Domingo, 22 de julio de 2012 | Hoy
Por Juan Pablo Bertazza
Una de las razones que, en su momento, hicieron de Gran Hermano un producto rentable fue el ya obsoleto y desgastado lema según el cual el reality show era como “la vida misma”. El éxito profético de esa frase radicaba en que, acaso, detrás de esa gran mentira se ocultaba una gran verdad. En Rating, el venezolano Alberto Barrera Tyszka, ganador del Premio Herralde 2006 por La enfermedad, y uno de los escritores que más dan que hablar en su país, se dedica no tanto a indagar en el universo de reality shows y culebrones latinoamericanos sino más bien en la riquísima y no tan explorada intersección que existe entre la televisión y la vida cotidiana. Se trata de una novela en la que hay tres grandes voces: Rafael Quevedo, un productor que intenta salvar su cabeza y el rating de su canal con un proyecto innovador: hacer un reality show pero no con gente linda, saludable y simpática sino con indigentes, que además cuente con la estructura y los ingredientes del culebrón. Pablo Manzanares es su asistente, un joven estudiante de Letras que recién llega al canal por recomendación de su madre y, por último, Manuel Izquierdo, un libretista que acaba de cumplir cincuenta años y ostenta una trayectoria que incluye muy buenas cifras de audiencia en muchos de sus productos y un escándalo mediático. Mientras el proyecto inicial va sufriendo distintas decepciones y modificaciones en su concepción original, la dinámica entre los tres responsables de la creatura también va modificando su situación tanto en el canal como en su vida.
Con la experiencia que le dio su trabajo como escritor de guiones de telenovelas durante veinte años para canales de varios países latinoamericanos, a medida que se desenrolla esta muy entretenida historia, con algunos recursos narrativos que incluso pretenden imitar la retórica televisiva, Alberto Barrera Tyszka da a conocer la mecánica del melodrama y ciertos vicios del mundo de la televisión. Aunque el libro nos deja con ganas de saber qué sucede en sí con el reality show (que, como en Esperando a Godot, siempre se aplaza su llegada), la gran virtud de Rating está en diseccionar esa franja donde la vida y la televisión se funden.
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