Domingo, 8 de abril de 2012 | Hoy
A más de diez años del estallido, no deja de rearmarse un corpus de novelas de la crisis. Desde la revolución, de Esteban Magnani, se suma con una interesante recuperación de la potencia política del relato.
En El arma en el hombre Horacio Castellanos Moya cuenta el goteo de un soldado de elite, al ser desmovilizado tras los acuerdos de paz que sellaron la guerra entre el gobierno y la guerrilla en un país centroamericano. En Desde la revolución, novela ganadora del Certamen Laura Palmer No ha muerto 2011, el escritor, docente y periodista Esteban Magnani hace un trabajo similar: narra el devenir de la mano de obra desocupada –que estuvo al servicio del poder– por un territorio de posguerra. La diferencia es que Magnani en lugar de presentar a un combatiente feroz de regreso a la vida civil, se ocupa de un ex yuppie de los noventa sobreviviendo en las cenizas de la Argentina del 2002. Y, al igual que el soldado que protagoniza El arma en el hombre, andará por el nuevo mundo que despierta con las municiones que conserva de su vida anterior.
El personaje en cuestión es Otto, un ex lobbysta que entre partidos de golf y fiestas de directorio ayudó a cajonear causas contra la mafia del oro y a rosquear leyes para la privatización de hidrocarburos; un hombre que se mete pastillas de colores como combustible espiritual y que apela a frases de marketing para esquivar situaciones incómodas. Hasta aquí, hechos y características que pueden rastrearse en una buena investigación periodística sobre el poder invisible durante el menemato. Sin embargo, Magnani utiliza estos elementos para crear un universo delirante y verosímil, donde los desocupados deambulan como zombies, los locales ofrecen “kits revolucionarios” –incluye olla, sartén y cucharón– y las asambleas barriales funcionan como terapias grupales o pistas de levante. En otras palabras, Magnani invierte la forma que prevaleció en la literatura de la crisis: ya no alcanza –parece decirnos– con retratar a coreanos llorando o cuerpos desnutridos en tono realista, sino que es necesario el cinismo y la ironía para alcanzar una verdad profunda, más real, que subraye el disparate de lo cierto, que señale las grotescas relaciones de dominio que naturalizamos como inalterables.
No es un dato menor que una de las novelas que mejor trabaja el apocalipsis económico y político del neoliberalismo, utilice el cinismo y la ironía: recursos vilipendiados en retrospectiva por su liviandad, por su actitud bufonesca, filosóficamente cómplices del derrumbe. Es valiente la apuesta de Magnani al discutir la sintonía de época con el “sabor de su propia cocina”. Por ejemplo cuando Mara, uno de los personajes principales, desarma teóricamente los fundamentos de la insolencia vacua o cuando militantes del relativismo, de la izquierda testimonial y del progresismo blanco discuten en asamblea la quema de boletas del ABL como si fuera la toma de la Bastilla. De este modo, al utilizar el cinismo como una herramienta para desenmascarar y no para ocultar, Magnani lo resignifica, le da una dimensión sincera y brutal, vuelve a recargar con pólvora las palabras vacías.
Al igual que Hernán Vanoli en Pinamar, esos meses de furia colectiva nos llegan mediante las notas de diarios privados. Cada personaje está caracterizado por su lenguaje: Otto describe su incursión en las asambleas con una verba utilitarista que analiza costos y beneficios como en un emprendedor ante una inversión; Martín usa giros y modismos barriales mientras aspira a la “salida europea”; y Mara y Juan pivotean entre las transformaciones individuales y colectivas, escritas en una prosa híper escolarizada. En todos los diarios aparece –implícita o explícitamente– la palabra “revolución”. Magnani la saca del estado arqueológico que la había confinado el siglo XX. Desde el título del libro se vislumbra el intento de recuperación. La ubica en un tiempo presente. Y la deja flotar en los deseos y acciones de los personajes. Como asegura Juan, que a comienzos del siglo XXI ve señales de cambios en “la gran unión latinoamericana”.
La literatura sobre la década del noventa predomina en historias familiares, privadas, con una marcada señalización de consumos culturales, como si fueran el último refugio de identidad en un país devastado. Magnani también utiliza esos rasgos, a la vez que amplía la perspectiva al abordar la triangulación entre lo personal, el poder económico y la participación política.
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