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Domingo, 5 de agosto de 2012

NO SE LO DIGAS A NADIE

Luisgé Martín es un escritor español al que le gusta adentrarse en los secretos y bajorrelieves del deseo humano. Escribió una continuidad de La muerte en Venecia en la que Tadzio ya no es un floreciente efebo, sino un hombre ajado por la vida, y una serie de cuentos donde abordó, entre otros temas espinosos, la vida de una adolescente que dejaba espiar en la web la vida cotidiana de su habitación. La mujer de sombra acaba de generar un escandalete entre escritores. Una discutible lectura de Freud y, desde luego, la libertad del escritor en el centro de la polémica.

 Por Laura Galarza

Lo primero que hay que decir es que La mujer de sombra generó, tras su publicación en España, algo de controversia dentro del mundo literario local. Durante una de las presentaciones de la obra, el escritor Fernando Marías dijo al público: “Quiero decir que hay personas en el entorno de Luisgé, algunos con nombres y apellidos muy conocidos, que han leído la novela, se han sentido perturbados y le han dado la espalda”. A lo que el autor se encargó de poner paños fríos, respondiendo que simplemente algunos lo acusaban de haberse “extralimitado como escritor”. Todas estas controversias que, como se verá continuación, tienen un oscuro borde sexual, no se dirimieron en los grandes medios sino en blogs, lo que habla del carácter asordinado de la polémica.

Más allá de la controversia, Luisgé Martín, que en verdad se llama Luis García Martín y que firmó hasta 2009 como Luis G. Martín, escribió anteriormente cuatro novelas y dos libros de cuentos, todos en derredor de temas como la identidad y el secreto, algo así como el doble fondo de las personas. “Creo que el escritor es alguien que tiene una capacidad extraordinaria de atender, de espiar, de escuchar, de descifrar las cosas menores e imperceptibles, de chismear”, declara Luisgé. Aunque eso mismo podría decir Eusebio, el personaje de La mujer de sombra, que tras el nick de “Segismundo” se dedica a visitar sitios de chat sexual, para ver cómo les gusta gozar a los otros: Tarantino, jubilado bisexual que ve pornografía y seduce a extraños; PrincesaSucia, ama de casa que mantiene sexo con su perro mastín de tres años; Martina, la viuda del edificio que atiende a los vecinos que golpean a su puerta en pijama; Cruella, que ata a los hombres con arneses, los obliga a lamerle los pies y comer en tazones para perros. Este turismo voyeur al que el lector se ve arrastrado a través del fisgoneo incansable de Eusebio viene dentro del pack “entorno lúgubre y decadente, alcohol, drogas varias, cajas de delivery desparramadas por la alfombra y poca ducha”. Porque, nobleza obliga, aclaremos que Eusebio no necesita trabajar: es huérfano desde chico y heredó una fortuna “exagerada” que le permite vivir en un estado atemporal y sin las preocupaciones del hombre común. Ahora bien, ¿qué lleva a Eusebio a no poder parar de adentrarse en esa caverna oscura y escatológica? En el arranque de la novela, Eusebio se cruza de casualidad con su viejo amigo Guillermo. Van a tomar un café y su amigo se confiesa: en paralelo a su aceptable vida familiar mantiene una relación sadomasoquista con una mujer de quien sólo sabe su nombre. Ella se limita a abrir la puerta, él entra y se somete a vejaciones varias. El lector asiste a los pormenores de esa práctica, y de todas las que aparecen a lo largo de la novela, en primerísima fila. Porque Luisgé pone todo el acierto de su prosa al servicio de resultar explícito y a la vez medido en cada una de las escenas pornoeróticas que constituyen la mayor parte del libro. Ahora bien, pasan unos meses de ese encuentro y Guillermo se mata en un accidente. A partir de ahí Eusebio se propone encontrar a esa mujer de la que su amigo le habló. Y la encuentra, aunque ella no parece ser la misma que sometía a su amigo. Desde entonces comienza un intrincado camino donde Eusebio se obsesiona en buscar algún indicio de esa otra mujer de la que, además, termina enamorándose.

La mujer de sombra. Luisgé Martín Anagrama 228 páginas

A las claras, esta novela no tiene que ver con el secreto y el quién es quién en realidad. O al menos, no sólo con eso. Hay un trasfondo más denso y oscuro. Después de la muerte de su amigo y deambulando por las calles de Bangkok (en uno de los tantos viajecitos que se da el lujo de hacer Eusebio) se siente atraído por lo que a lo lejos y en penumbras parece ser una mujer. Pero que a todas luces resulta ser una niña: “pechos sin relieve, vientre flaco, caderas estrechas”. Un hombre la ofrece por diez dólares. Eusebio no acepta, pero se siente excitado y confundido. Esa fantasía (la de sentirse atraído por el cuerpo de una niña) es la que va a ir deslizándose, como una marea negra, socavando la novela y tensándola hasta causar una incomodidad casi física. Porque, finalmente, eso que el lector piensa todo el tiempo que no va a suceder, sucede: Eusebio cruza al otro lado. “Atraviesa una línea que no puede volver a cruzarse en sentido inverso.” Y esa línea es la que separa la fantasía del acto. Sabe que hay mucha gente que pasa toda su vida sin conocer esas emociones, que muere sin haber pisado el filo del abismo. ¿Qué clase de vida es ésa?, piensa Eusebio.

El libro de relatos El alma del erizo, publicado en 2002, abre con una historia basada, según las declaraciones del mismo Luisgé Martín, en un hecho real inspirado en una noticia acerca de una niña de pocos años que había colocado una webcam en su dormitorio y cobraba a quien quisiera conectarse con ella.

“Siempre me han interesado esos impulsos que reprimimos, que nos ocultamos a nosotros mismos y que sin embargo constituyen en muchos casos lo más personal de cada uno”, declaró Luisgé intentando responder a las controversias en torno de La mujer de sombras. Y continúa: “Es como creer que los niños son dulces, tiernos y generosos. Ya dijo Freud que el niño es un gran hijo de puta y que es la sociedad la que lo civiliza”. Por fuera de la discusión en torno del valor literario de una novela, pero no sin dejar de ubicarlo en relación (dado que en esta novela hay niños) se impone aquí hacer un alto y dejar claro lo que constituye una grave deformación conceptual. Porque Sigmund Freud, lejos de hacer afirmaciones de tipo moral acerca de la niñez, revolucionó el paradigma de la infancia al considerar al niño como sujeto y a la condición humana como sexuada. En este mismo sentido, el argumento de La mujer de sombra, que pareciera susurrar al oído que “todos tenemos secretos”, puede llegar a descolocar, confundir y hasta violentar al lector, en aquellos pasajes en que la intimidad y el secreto, el mal y la perversión, parecieran estar a un paso de ser lo mismo y respondieran a idénticas categorías.

Quizá la habilidad de Luisgé Martín como escritor radique justamente en llegar a provocar esta revolución a la vez que tiene al lector atrapado en una trama ágil y entretenida. A la manera de esas imágenes que se utilizan para ejercicios oculares, donde luego de mirar un rato con atención el ojo se acomoda y ve lo que se esconde debajo.

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