Una novela dislocada y un personaje en permanente metamorfosis sirven al español Juan Francisco Ferré para hacer una sátira del nacionalismo vasco.
› Por Fernando Bogado
La ventaja de la sátira es clara: poder tratar cualquier tema, por más escabroso que sea, con cierta distancia humorística para suscitar, en algún punto, la reflexión. La sátira tiene un contenido político, claro, pero siempre orientada hacia un presente que el resto de los lectores o espectadores entiende muy bien sin necesidad de ninguna reposición: La fiesta del asno, de Juan Francisco Ferré, es, ante todo, la sátira de un escabroso tema que no sólo incumbe a la sociedad española sino a cualquier sociedad y que casi no necesita mencionar explícitamente para que se entienda a qué se apunta: el nacionalismo (vasco) y sus hechos.
Hechos, hechos, hechos: de eso está construido el mundo, al menos, desde la perspectiva del pragmático Gorka K., protagonista de la obra, una suerte de soldado hiperespecializado que responde sin chistar a las directrices de la Organización, un grupo que proclama la independencia del territorio vasco y que no teme enviar a su más perfecto verdugo a matar a tal o cual concejal disidente (a punta de pistola, eso sí: el ya citado aborrece la técnica del coche-bomba). Gorka rechaza a cualquier intelectual que apoya ideológicamente la revuelta, pero tiembla a la hora de tomar un arma, adora sus calzoncillos Calvin Klein, apela a la masturbación como técnica para desvanecer el peligroso deseo sexual que puede enturbiar sus misiones y adora la figura masculina (la propia, la de otros) antes que la torpeza e inutilidad de la femenina. Podemos seguir dando características del personaje casi hasta el cansancio: el nombre de Gorka, casi como un recipiente vacío, puede llenarse de cualquier cualidad, de cualquier suceso o contenido, siempre y cuando mantenga su intransigente posición frente a la libertad del pueblo vasco y la defensa de los postulados de la Organización. Sí, el soldado perfecto.
Juan Francisco Ferré (Málaga, 1962), autor de novelas como I love you Sade (2003) y la finalista del Premio Herralde 2009 Providence (declarada por algunos como la mejor novela de la década que pasó), propone en La fiesta del asno –originalmente publicado en 2005– un libro que difícilmente se pueda encasillar bajo el término novela, al menos, en su variante realista: cada capítulo presenta una nueva situación en la que Gorka se ve involucrado, ya sea evocando un pasado mítico, soñando o siendo transformado, en cada momento, en algo diferente: de concejal a agente clandestino, de recio misógino a dueño de unas tetas envidiables y un bar de mala muerte en donde sirve un trago de su más absoluta especialidad, el “coche-bomba”. Nada de lo que se cuenta posee conexión entre sí y apenas algo mencionado en algún capítulo tiene impacto en el otro siempre deslizándonos por el estilo de Ferré, una lengua de choque que va creando un objeto antes que un relato. La prosa de Ferré invoca en igual medida el comentario filosófico con el de los medios masivos de comunicación, poniendo a funcionar a Nietzsche con la lógica de la CNN. Y a esto, el nombre evidente que flota en cada página, pero que evita ser mencionado: ETA. El gran logro de esta novela es tratar de entender esa violencia y desarmar la lógica terrorista de la Organización para encontrar su más terrible raíz: el nacionalismo vasco es colocado en la misma, funesta línea del carlismo y del aún más reciente franquismo, esa sombra nacionalista que flota en cualquier nación. La reivindicación de la magia y riqueza de la tierra presentada por Gorka, ese grito de localismo feroz, lleva a la demencia de la derecha más revulsiva. Quizá por eso estamos hablando de una novela poco complaciente con el lector, difícil de seguir.
La fiesta del asno tiene su fecha: 2997. Desde ese futuro terriblemente lejano que se invoca en la primera página, desde esa advertencia que abre la lectura (lo que vamos a leer son una serie de textos censurados en su momento que ahora ven la luz), cada uno de los capítulos que componen el libro se vuelve, ante todo, un documento que trata de desarmar con un lenguaje esperpéntico (al estilo de Valle-Inclán) el discurso nacionalista, vasco o de cualquier proveniencia, el gusto de los medios por el horror y el vacío de una sociedad orientada al consumo que transforma, en uno de esos muchos universos posibles, a Gorka en el héroe de su propio reality show. No es estrictamente denuncia, dijimos, sino sátira: hay un intento de proponer una distancia mordaz y humorística pero, claro, la mayor parte de cualquier risa, en ese futuro inventado, en este presente, tiene un molesto rictus de amargura difícil de sobrellevar.
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