Dom 19.01.2003
libros

ENTREVISTA

LAS VOLUNTADES DIVINAS

Director editorial de Adelphi, la más prestigiosa editorial italiana, Roberto Calasso (Florencia, 1941) es también famoso por sus textos de divulgación mitológica, melancólicamente dominados por una certeza: la ausencia de los dioses y de los héroes.

Por Rodrigo Fresán (Desde Barcelona)
Empieza así: “Los dioses son huéspedes huidizos de la literatura. La atraviesan con la estela de sus nombres. Pero, con frecuencia, también la abandonan. Cada vez que el escritor apunta una palabra debe reconquistarlos. La mercurialidad, anuncio de los dioses, es también la señal de su carácter evanescente. Sin embargo, no siempre ha sido así. Las cosas fueron distintas mientras existió una liturgia. Aquel engarce de gestos y palabras, aquella aura controlada de destrucción, aquel uso excluyente de ciertos materiales: todo esto placía a los dioses, mientras los hombre quisieron dirigirse a ellos. Después sólo quedaron, como banderines ondeantes en un campamento abandonado, aquellas historias de los dioses que era el sobreentendido de cada gesto. Desarraigados de su suelo y expuestos a la cruda luz de la vibración de la palabra, podían llegar a parecer impúdicos y vanos. Todo acabó en historia de la literatura”.

ASí EN EL CIELO
Como en la tierra: La literatura y los dioses (2001, Premio Bagutta, traducido por Anagrama) es lo que el italiano Roberto Calasso ha venido a presentar a Barcelona. El libro goza y hace gozar de esa inasible condición mixta donde el ensayo fluye hacia el relato y, de golpe, en el centro de un concepto, estalla la epifanía. Y –como también ocurría con La ruina de Kasch (1983), Las bodas de Cadmo y Harmonía (1988) y Ka (1996)– Calasso vuelve a invocar los nombres antiguos de dioses eternos para fundamentar su exposición. Calasso construyó su tesis como “una serie de pasajes geométricos y concatenados desde el romanticismo alemán hasta el simbolismo francés” y de lo que se trata aquí es de perseguir por esos pasajes –teniendo como parámetros la distancia contenida entre la efímera revista Athenaeum de Schlegel y Novalis y la “crisis del verso” denunciada por Mallarmé, sin que esto signifique privarse de viajes hacia mucho más atrás y hasta llegar a nuestros días– a esos nombres y esos momentos en que el hombre decidió y decide salir a la búsqueda de la literatura absoluta para afrontar ese viaje y esa comunión que funde a lo profano con lo divino hasta, como corresponde, confundir las líneas en nombre de las oraciones. Calasso narra plegarias y da cuenta de las ayuditas que los mortales más sublimes reciben de los dioses más creativos. Dioses indios, chinos y japoneses, griegos y romanos. ¿Y J.C.? Para Calasso el santoral católico “no suele ser muy fructífero a la hora de relacionarse con los escritores; el cristianismo siempre ha contemplado a la literatura como una potencia hostil”. “¿De qué hablan los escritores cuando nombran a los dioses?”, pregunta Calasso. La literatura y los dioses es su respuesta.

ESTAR EN LOS CIELOS
Roberto Calasso es una de las estrellas indiscutibles del firmamento intelectual europeo. Su admirada gestión como fundador y editor de la prestigiosísima editorial Adelphi y su entusiasmo divulgador –que, en vivo y en directo, recuerda un poco a ese profesor siempre sonriente en el Amarcord de Fellini– no ha evitado que éste sea su libro más polémico y discutido hasta la fecha. Al publicarse La literatura y los dioses en el 2001 en Italia –Calasso acaba de publicar K., enteramente dedicado a la figura de Franz Kafka y donde vuelve a investigarse la relación entre creadores terrenos y divinos– más de uno le reprochó la ligereza o, tal vez, la sencillez con la que todo parece encajar en su concepto de “literatura absoluta”: lo único capaz de mantenerse puro y ajeno a la corrupta estupidez de cualquier época. A Calasso no parecen importarle las críticas y defiende sus creencias con encendida potencia de evangelista que busca y encuentra refugio en un mundo mejor, próximo y, al mismo tiempo, lejanísimo. De algún modo, La literatura y los dioses puede leerse como una suerte de santoral privado o de evangelios apócrifos pero verdaderos donde refulgen Hölderlin, Baudelaire, Lautrémont, Nabokov y Nietzsche (“El gran percibidor de todo lo que hablamos y podemos llegar a hablar hasta el fin de los tiempos”) y –sorpresa– ciertas ausencias se hacen más que presentes por omisión. Le pregunto a Calasso por qué en su libro no hay ni una sola mención a Freud, teniendo en cuenta su trabajo con lo mitológico y su indiscutible condición de deidad moderna. “Freud es uno de los protagonistas de una novela que escribí hace tiempo, El loco impuro (1974). Creo haberlo agotado en ese libro. Por otra parte, Freud me parece un gran escritor que no sirve para explicar la literatura; es la literatura la que tiene que explicar a Freud. Jung, que sí aparece aquí, fue un astuto campesino suizo que contrabandeó imágenes preciosas con la excusa de usarlas para inútiles estudios científicos.” Y Borges es el único escritor “en castellano”. ¿Por qué? “Bueno, Borges me parece un inmejorable y definitivo ejemplo de literato absoluto. En él, todo acaba siendo literatura. Hasta él mismo, que se transforma en su mejor personaje. En ese sentido, y de modos diferentes pero complementarios, Borges y Freud están mucho más cerca de lo que cabría suponer.”

EN EL PRINCIPIO ERA EL VERBO
Y, para Calasso, El Verbo sigue siendo lo fundamental y lo más importante. El italiano defiende y celebra “la condición de animal omnívoro de la prosa” y –citando a Los demonios de Dostoievski como ejemplo clásico de artefacto tan narrativo como didáctico– predica que “sólo determinadas novelas permiten conocer cabalmente cientos de cosas sin estar limitadas por la rigidez y la exactitud de una fórmula científica y exacta”. Según Calasso, “la literatura es el mejor vehículo para una educación a la hora de decodificar y elegir bien entre la cantidad monstruosa de imágenes que nos rodean” y –en su libro– los rescates de dioses inmemoriales por sumos sacerdotes de lo moderno reflejan a la perfección ese juego entre artista e inspiración donde “podemos vislumbrar la reacción de fuerzas inmensas donde la literatura juega un poco a ser física y química y reformula las leyes del mundo tal como las entendíamos hasta entonces”. Y, claro, Calasso asegura que no hay tiempos más adecuados que los turbios albores de este tercer milenio para encontrar santuario entre las páginas de uno de esos libros mejores que cualquier iglesia o templo o pentagrama.

APOCALIPSIS AHORA
O cualquier día de éstos. Se le pregunta a Calasso por el fenómeno Harry Potter y enarca una ceja. Se le pregunta a Calasso por el fenómeno Umberto Eco y enarca la otra. Surgen los nombres de Chatwin (a quien Calasso editó en vida) y de Sebald, y el italiano no puede sino manifestar su extrañeza por su mitificación casi inmediata: “Está claro que la necesidad de tener iconos es hoy tan fuerte o, aún más, que en la antigüedad”. Le pregunto a Calasso por estos días fundamentalistas en que –en el nombre de Dios– se estrellan aviones contra edificios, sectas extrañas aseguran haber clonado bebés, un Papa agónico se ha convertido en canonizador serial y un presidente norteamericano promete cada cinco minutos acabar con “el Eje del Mal” con “justicias duraderas”. Calasso suspira: “Vivimos una época débil marcada por una literatura débil. La percepción de lo divino está ahora marcada por el caos y la ceguera. Y por una componente de terror que –siendo el terror lo contrario al desencanto, sentimiento imprescindible para la creación de Gran Arte– no está generando algo demasiado bueno. Pero es también en estos momentos cuando la literatura funciona como tabla de salvación y motor y, quién sabe, tal vez...”
Le pregunto a Calasso –más allá de la proliferación insalubre de deidades inmediatas que marcan a nuestros apocalípticos tiempos– quiénes piensa él que en un futuro, luego de varios cataclismos y amnesias y leyendas podrían ascender a la categoría de dioses. Calasso lo medita apenas unos segundos: “Proust y Kafka serán los nombres que sobrevivirán a cualquier catástrofe”. Insisto: “¿Pero le parece que se les podría llegar a rendir culto? Causa cierta gracia imaginar un Sermón de Combray o un Milagro de la Metamorfosis”. Responde: “¿Quién sabe? ¿Qué importa? Dejemos tranquilos a los dioses donde están. Siempre hubo y habrá muchos dioses; pero sólo hubo y seguramente habrá un solo Proust y un solo Kafka. Razón y motivo más que atendibles para creer cada vez más en ellos, ¿no cree?”.

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