Una maravillosa máquina de producir historieta. Así es como Kwaichang Kráneo define al blog Historietas Reales en los agradecimientos finales de El cuervo que sabía, y no le falta razón. El cuervo... es la segunda serie que hizo para el sitio que revivió al género local en su generación online, la primera compilada en un volumen. A diferencia de sus compañeros de proyecto –más cómodos en el formato autobiográfico, y con sus tiras hace tiempo convertidas en libro–, Kráneo fue el primero en empezar a desmarcarse del Reales del título, como bien supo señalar el guionista Federico Reggiani. Ya en su primera serie, La cárcel de 8 huesos, en la que seguía los lineamientos originales del blog, la ficción terminó tomando por asalto al relato. Es que el neuquino Carlos Lima –alias Kráneo– es un historietista nato, de esos para quien la narrativa está vinculada naturalmente con el dibujo. Y viceversa. Suerte de cruza imposible entre Milton Caniff y Moebius, Kráneo presenta en El cuervo... todo su particular universo. Subtitulada como “un melodrama de ciencia ficción”, su protagonista es el púber Mono, último sobreviviente en un mundo destruido. Acompañado por un compinche imaginario llamado Lobo, deambula por un paisaje apocalíptico, donde descubrirá el deseo. Historia que seguramente es punto de partida de otras historias aún por venir (hay algunos bonus track a modo de epílogo), El cuervo... deslumbra no sólo por su trama –deudora de autores como Dick o Cordwainer Smith–, sino por la forma de contarla. Y por el hecho de que, con él, Kráneo abre admirablemente la puerta como un artista fértil, dándose a conocer.
“No es fácil ser preposmoderno acá y ahora”, elogia Juan Sasturain en el prólogo de Reparador de sueños. Y su caprichoso doble prefijo obedece a que la obra del guionista Santellán y el dibujante Serafín es una historia que sabe jugársela por partida doble. Por un lado, jugando el juego de la utopía negativa, describiendo una sociedad totalitaria –la geométrica ciudad de Polonia– en la que los sueños son manipulados por el poder. Su protagonista, Cacho, es un humilde reparador de sueños, con tallercito, mate y facturas. Y es, también, la clave del segundo sufijo en cuestión. Porque su sencilla presencia es la que impide que la trama caiga en las habituales tentaciones heroico-discursivas de semejantes historias. Con una sutileza no exenta de poesía en los textos, y un dibujo que hace real –y simple– lo irreal, Santellán y Serafín han creado una obra compleja, pero que no juega a serlo. Escrita en Moreno y dibujada en General Roca, Reparador... ganó el premio Ñ de historieta, con un jurado integrado por Sasturain y Altuna, entre otros. Es el segundo logro de la dupla, premiada también en el festival rosarino Crash Bang Boom. A los memoriosos, Reparador... podrá hacerles recordar las personalísimas historias futuristas que la dupla yugoslava Ilic-Kordej publicaba en la revista española 1984. Los cinéfilos mencionarán Brazil, donde un oscuro protagonista también enfrenta a los totalitarios en busca de su amada. Pero la obra de Santellán y Serafín sólo se termina pareciendo a sí misma, por la forma en la que escapa de todas las trampas escondidas en la clase de historia que eligieron contar.
Tango y prostíbulos, sueños y traiciones, falsas ilusiones y eternas melancolías. Con ese material es que Jorge González construyó el admirable Fueye, obra atribuida sólo a su autoría, aun cuando reconozca hacia el final del volumen la inspiración del guionista Pablo de Caro y el tanguero Marcelo Mercadante, que aparecen como personajes en una extemporánea coda autobiográfica bautizada Así nomás. Ganadora en el 2008 del premio otorgado por la subsidiaria española de la cadena FNAC y la editorial indie Sinsentido –y heroicamente reeditada de este lado del Atlántico por la editorial Común–, Fueye es una obra mayor, impresionante, que deja sin aliento. A años luz, por ejemplo, de Hard story, el debut de González con guión de Horacio Altuna. Con una libertad estética admirable, su dibujo aquí se apropia de la página y es a la vez boceto y obra final, mientras que su historia se despliega con las mejores armas narrativas, casi cinematográficas. Tragedia tanguera en tres actos, Fueye cuenta la vida de Horacio, testigo en pantalón corto primero de la desgracia de Vicente, luego renegando de su clase y su talento, y más tarde tropezando ante la aparición de la esperanza bajo el nombre de Agata. Para el final queda el backstage existencial, en el que el autor despliega el tango del destierro por elección y la añoranza por decantación. Pero lo que vibra en el ocasional lector son los poderosos personajes, la ejemplar puesta en escena, y la presencia de unos dibujos que hacen real todo lo que cuentan, sin necesitar ser literales, tan sólo siguiendo casi a ciegas la melodía de la tragedia.
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