Exito del under literario ligado a la poesía oral, Sagrado Sebakis explora en Gordo las redes sociales desde adentro.
› Por Elsa Drucaroff
“El MSN sigue abierto. Me lastima no poder poner refresh y que toda la lista de amigos que tengo cambie por otra.” En la vida real, el narrador personaje de Gordo es un joven depresivo sin domicilio fijo y con trabajo esporádico; pocas veces logra dormir seis horas porque sus 170 kilos le producen apnea. En la vida virtual, en cambio, vive en eufórica y ansiosa hiperactividad, aprieta la tecla refresh constantemente, consume dosis descomunales de información en múltiples pantallas abiertas, se comunica por todas las redes sociales y se masturba en cada sitio porno.
La escritura de Gordo es paradójica: por un lado, noches de mal dormir y diversas formas de angustia e inmovilidad; por el otro, movimiento mental frenético. Por un lado, se fascina por el yo que se mira escribir, sufrir, autodestruirse; por el otro, se fascina por esta civilización (música, cine, TV, comics, literatura, siempre mediados por la web), se fascina por los demás, cuya humanidad analiza, por la generación a la que pertenece, que nació tejiendo su subjetividad en pantallas, en la interacción virtual con otros que aparecen en pantallas, en la construcción virtual de personajes, actividades, debates y discursos que circulan por pantallas. En el vértigo del siglo XXI Gordo es parte de la página que sigue, no es un libro de post-dictadura. Es que si (como propuse en Los prisioneros de la torre) la nueva narrativa argentina que empezaron a escribir los jóvenes desde los ’90 y se visibilizó recién entrado el siglo está marcada por el terror de la dictadura y por la democracia derrotada que llevó al 2001, Gordo ya es puro presente. ¿La post-dictadura empieza a terminarse? ¿Será este libro una de las primeras afirmaciones generacionales de un presente que ya no es sólo derrota, que puede definirse por sí mismo, aunque la definición no sea optimista?
Gordo no es exactamente una novela, pero es ficción que cuenta cosas; hace reír pero es terrible; tiene momentos de perfección clásica pero experimenta. En su ritmo enloquecido, en el yo que discursea con paroxismo hay tristeza, soledad, pero no melodramatismo. Para ser “literatura del yo” Gordo carece de intimidad y egolatría: su narrador se la pasa mirando el mundo y sus reflexiones sociales son agudas. Se distancia de la profunda amargura de la risa de post-dictadura. La risa amarga de Gordo, paradójicamente, es festiva, infantil, de cachorro que retoza: “Tiene 20 años, vive a media cuadra de mi casa, le gusta cocinar y pretende chuparme la pija diariamente. Acá tiene que haber gato encerrado”.
La voz del cachorro jodón y autodestructivo es coherente con el proyecto de literatura oral que Sagrado Sebakis lleva a cabo junto con más escritores de la muy nueva camada (en el SLAM argentino de poesía oral; en el dúo “Poesía estéreo” con Diego Arbit; en el ciclo Sucede en Casa Brandon) y junta cientos de jóvenes. La obra literaria y oral de Sebakis lo consagró en el under literario. Gordo es parte de lo mismo: literatura escrita para leer y ser escuchada, eslabón del circuito de vivir- escribir-actuar-interactuar en la web-pensar el mundo-marcarlo-dibujar la literatura nueva de la nueva interacción social.
Tal vez por eso Gordo hable de tantas obras, pero no reconozca linajes:
“La última comunicación que tuve con mi madre fue aproximadamente hace un mes, le envié un mail diciendo: ‘soy Seba, estoy bien, saludos’. Ella me respondió con un mail vacío. Se podría decir que tenemos una relación minimalista”.
“El frío seco, el frío del sur, es como la mano tensa de un padre que, educado a los golpes, intenta contenerse al enseñar el invierno a sus hijos, volviéndose firme y seco. Un padre que si bien no sonríe, tampoco daña.” Madre vacía, padre abstracto, helado: la literatura diferente hoy se hace sin límite ni amenaza mientras (diría Vallejo) el dolor humano, inacabable, sigue creciendo en el mundo a cada rato.
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