Después de darse a conocer su última gran novela inconclusa La grande, empieza la publicación de los borradores inéditos de Juan José Saer. Papeles de trabajo es la verdadera historia de la preparación de un escritor, para la literatura y también para la vida. Textos que luego serían reformulados, poemas, comentarios y lecturas arman un universo en ebullición que los fieles lectores de Saer sabrán apreciar en todo su esplendor.
› Por Susana Cella
Quizá podría imaginarse a Juan Jose Saer, en sus momentos de vehemencia, protestando contra la publicación de las diversas anotaciones que, a lo largo del tiempo, acopió en un conjunto de cuadernos, libretas y páginas sueltas. La publicación de los “papeles de trabajo” (título que resume el heterogéneo conjunto) remite, una vez más, a la discusión acerca de si es lícito o no dar a conocer aquello que un escritor no quiso incorporar a su obra. Entre lo que aparece como una traición y el interés que suscita leer algo más de una figura canónica, parece prevalecer siempre lo último, que termina siendo una especie de agradecimiento hecho con las debidas prevenciones en atención a los designios del autor y su potestad para con sus escritos.
Aun cuando el propio Saer recurriera a ese tópico de la historia de la literatura que es la quema de inéditos, amenazando con echar al fuego sus apuntes, tal negativa a la publicación, en este caso, apuntaría a marcar una línea definitoria entre aquello que por ser “palabra justa” puede ir a la imprenta, en tanto lo otro queda en la zona de los intentos (exitosos o fallidos) reservados a la privacidad. El hecho de que estos papeles hayan sido conservados deja una posibilidad, una disponibilidad de herencia, que, como suele suceder con los legados, va más allá de la voluntad expresa del donante. O quizá cumpla un deseo recóndito.
En tal sentido, interesa este proyecto de dar a conocer el conjunto diverso de “borradores” (“Borradores de toda la obra, no manuscritos de libros publicados”, según señala en el prólogo Julio Premat al referirse minuciosamente a las características de los papeles saerianos y a los criterios de publicación de fragmentos o primeras versiones de libros luego publicados, como El limonero real o La ocasión, relatos a veces inconclusos o bien, con el efecto de un cuento terminado, opiniones, citas con mención de la fuente como si quisiera tenerlas disponibles, registros que dejan ver impacto de lecturas, así por ejemplo, Los demonios de Dostoievski, anotaciones breves para fijar alguna frase a ser expandida, esquemas de relatos, reflexiones sobre la escritura, la ideología, la sociedad o convenciones o prácticas relacionadas con la institución literaria, muchas veces de elevado tono crítico o irónico.
Lejos de ser un diario íntimo, estos papeles bien pueden compararse con el conjunto de apuntes de quien está estudiando o investigando un tema. En tanto registro de ese camino de un particular aprendizaje no formal ni lineal, surgen entonces estos ensayos, si por tal cosa entendemos no meramente el género así denominado (que, por otra parte, también está) sino, en un sentido más amplio, ensayo (como se dice ensayo y error, o sea, pruebas, tentativas, anclajes, certezas, derivas e interrogantes).
No se trata entonces de dar a conocer la “obra inédita” ni de una edición póstuma, como fue en el caso de La grande o Trabajos, sino de mostrar una escena que recuerda un seminario de Roland Barthes, La preparación de la novela, y aunque no todo sea novela en las notas saerianas, los problemas relacionados con el relato ocupan un lugar más que destacado. Saer recuerda a Pavese cuando decía que narrar es monótono, “la contra del narrador reside en que ya está enterado de todo y que muchas veces la simulación realista con que se ornamenta una narración no es más que un mar de superfluidad en el que se deja caer una islita de intuición poética”. Lo que nos lleva a considerar una zona que en la obra saeriana ocupa un lugar bastante acotado si de géneros hablamos, la poesía, teniendo en cuenta el único volumen de este tipo de textos titulado, paradójicamente, El arte de narrar. En los cuadernos, hay poemas como “En el día de todos los santos”, donde es posible encontrar la huella del tono saeriano y a la vez una modulación diferente: “En el día de tus siervos, hablo contigo cara a cara”, dice a modo de plegaria dirigida a Dios y repite, como deseo y pedido, su indagación por el sentido del mundo: “Queremos descifrar la muerte, la vida, el aire, los veranos”. Lo mismo se nota en “La palabra también es visible”: ... escrita en el cielo,/ su forma es azul y su textura la del aire.../la tierra virgen, dada en totalidad, acepta nuestros largos abrazos,/ piedra de sueño, o sueño de piedra,/ sumisa sin embargo a un orden real.// Ya no veo en los árboles sino un llamado”. Ambos poemas están fechados en 1963. La lectura permite inferir de un modo raigal que estos inéditos son testimonios de un camino que va recorriéndose para consolidar una obra sobre la base de la búsqueda (y encuentro) de la palabra propia.
Ni complemento ni explicación de lo publicado, los “papeles” representan la fragua de la escritura, día a día, paso a paso, en lo que fue definitiva elección, es decir, ser, con asumida responsabilidad y extrema conciencia, un escritor. De ahí también, como si resonara algún eco sartreano, qué escribir y, en tal sentido, la relación entre la escritura y la realidad. Incesantes han sido, y manifiestas en su obra, las preguntas de Saer sobre la posibilidad de conocer lo real, esa “selva espesa” que consideraba la patria de un escritor. En las disquisiciones sobre el asunto puede llegar a sostener que “Borges es un gran escritor realista, ya que el objeto principal de toda su obra es el de tratar de esclarecer la naturaleza de la realidad”.
Pero el problema no se resuelve en postulaciones, sino que, como sucede con las nítidas imágenes saerianas, ancla en hipótesis vinculadas con el inmediato entorno y con cuestiones que atañen a modos de escribir donde se traban la ideología y la literatura. Así, el fragmento que se inicia con la percepción de una familia recogiendo arvejas, ante lo cual no puede sino afirmar: “Ver trabajar tan duramente a esa gente le ha dado un sentido a mi propio trabajo, que es la literatura”. El matiz confesional, qué escribir y para quién (¿para ellos?, ¿para “los estúpidos y los ciegos”?) da lugar a una perspectiva de la sociedad tanto como del posible lugar del letrado. Entre la visión de esa gente trabajando a destajo, “víctima absoluta y por lo tanto libre de culpa pero también de salvación”, y su propia contemplación, surge el lugar de un narrador “si el mito”, es decir, el relato, “es de veras el comienzo de todo camino abierto en dirección a la luz”. Entonces, la pregunta, “¿cómo los narro?”, seguida de una hipótesis de narración de “la vida desnuda”.
Es sobre ese fondo sin mediaciones que se abre la pregunta por el sentido (de la vida y de la escritura). Como un núcleo altamente significativo, tales reflexiones son reconocibles en muchos pasajes de sus novelas, en las magníficas imágenes forjadas a partir de la materia pobre: chapas, bolsas del plástico, fierros viejos, ranchos.
Si bien, como se dijo, los “papeles” son otra cosa que la obra publicada de Saer, inevitablemente remiten a ella y propician reencuentros, por ejemplo con fundamentales personajes saerianos como Tomatis o con la poeta Adelina, protagonista de un relato imborrable, “Sombras sobre un vidrio esmerilado”. Y al mismo tiempo, en sus andariveles en el tiempo y el espacio, los papeles no dejan de ser una brillante lección de escritura en acto.
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