La relación con el monje trapense Thomas Merton fue una de las más fructíferas para Victoria Ocampo. Se publica un volumen con la correspondencia entre ambos, reflejo de la amistad entre un creyente practicante y una intelectual agnóstica.
› Por Alicia Plante
Habría sido el filósofo español José Ortega y Gasset, en época anterior a sus desencuentros terminales con Victoria Ocampo, quien sugirió el nombre Sur para la revista de cultura y difusión literaria que durante gran parte del siglo XX fue considerada la más importante de Latinoamérica. Victoria debió sentir que el término era un respaldo legítimo para apoyar el hombro frente a Europa, la región del mundo donde desde muy joven se sintió totalmente a sus anchas, y bajo esa identidad tan cargada de significado lanzó la publicación que reflejaría sus investigaciones, descubrimientos y contactos personales con la inteligentzia del Viejo Mundo y generaría el buscado intercambio cultural con su equivalente en nuestras tierras y en América latina en general.
Durante largos años, Sur fue un vehículo de divulgación casi único para pensadores, escritores y poetas europeos y norteamericanos. La revista permitió que esa comunicación operara sus beneficios a dos puntas, favoreciendo –en muchos casos con lanzamientos iniciáticos– tanto a aquellos cuyos trabajos eran publicados como al vasto número de intelectuales y lectores interesados que tenían acceso, en muchísimos casos por primera vez, al pensamiento y la obra de esos creadores. Sur publicaba asimismo artículos especialmente escritos, críticas literarias y correspondencia mantenida por Victoria Ocampo con muchos de los autores difundidos.
En 1958 un ejemplar de la revista cayó en manos de un monje trapense norteamericano, Thomas Merton, un místico y pensador cuya autobiografía, La montaña de los siete círculos, había tenido gran resonancia, resultando traducida a varios idiomas. Sumamente impresionado por la importante tarea de difusión cultural que realizaba la publicación, Merton se puso en contacto con Victoria Ocampo y a partir de ese momento su amistad y sus intercambios epistolares sobre temas de corte teológico y filosófico así como del orden de lo personal fueron cobrando más y más frecuencia y profundidad. El presente libro transcribe en orden cronológico la correspondencia intercambiada entre ellos en su idioma original y en traducción. A pesar de ese fecundo e intenso contacto, Merton y Victoria nunca llegaron a conocerse personalmente, si bien el monje se convirtió para ella –francamente agnóstica– en algo cercano a un consejero espiritual, que la ayudó a sobreponerse a dolores y pérdidas trágicas.
Sur publicó varios ensayos de Merton, por ejemplo La otra cara de la desesperación: Notas sobre el existencialismo cristiano, una valiosa contribución al análisis y comprensión de un movimiento filosófico que por su intermedio recobra actualidad. Y allí aparecen el “dasein” de Heidegger mirando el televisor con ojos vacuos y la “nivelación” de la vida moderna entronizada. Obviamente, Merton, como sacerdote católico, acompaña sin simpatía el ateísmo de Sartre y en cambio inclina su cabeza hacia los existencialistas cristianos, Jaspers y Marcel por ejemplo, pero aun sin una coincidencia evangélica, el ensayo resulta de gran interés. Otro escrito suyo publicado en Sur es acerca del amor como entidad a la que el hombre contemporáneo se enfrenta sin comprenderlo cabalmente (Amor y necesidad). Sur le publicó asimismo un comentario sobre Pasternak y El doctor Zhivago. El escrito de Merton, en impecable traducción de Carlos Altschul, excede los moldes habituales del término “crítica literaria”, ya que, por ejemplo, llega a equiparar a Pasternak con Gandhi.
Entre 1950 y 1959, el poeta y ensayista nicaragüense Ernesto Cardenal hizo su noviciado en Gethsemaní, el monasterio trapense donde residía Merton. Esa proximidad permitió que la natural coincidencia entre ellos a favor de la paz y el desarme, los llevara a desarrollar una profunda amistad. Merton, diez años mayor que Cardenal, se convirtió en su consejero y tuvo gran influencia en su pensamiento político y formación religiosa.
El libro muestra tanto la delicada e íntima entrega de Victoria Ocampo al consejo y apoyo del monje, como la identidad intelectual del hombre que supo ganarse su confianza. Por otro lado ofrece una completa versión de la obra de Merton en la revista Sur. Un propósito bien logrado.
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