Con una compilación de escritores y cronistas latinoamericanos de los 150 años que pueden llamarse “dandies”, Juan Pablo Sutherland no sólo despliega un catálogo magistral de maneras de mirar la sociedad, sino que parece tener algo para decir sobre el campo intelectual del presente.
› Por Hugo Salas
Surgido en Inglaterra a fines del siglo XVIII, el dandi, entendido como el epítome de la elegancia y el refinamiento, atraviesa los tiempos históricos, hace su desembarco en la Sudamérica decimonónica y llega hasta nuestros días. Esta idea sirve de guía a Cielo dandi. Escrituras y poéticas de estilo en América latina, selección de autores y textos realizada por Juan Pablo Sutherland, que si bien se concentra en la última mitad del siglo XIX y principios del XX, insinúa diversas continuidades, tanto en algunos textos como en el prólogo.
La lista de autores es apabullante, desde Rubén Darío a José Asunción Silva, permitiéndose hallazgos como las notas de Juan Croniqueur, seudónimo con el que Mariátegui participara activamente del modernismo peruano, o las esclarecidas reflexiones estético-sociológicas de Juan Emar, sorprendentes para su época (una breve muestra, de un artículo de 1924: “Los ‘ismos’ son totalmente secundarios. No basta hacer cubismo para ser joven y la fabricación del futurismo no coloca forzosamente a su autor en el futuro... De aquí a algunos años, los señores Presidentes de las Repúblicas y sus Majestades los Reyes abrirán al son de himnos patrióticos grandes salones oficiales de académicos cubistas, futuristas y dadaístas, como hoy inauguran salones de impresionistas retrasados”). Como suele ocurrir con toda antología, habrá quien deplore determinadas ausencias (notoria, en particular, la de Lucio V. Mansilla) o inclusiones que resultan, a todas luces, forzadas (es el caso de Mariquita Sánchez, a quien así como todo un siglo sepultó bajo la imagen de “la señora del himno”, la nueva era académica parece dispuesta a convertir en el irredento fósil de las batallas y disputas de género).
No obstante, más allá del placer, el interés e incluso la diversión a los que puedan mover estos textos, lo interesante es aquello que revelan acerca de la manera en que se piensa hoy una determinada parte del campo intelectual latinoamericano. La lectura la habilita el propio Sutherland, al enlazar su interés por el tema a una serie de escenas personales: “... todo se fue dando para caer rendido por fin ante cierta espectralidad dandi que había cultivado en mis callejeos de escritor marica y de vagabundeos por una ciudad letrada siempre a contrapelo... Años antes, Carlos Monsiváis, en una agitada y bella noche en casa del escritor Pedro Lemebel, me había regalado un exquisito libro sobre la vida de uno de los dandis mexicanos más relevantes, Salvador Novo”. Con gran economía, el compilador traza en estas líneas la perspectiva y el colectivo desde los que está leyendo todos estos textos, sus protocolos de interpretación y, en particular, el espacio en que se inserta su publicación en un volumen.
Lo que este grupo lee allí son los lineamientos de una política de la afectación, la pose, las bases de un “inútil arte de exhibirse” que de alguna manera se habría vuelto constitutivo de un modo de entender la posición del intelectual / escritor en la actualidad; “los nuevos dandis, menos reconocibles”, alerta el compilador, “podrían poseer más actitud que closet”, con un doble sentido que no deja de ofrecer otra clave de lectura. El problema, desde luego, es la distancia histórica que trastorna y desdibuja el sentido de muchas de esas prácticas.
Mientras que en su momento el dandi podía constituir –a partir de la estetización de la vida– un gesto de resistencia contra el progresivo aburguesamiento de la sociedad, hoy su semblante no alcanza a ocultar sus condiciones de clase. Sorpresivamente, ese doble filo de la frivolidad, esa relación con los objetos, las cosas y las personas en la que se preanuncia el mundo vacío del consumo –un problema que tan bien advierte en su época y en la compilación el chileno Joaquín Edwards Bello, por ejemplo–, al parecer pasa totalmente desapercibido para sus herederos, llegando Sutherland a afirmar que “ello [la desaprensión de los dandis por la riqueza que alguna vez tuvieron pero se patinaron en el camino, en contraposición a los escritores afanados por vivir de lo que producen] marcará una diferencia radical de estatus social y cultural que ostentarán sutilmente frente a quienes desean alcanzar esa aura que difícilmente se logra sin talento”. No es la supervivencia del romanticismo, sino su notable complacencia, lo que llama la atención en esta frase, con la que Cielo dandi se convierte definitivamente en un documento indispensable para entender el campo intelectual contemporáneo.
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