez Estrada, el profusamente citado Scalabrini Ortiz, Jauretche o Murena. A pesar de no creer en la teoría de la excepcionalidad argentina, sostenida por los revisionistas y nacionalistas autóctonos, Shumway no deja de lado las particularidades de lo argentino, un temperamento que lo subyugaría desde su primera visita al país, en 1975, y en sucesivas visitas a lo largo de los años, bajo la dictadura militar y luego en los años de la democracia. Y en ese ínterin, este profesor universitario nacido en Arizona, actual decano de Humanidades en la Universidad Rice, de Houston, que supo ser misionero para la iglesia mormona en México, escribió el libro que lo ligará por siempre al país: La invención de la Argentina: Historia de una idea, publicado en 1991 en inglés y en castellano en 1993. Este libro trataba acerca de las “ficciones orientadoras” –ideas fuerza, conceptos que tiñen de acción el imaginario, estructuras de sentimientos– que en definitiva armaron el país. Libro polémico y serio, que trajo más de un debate entre, por ejemplo, mitristas y alberdianos, revisionistas y liberales y otras categorías que, como reconoce el autor, subsisten con vivacidad e insólitamente entre nosotros en las tertulias de los bares, encuentran una deriva más ligera y autobiográfica en esta Historia personal....
En el primer capítulo, Shumway se concentra específicamente en lo que considera su “historia personal” de la pasión argentina; su relación con Buenos Aires y su gente, las redes de personas que gracias a su condición de extranjero y gay (que cuenta como una información y no como una confesión) se le ampliaron enormemente para hacerse una idea coral y polifónica de nuestro país. Cabe sí señalar una paradoja: en general, Shumway habla de lo que Mallea más bien denostaba como la “Argentina visible”, la del bullicio urbano, la de enclaves prestigiosos e inconducentes como los salones literarios y el Colón, los bufetes de abogados y políticos y los estudios de intelectuales. Mallea iba en busca de su “Argentina invisible”, profunda y rural. A Shumway siempre le interesa más la sociabilidad urbana. Y la verdad que es esta la parte más atractiva del libro. Fresca, evocativa, con un compromiso por las ideas que está entreverado con los sentimientos y, sí, la pasión extraña que genera la Argentina. Se puede disentir con sus apreciaciones, se puede ver cómo el hombre tropieza una y otra vez con la misma y una sola piedra (el peronismo en sus múltiples variables, que parece ser la verdadera excepcionalidad dura de roer para el catedrático al que se le revuelven los papeles) pero todo tiene el atractivo y la gracia de leer a los escritores viajeros. Siempre estos relatos nos ponen frente al juego de equívocos y doble visión de quienes, como nosotros, estamos anclaos en Argentina y no en París. Y también resulta interesante la historia de la recepción de su libro La invención de la Argentina en 1993 y sus diversas repercusiones.
Es a partir de la tercera parte en la que el ensayo de Shumway parece dividirse en dos y abandona la línea autobiográfica explícita, al menos en su sentido vivencial, para convertirse más en biografía intelectual. En rigor, es una extensa clase sobre el liberalismo y por qué se convirtió en mala palabra en países, en fin, no del todo civilizados, como la Argentina. Shumway hace de la denominación “liberal” una cuestión identitaria que, se presume, incluye hasta la sexualidad, y lo defiende a capa y espada. Consciente de que lo que sucedió en nuestros países en las últimas décadas no se llama liberalismo sino neoliberalismo, hace unas cuantas piruetas para mantener el equilibrio entre el Estado y el mercado, pero aun así no concibe que una medida de ampliación de ciudadanía (como, por ejemplo, el matrimonio igualitario o la Asignación Universal por Hijo) no sea hecha bajo otro signo que no sea liberal (si bien destaca estos logros del gobierno de Cristina). La verdad es que, más allá de acuerdos y desacuerdos, esta parte del libro es como un papirotazo didáctico arrojado a la comprensión del lector y su paciencia argentina.
En la última parte, “Menardismo”, se relata un interesante descubrimiento que hizo Shumway acerca del destino de un poema de Olegario V. Andrade dedicado “Al general Vicente Peñaloza”. A la muerte de Andrade, la Cámara de Diputados de la Nación encarga al crítico Benjamín Besualdo una antología de su obra, y el poema a Peñaloza –caudillo federal de los más duros, como Quiroga– aparece atribuido, sin cambiarle una coma, “A la memoria de Juan Lavalle”, más bien dedicado a fusilar caudillos federales. A partir de este descubrimiento realizado en la biblioteca de Yale, Shumway conceptualiza el “menardismo”, en obvia referencia al cuento de Borges: “La aplicación anacrónica de un modelo interpretativo o de un paradigma retórico a acontecimientos que ocurrieron en otros tiempos y en otras condiciones”.
Esta categoría sirve a Shumway para criticar ciertos excesos retóricos de Néstor Kirchner durante el conflicto con el campo en 2008, pero olvida quizá que detrás de las retóricas de entonces (de uno y otro lado: hay quien habló de aluvión zoológico sin que nadie denunciara menardismo) hubo un intento destituyente fáctico y palpable, que probablemente la información on line no llegaba a transmitir.
Cuando por estos días Shumway llegue de visita para presentar su libro, probablemente encuentre en curso otra de las explosiones de hiperdemocracia de las que habla en su libro y uno que otro menardismo suelto. Cosas que pasan. A pesar de ciertas incomprensiones que parecen ya insalvables o ciertos lugares comunes sobre la seriedad de países como Chile y Brasil frente a la implícita improvisación argenta (él quizá no puede percibir lo hartos que estamos de esos firuletes retórico–mediáticos), siempre hay que agradecer una pasión argentina.
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