A su manera, Muriel Spark compuso una comedia humana hecha de viejas costumbres decadentes, personajes entrañables y mucha ironía. La intromisión no escapa a estas características. Una divertida fusión de literatura y vida que combina a un grupo de viejos aristócratas y una joven escritora en ciernes.
› Por Laura Galarza
Muriel Spark (Edimburgo, 1918-2006) es una autora inclasificable y, más, desacatada. De esas que se distinguen como un faro en la niebla: dicen lo que quieren y como quieren. La Bestia Equilátera viene rescatando el último tiempo algunas de sus más de veinte obras: Los encubridores, Memento Mori y ahora, La intromisión (que fuera publicada por Emecé en los ’80 como Vagando con intención). Obras que se sacan chispas a la hora de tener que recomendar una. Lo mejor, leerlas a todas.
Cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia. Así podría resumirse, si eso fuera posible, el argumento de La intromisión, escrita por Spark en 1981, y ambientada en la posguerra británica de mitad de siglo. Pocas veces una novela puede leerse, además, como un manual de literatura. ¿Qué es la ficción? ¿Cómo se construye un personaje? ¿Cómo es el proceso creativo? Todo hilvanado por anécdotas desopilantes y de un humor mordaz, donde Spark termina demostrando que, como en la vida, en literatura las cosas son como las queremos ver.
“Usted es un demonio”, le dice Sir Quentin a la joven Fleur Talbot, a quien había contratado para “mejorar literariamente” las memorias de un grupo selecto de amigos, todos viejos como él, pertenecientes a la aristocracia británica y autodenominados “Asociación Autobiográfica”. Fleur, que por las noches escribe su primera novela y sueña con publicar, acepta entusiasmada el trabajo que le ofrece Sir Quentin: “Lo que me hacía feliz era el regalo que me ofrecían esas yemas de los dedos que se tocaban, esas palabras cobijadas como en un nido cuando dijo, señalando el mueble: ahí hay secretos”. Pero Quentin queda desconcertado cuando, al cabo de unos meses, descubre que su empleada alteró las memorias. “La verdad no se lleva bien con el arte”, se justifica Fleur ante sí misma: “Estas composiciones eran un suplicio para mi espíritu, hasta que descubrí el método para empeorarlas”.
A manera de ejemplo, el diario de Sir Eric, uno de los integrantes del grupo, “un hombre menudo, tímido, caballero del Imperio Británico, comerciante en el ramo del azúcar”, comenzaba el diario recordando su infancia junto a su niñera Nany. Fleur reconoce: “Yo había animado un poco el material haciendo que, en ausencia de los padres, la niñera y su mayordomo se hamacaban juntos en el caballo de madera del niño Eric mientras mantenían al pequeño encerrado en la cocina y limpiando la platería”.
“Siempre me gusta un giro inesperado en las obras”, dice Spark en boca de su antiheroína. Y entonces la trama se vuelve detectivesca, surfeando el absurdo: Fleur finaliza su novela y se la lleva al editor. Pero Sir Quentin la acusa de utilizar a él y a su entorno (entre los que hay también un ama de llaves y su madre, una vieja loca y simpática) para la construcción de su novela y, moviendo algunos hilos, impide su publicación. “Yo ya había escrito mi novela y, sin embargo, era sorprendente cómo ellos se parecían a mis personajes”, reflexiona Fleur: “Son la arcilla con que hice mis ladrillos, me guste o no”. Como contrapartida, algo más ocurre: de manera macabra, toda esta gente empieza a vivir como en la ficción de Fleur. Y lo que ya había sido escrito por ella termina ocurriendo en la realidad, con muertos y todo. En La intromisión es posible que una novela se escriba y luego se viva. O al revés.
Para muchos, Spark (apellido con que se quedó de su ex, su verdadero nombre es Muriel Sarah Camberg) quizá sea reconocida como la autora de La plenitud de la señorita Brodie que, publicada en 1961 y llevada al cine, la lanzó a la fama; o por su título de Dama al Servicio del Imperio Británico otorgado en 1993, por haber colaborado emitiendo noticias falsas para confundir a los alemanes durante la Segunda Guerra, en el Departamento de Inteligencia. Sin embargo, lo primero que escribió Spark en 1951, antes de ser una escritora consagrada, y mientras pasaba hambre en su habitación de los suburbios londinenses, fue la biografía de Mary Shelley. La autora de Frankenstein y otras novelas visionarias llevó durante su vida un diario recuperado por Spark. En él, Shelley escribe a principios del mil ochocientos cosas como ésta: “No deseo que las mujeres tengan más poder que los hombres sino que tengan más poder sobre sí mismas”. Lumen reeditó esta biografía en 1997. En el prefacio, Muriel dice: “Hace treinta y seis años o más, nunca habría imaginado que llegaría a escribir una novela, y en la actualidad no hago otra cosa”.
Muriel Spark murió escribiendo el 13 de abril de 2006, a los 88 años, en un pueblo de la Toscana y alejada de todo.
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