Viajes, exilios y un pantallazo de los problemas del mundo en el filo del siglo XXI, en la novela de Hans Joachim Schädlich, un exitoso escritor alemán que ahora empieza a difundirse en Argentina.
› Por Fernando Krapp
Se viaja por varios motivos. Se viaja por placer, por turismo, por aventura. Se viaja para perderse y olvidarse de uno mismo; para perderse y olvidarse de los otros. Se viaja por trabajo, por diplomacia, por mercados inexplorados. Por exilio. Se viaja porque se viaja. Para conocerse a uno mismo o para desconocerse; para conocer o para seguir desconociendo todo. El viaje es un concepto tan intrincado y absurdo que en rigor pertenece al mundo de la fantasía, las ilusiones y la memoria. El viaje de Kokoshkin, de Hans Joachim Schädlich, narra tres viajes, y dentro de esos tres se narran otros. El primero transcurre en uno de esos cruceros modernos que no sólo flotan sobre las transiciones oceánicas sino también sobre los limbos de la realidad. Las charlas circulan: política exterior, la realidad norteamericana, el terrorismo. Los diálogos escuetos, concisos, deambulan entre los pasajeros como si el peso de su conversación estuviera en otro lado. Entre los tripulantes, viaja Kokoshkin. Un biólogo de origen eslavo, especialista en botánica, catedrático octogenario, quien, detrás de su poca gracia en el arte del karaoke y sus coqueteos constantes a una arquitecta a quien dobla en edad, arrastra consigo una historia cargada de exilios, desarraigos y viajes obligados. Kokoshkin lleva marcado en sus ojos la cartografía íntima de quien acostumbra a viajar sin mapas ni destinos, obligado al movimiento por la fuerza del contexto. En paralelo – como en un montaje alterno– el libro narra otro viaje; el que Kokoshkin realizó en la última década del siglo pasado con su viejo amigo Jakub Hlavácek, un bibliotecario divorciado por aburrido, que discurre sus días jubilado sin mucho para hacer, y que, para hacer algo, decide acompañarlo y oficiar de entrevistador camuflado.
Viajan entonces a San Petersburgo, Rusia, donde Kokoshkin, a medida que avanzan en kilómetros retrocede y se diluye en el tiempo, para reconstruir a fuerza de memorias erráticas e inexactas, las casas demolidas, los comercios olvidados, los rincones donde algo alguna vez vivió, los fantasmas de su ciudad natal. Y al igual que si leyéramos una entrevista oblicua, Kokoshkin pasa a relatar (a organizar) los vaivenes de sus movimientos: la muerte de su padre, el escape con su madre hacia Alemania, la insistencia para empezar la universidad, la búsqueda de becas y de trabajos, y la previsible huida a Praga después de que el nacional socialismo invadiera como una plaga el ser alemán, hasta que finalmente logra escapar hacia Estados Unidos. Schädlich conjuga en su texto varias apuestas: la de construir un relato que sostiene a un personaje bajo la forma de una biografía apócrifa, donde los personajes reales tales como Iván Brunin, Nina Berberova y Maximo Gorki se cruzan con Kokoshkin para tejer una red política a la historia. En ese defasaje, Schädlich en muy pocas páginas les da un evasivo marco a los máximos acontecimientos del siglo XX con sus dislocaciones políticas y sus dramáticos vaivenes.
Hans Joachim Schädlich es un escritor prácticamente desconocido en nuestro país. Nacido en Reichenbach en 1935, doctor en esa extraña clase de orientación literaria alemana que se llama “Germanística” con una tesis sobre la fonología del dialecto de Vogtland, exiliado de la RDA gracias al caso Biermann, traductor y periodista científico, discurre sus días actuales en Berlín, mientras cosecha premios como el Kleist, el Böll, el Schiller, entre varios más.
Con su prosa seca, un poco tosca, con un extraño manejo de la reducción, de la condensación elocuente, y del humor de piedra (es un alemán, después de todo), El viaje de Kokoshkin quizá no sea la mejor manera de llegar a este escritor que tiene una larga trayectoria, pero refleja muy bien esa clase de trance que el mundo vivenció durante el último siglo; el carácter moderno que el nomadismo intelectual europeo adquirió en sus distintas facetas, con la utopía de encontrar en Estados Unidos una anhelada pero engañosa calma política.
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