› Por Claudio Zeiger
¿Quién puede dudar de que el tiempo, el paso del tiempo, el tiempo perdido y todo lo que se pierde mientras se pierde el tiempo, son los temas literarios por excelencia, la materia prima de la ficción? La diferencia estará en el tono: cuando a la vida y la muerte (las dos instancias que en definitiva separa el tiempo) se le agrega solemnidad, estamos sonados. Ricardo Feierstein se pone del lado opuesto de la solemnidad sin recaer en la bobada optimista. Muy por el contrario, su narrador es un hombre muy razonable que parece aceptar con hidalguía, bien derechito, el paso del tiempo. El problema es que por el camino se le cruza –o, mejor dicho, se le vuelve a cruzar– Gonzalito, “el existencialista”, su amigo de adolescencia. Gonzalito se empeña no sólo en recuperar el pasado sino en revivirlo, mediante la búsqueda de las “novias perdidas” a las que alude el título. Constituyen un verdadero dúo cómico/ filosófico. Gonzalito va a enredar a Javier en una trama metafísica que se va desplazando del lado detectivesco y hasta fantástico de la vida.
Las novias perdidas no transcurre en cualquier lugar. O mejor dicho: transcurre en un lugar común, cualquiera pero irreemplazable: Villa del Parque, “ese lugar del mundo donde ambos transcurrimos nuestras vidas durante una veintena de años”. Y agrega, con notable precisión: “Las imágenes de época son indestructibles: es difícil sentirse solo en un barrio de infancia, porque cada uno está pendiente de la mirada del otro. Eso a veces es duro pero gratifica el alma. Después, crecimos”.
El lector se verá impulsado a tener que elegir entre dos puntos de vista de la vida: el del narrador razonable o el de su desquiciado amigo. En esa apelación, y en la respuesta emotiva que genere, reside el desafío que se planteó Feierstein, desdoblado. Las novias perdidas trata del paso del tiempo en un barrio como Villa del Parque (o Flores o Palermo), y esto lo conecta con una tradición barrial elegante, donde no dejan de sonar y resonar Marco Denevi, Isidoro Blaistein y Alejandro Dolina y si me apuran hasta Bioy Casares. Y escuchando los latidos de ese corazón suavizado, tan de canción de Buenos Aires, logra sus mejores momentos.
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