Domingo, 29 de abril de 2012 | Hoy
En los Relatos de los confines, Liliana Bodoc regresa al mundo creado en su saga sobre la base de las culturas originarias de América latina. Una manera de entrar por los costados de un complejo y entrañable universo mítico. Es, a la vez, un conjunto de cuentos donde el lenguaje poético no está reñido con la acción y donde la autora reflexiona sobre los modos de narrar la diversidad.
Por Mariana Enriquez
Hace doce años, Liliana Bodoc sorprendió y deslumbró a la escena literaria argentina con Los días del venado, primer volumen de su trilogía La saga de los confines, una obra anómala en las letras locales: fantasía épica a la manera de El señor de los anillos, pero que no reproducía ni el estilo ni el imaginario del género en su modelo anglosajón, sino que se anclaba en la diversidad de culturas originarias de América latina, desde la caracterización de los pueblos –la cultura maya es inspiración de los zitzahay, la mapuche de los husihuilkes, la azteca de los Señores del Sol– hasta el lenguaje y el estilo, un modo de decir inexorable, anafórico, cercano a la tradición oral. En 2002 llegó Los días de la sombra, la segunda –y superior– segunda parte y finalmente en 2004 el cierre con Los días del sol. Y con el final llegaba un logro más e importantísimo dentro del género: la épica americana de Liliana Bodoc no acababa en un nuevo orden disciplinador sino que dejaba latentes futuros conflictos tanto en las Tierras Fértiles como en las Tierras Antiguas, los dos espacios donde se juega la gran guerra mítica que es el centro de la saga, la guerra de los hombres contra el Odio Eterno, encarnado en Misáianes, el hijo de la Muerte.
En 2004, cuando le puso fin a la trilogía, Bodoc aseguraba que no quería escribir otra parte más de la saga, ni continuarla de ninguna manera. Mantuvo esa convicción hasta hace muy poco, cuando sintió que se debía una coda, una visita más a su mundo mítico. Tuvo que releer la saga y reencontrarse con aquellas voces, además de volver a las investigaciones antropológicas que la ayudaron en la primera parte de su trabajo. El resultado es Relatos de los confines: Oficio de búhos, un excelente libro de cuentos que, lejos de atar cabos o cerrar puertas, abre otros tantos, hacia el pasado y hacia el futuro. Algunos cuentos pueden leerse de forma independiente, sin que la lectura previa de la saga resulte de guía obligatoria. “El cuarto hijo”, por ejemplo, narra el nacimiento y la iniciación del malísimo Drimus, pero quien no sepa nada de ese extraordinario personaje, sencillamente leerá una historia clásica de rechazo y resentimiento con insólitas dosis de bestialismo y crueldad; “El mejor nadador, el último Ariki” es una historia sobre los lulus –que ningún fanático de la saga habrá olvidado–, pero también es una reescritura de una leyenda de la Isla de Pascua, así como “La eternidad de una flecha” es una relectura del mito de Orfeo y Perséfone. El resto de los cuentos se disfrutan mucho más como continuaciones y derivaciones de la saga, y se centran casi exclusivamente en la posguerra del reino de los Señores del Sol –en sus intrigas políticas, en su constante conflicto– y en las tensiones hacia dentro de la Resistencia en las Tierras Antiguas: ambos son escenarios que en la saga original habían quedado un poco desbalanceados y sobre los que, definitivamente, había más para decir.
Lo notable es que Bodoc, más allá de la coherencia interna y la consistencia de su trama, jamás renuncia al lenguaje poético. Así, ni bien empezado Oficio de búhos, la narradora dice “Misáianes no tuvo infancia sino un tiempo de fermentación y disimulo” e instala una vez más ese tono profético y bello, que sin embargo es capaz de contar acción –son infalibles las escenas de guerra– y brutalidad, como en el caso de “Los últimos sideresios en las Tierras Fértiles” donde una patrulla perdida de los bestiales soldados de Misáianes secuestran y violan a una mujer y a un niño. A la preocupación por conservar la poesía se suma la reflexión sobre la narración, constante y explícita durante estos relatos: “Aunque me esfuerce en contar, ninguna historia estará completa. Cada narración es un avance o una pérdida que abre cien vacíos, cien preguntas. No es posible narrar todo, porque todo no puede ser narrado”. Pero, ¿qué hace posible la narración, entonces? Bodoc lo contesta, lo pone en boca de los personajes. El motor de la narración es el conflicto. “A partir de la encarnación del Odio Eterno es posible narrar” dice directamente Nankín de los Búhos y más tarde, el mago Foitetés le dice a la Muerte, madre del Odio: “El que llamas tu hijo desea un mundo carente de lucha”. Por eso estos Relatos de los confines continúan ese gran logro de la saga: negarse a un punto final tranquilizador o a una dominación que aquiete o aplaque las diferencias. El conflicto es positivo, es lo contrario a la quietud del abismo, es lo que hace posible las diferencias. En estos cuentos hay más preguntas que respuestas, los héroes siguen siendo complejos y llenos de fallas, las heroínas presas de la envidia, la intriga e incluso la depresión. Hacia el final, Bodoc pone en palabras de Cucub, el poeta y guerrero zitzahay, el espíritu inquieto que reina sobre estos textos, que los dota de su tan particular magia. Dice Cucub, y dice Bodoc: “Sean artistas sin poder serlo. Nadie más que un artista es capaz de ser lo que no es, ni puede. ¿Se confunden, se enojan, se asustan? He ahí el único modo de cantar”.
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