Domingo, 4 de noviembre de 2012 | Hoy
Por Sebastian Basualdo
Hay personas a los que uno ya no quisiera volver a ver nunca más, no cruzarlas siquiera por la calle ni en una fiesta, ni mucho menos pensar que podrían recurrir nuevamente a nosotros en caso de encontrarse en apuros; la mera mención de su nombre nos trae el recuerdo de cosas que hemos querido olvidar o negar, quizá saben demasiado de nosotros –o nosotros de ellos–, y nos resulta complejo conciliar el presente con lo que fuimos, o hubiéramos deseado ser, sin sentirnos un poco avergonzados de nosotros mismos. No queremos imaginar que un día podrían volver a irrumpir en nuestras vidas con toda la fuerza que tiene la fatalidad, como si de algún modo se empeñaran en recordarnos quiénes somos realmente. Y eso es lo que le ocurre a Emil Halldórsson, el protagonista de Mascotas, la primera novela traducida al castellano del escritor y músico islandés Bragi Olafsson, cuando de regreso de un viaje a Londres, luego de haber ganado una buena cantidad de dinero en la lotería y decidido a comenzar una nueva vida, recibe la inesperada visita de un tal Hávardur Knútsson, antiguo conocido suyo, un ser delirante y oscuro que sólo parece arrastrar consigo una sumatoria de problemas con la misma naturalidad que un huracán devasta ciudades enteras. “¿Cómo es posible que conozca a esta persona? No encuentro ninguna razón, ni en mi vida, ni en mi personalidad, que justifique que Hávardur y yo nos tengamos que conocer. Al escuchar su monólogo pienso que los directores de la institución sueca donde residía no tuvieron más remedio que desembarazarse de él, aunque le quedaran todavía dos tercios de su penitencia por cumplir”, piensa Emil Halldórsson cuando ya es inminente que va a quedar atrapado en una sucesión de hechos impredecibles dentro de su propia casa y así dar comienzo a una novela genial, sarcástica, irónica, donde el humor y el absurdo se presentan de manera categórica a medida que el lector se adentra en la vida de estos dos personajes aparentemente tan disímiles, producto de una amistad frustrada, o de algo mucho más complejo, tan profundo como inexorable.
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