Basada en un caso real que sucedió en Moscú en 1998, El niño perro es una novela sobre la más absoluta exclusión de un ser humano: la que lo lleva a convertirse en animal para sobrevivir.
› Por Mariana Enriquez
Romochka tiene cuatro años cuando despierta una mañana helada y se encuentra solo en su casa. Descubre vagamente que ha sido abandonado. Su tío, alcohólico, no vuelve; tampoco su madre. Cuando se acaba la comida y el frío resulta insoportable –el departamento vacío está ubicado en las afueras de Moscú– Romochka sale a la calle, débil y confundido. Y en vez de convertirse en otro niño vagabundo encuentra, por azar, una manada de perros silvestres que, tras la desconfianza inicial, lo aceptan como hermano y cachorro. Este es el punto de partida de El niño perro, primera novela traducida al castellano de la australiana Eva Hornung, inspirada en el caso real de Ivan Mishukov, un niño moscovita de seis años que fue hallado en la calle en 1998, viviendo con su propia manada, un niño que también inspiró obras de teatro y fascinó a los medios durante meses, especialmente porque fue posible reintegrarlo a la sociedad. El niño perro se divide en dos partes claramente delimitadas: la primera transcurre en un páramo urbano de las afueras de la ciudad, donde el niño y los animales viven bajo una iglesia abandonada, cerca de un basural y de campamentos de bomzhi (los sin techo rusos). El mapa del desamparo es atroz pero Romochka ha encontrado un hogar, si bien brutal: a la manera del Mowgli de El libro de la selva, llama Mamochka a su madre perra y también bautiza a sus hermanos y hermanas (Hermana Blanca, Hermana Negra, Hermana Dorada) y aprende a cazar, a marcar recorridos con su orina, a pelear, a ladrar, a morder y a comer carne cruda. Los perros lo protegen del frío, la perra madre le da de mamar. El cubil es un refugio: fuera están las redadas de la policía y los ataques de las pandillas de jóvenes que torturan al niño abandonado y a sus animales. Eva Hornung escribe sobre seres que apenas sobreviven, que están casi muertos: algunos críticos han comparado El niño perro con La carretera de Cormac McCarthy, sobre todo por ese relato de una supervivencia fútil, sin esperanza: el niño y el hombre de La carretera habitan un mundo-cadáver, sin futuro; el futuro de Romochka fuera de su cubil es terrible: no puede vivir para siempre con los perros –no se le permitirá, una vez que es descubierto– pero, al mismo tiempo, ya no es del todo humano.
El descubrimiento de Romochka –y de Marko, otro niño que se ha unido a la manada– es la segunda parte de la novela, que transcurre entre un Centro Infantil que alberga niños abandonados y abusados y las calles que Romochka todavía recorre. Dimitri y Natalia, los psicólogos y pediatras encargados del “caso”, tienen buenas intenciones pero también trabajan con gran, monstruosa, frialdad burocrática: los niños que no pueden ser salvados o rehabilitados sencillamente no son recibidos en el Centro. Romochka, a pesar de que muerde, apesta y apenas habla, es sin embargo un candidato para la institución. La pediatra cree que, después de todo, haber vivido con perros no es lo peor que pudo pasarle: “Nada de droga, para empezar. Nada de pegamento ni gasolina. Probablemente nada de violaciones. Los críos de ocho años que vivían en la calle eran invariablemente víctimas de las tres cosas... A un niño sin techo podía irle mucho peor... Tenía cicatrices y parásitos, pero ninguna enfermedad importante”.
Esta segunda parte de El niño perro es posiblemente fiel a la historia real que le sirve de inspiración, pero es notablemente más convencional que la primera mitad, de tono preciso y sombrío, en la que el punto de vista es el de Romochka. Allí Eva Hornung describe la lealtad, el afecto y la desesperación con gran empatía y cierta hermosa dureza realista dictada por el material: la angustia de perderse en el subte, la dueña de un restaurante que les da de comer al niño y sus perros, el insoportable sufrimiento de los animales cuando se encuentran con humanos y deciden defender a su cachorro de hombre. En esas extraordinarias páginas, El niño perro recuerda a Colmillo Blanco de Jack London pero también es una novela realista sobre la exclusión, la pobreza urbana y la absoluta falta de compasión en una sociedad desdichada cuya única calidez emana de perros salvajes que se besan en el hocico cuando termina el largo invierno y sale el sol.
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