Rafael Pinedo dejó una obra trunca pero consolidada con dos novelas: Plop primero y ahora, Frío, obras que bien pueden considerarse eslabones reencontrados de la ciencia ficción argentina.
› Por Fernando Krapp
Existe toda una legión de escritores que configuran un canon fantasmal: el de los finalistas de premios literarios. Escritores que con una novela arañan el verdadero premio mayor de un concurso (aunque la plata también viene bien): la publicación. Pero al no lograr el tan anhelado reconocimiento, por causas ajenas, caen nuevamente en la nebulosa de la circulación entre distintas editoriales, en la búsqueda desesperada de un nuevo editor hasta volver al lugar de origen: el cajón. Los vaivenes del mundo literario hacen que cada tanto esas novelas perdidas salgan del cuarto oscuro, y renazcan con otro sentido en una nueva época, o para un público que, en apariencia, sí sabe valorarla. Hay muchos casos. Uno de ellos es Frío. La última novela del escritor argentino Rafael Pinedo fue finalista del premio Planeta y tiempo después encontró la luz en la editorial española Salto de Página, luego incluso de la prematura muerte del autor en el año 2006, que lo convirtió en un mito subterráneo. El prematuro fallecimiento del autor hizo que lo que parecía una carrera distinta y prometedora quedara en apenas dos novelas y media. La historia de Pinedo es algo conocida: a los 18 años quemó todos los cuentos juveniles, y no fue hasta cumplir los cuarenta años que decidió, después de asistir a un taller literario, volver a escribir.
En 2002 Pinedo ganó el concurso Casa de las Américas con Plop. Su primera novela era un relato pos apocalíptico, sobre un jefe en una tribu humana que deambula por los despojos de una civilización, narrada con un lenguaje seco, tosco, sucio, despojado hasta de verbos, alejado de las convenciones floridas de la prosa maravillosa, o incluso de las clásicas novelas urbanas argentinas con sus neuróticas obsesiones del yo. Plop, como dice Pinedo en una entrevista para la ocasión, tenía todas las chances de no ganar el premio más latinoamericano de todos. Pero tenía, eso sí, un gancho fuerte y ancestral: contaba una historia con muy pocos recursos, y lo hacía bien. Sin caer en la épica, contaba una historia sobre elegías en un mundo destruido, hablaba de traiciones y ambiciones destructivas. Sin caer en lo nacional, hablaba de la realidad argentina de la crisis. Pinedo desempolvó (o se apropió de) un género con escasa tradición nacional (con algunos casos aislados, contemporáneos y no tanto, como El año del desierto de Pedro Mairal o La muerte como efecto secundario de Ana María Shua) y generó una novela maravillosa.
En Frío aparece el mismo tema: una situación extrema en un futuro incierto. En este caso, la destrucción se debe al avance del frío que no se explica, y que tampoco importa de donde viene ni por qué. El frío hace que el personaje principal se recluya, y en ese confinamiento se genera el clima y la red donde se mueve. Surge, entonces, la lógica interna de un grupo, y al igual que en Plop, el respeto por la norma cultural incluso en las situaciones más extremas. Aunque el conflicto en este caso no es grupal sino individual. El tiempo se congela y el personaje pierde la noción del entorno –un convento– y sus límites. Ante una horda desesperada de ratas, decide realizar una práctica que sostenga y dé algo de respiro al futuro de la humanidad: las evangeliza.
Si bien ambas novelas funcionan como una suerte de díptico, la diferencia sustancial entre ambas es que en Plop la trama estaba al servicio del arco de transformación del personaje, mientras que en Frío el narrador está al servicio de una visión; el mundo exterior congelado y el repliegue interno como búsqueda de calor, y por ende, de sentido. Al igual que en las primeras novelas de Ballard, donde la visión del futuro se convierte en una ilusión de realidad, Pinedo da rienda suelta a su prosa, y se permite descripciones tanto de sensaciones como de ambientes. Obviamente, la textura de Frío se debe a las demandas que la propia novela genera, y el narrador es consciente de ellas. Textura, vale decir, que parecía generar una nueva manera de contar, donde se avistaba otro tipo de narrador en Pinedo. Proceso que, si bien quedó trunco en su cauce, empieza a fluir ahora, afortunadamente, hacia nuevos y futuros lectores.
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