Dom 30.12.2012
libros

Viajar para decirlo

En su libro anterior, Viajera crónica, Hebe Uhart daba cuenta de sus visitas a Perú, Ecuador, Paraguay y Uruguay, entre otros lugares. Esta vez, en su segunda recopilación, las crónicas son, al decir de la autora, “de cabotaje”, pero quizás por eso mismo, más atentas a las pequeñas historias de pueblos y habitantes perdidos para el registro de la gran crónica latinoamericana. Observadora más atenta a los modos de decir que a los paisajes, Uhart escribe no ficción con la misma contención entrañable que la destacan en el ámbito de los cuentos y las breves novelas de la gente común y la vida de todos los días.

› Por Mariana Enriquez

A Hebe Uhart sólo le interesa el realismo. No es que desprecie otros géneros: sencillamente le resulta más interesante la historia de un pueblo chico que un cuento de fantasmas. Su ficción –casi todos sus cuentos, recopilados en Relatos reunidos (2010), los de Del cielo a casa (2003) o Turistas (2008)– se ocupa largamente de las relaciones familiares, de su propia experiencia como maestra y profesora, de los cambios y la vida cotidiana en la localidad de Moreno, de las desventuras y logros de los inmigrantes y los choques del ascenso social. Nutrida esencialmente de la experiencia, Uhart parecía encaminarse inexorablemente a su última encarnación: la de cronista. Pero no cronista periodística ni investigadora ni especialista en perfiles. Su campo es la crónica de viajes. “Finalmente me voy a hacer conocida como escritora viajera”, dice, sorprendida. Visto y oído. Nuevas crónicas de viaje incluye travesías, según la autora, “de cabotaje” si se las compara con el volumen anterior, Viajera crónica (2011), que incluía sus visitas a Ecuador, Perú, Paraguay, Río de Janeiro, el sur de Italia y sobre todo, Uruguay. “Es que eran crónicas para El País Cultural de Montevideo: yo me recorría los pueblitos. En la redacción se reían de mí, me decían: no vas a terminar hasta que no registres el último pastito.” Pero, aunque los recorridos son más modestos, estas crónicas tienen cierta pasión instantánea: los viajes se hicieron a principios de 2012 y los textos se escribieron ahí mismo, en bares y hoteles, y fueron “corregidos un poco” al regreso. Salvo por “Un viaje desusado”, que reconstruye una excursión a Río Tercero a principios de la década del setenta –una crónica-relato que, a través de los contingentes de chicos, revela la diversidad, a veces imposible de integrar, de la Argentina–, entre el viaje y la publicación transcurrieron, apenas, meses. Son registros frescos, instantáneos.

El registro es una de las obsesiones de Hebe Uhart. Cuando habla de las comunidades mapuches de Junín de los Andes –que visita en la crónica “La Patagonia manzanera”– o de la familia del cacique Cipriano Catriel en Azul –que conoce en “El sur más cercano”– lamenta el subregistro de esa Argentina mestiza. “Me interesan los fenómenos de aculturación y acriollamiento, pero sobre todo la doble memoria. La gente que puede pasar de un registro cultural a otro. Estoy leyendo mucho sobre los caciques pampas: eran ejecutivos, escribían cartas, tenían que tomar decisiones en relación con el gobierno, con su pueblo, con la política. Los caciques del siglo XIX iban a hoteles, se vestían a la occidental, fumaban habanos, tomaban cognac, comían rico. Pero cuando se ponían mal con el gobierno se veían obligados a malonear: eso es impresionante, porque tenían los dos registros culturales. De eso está hecho este país, aunque está negado. Te vas a la avenida Crovara, en La Matanza, y ya empieza el país moreno. Pero cuesta reconocerlo. Y por la negación, esas historias ya no se recuperan más.” Lo poco que queda se encuentra, todavía, en el lenguaje. Uhart escribe, sobre su visita a Azul y los Catriel: “Me cuenta Floriángeles que hablando con Marta Catriel dijo al pasar: ‘Yo pienso que...’ Y Marta le dijo, como si se tratara de algo grave: ‘¿Qué ha dicho usted? Cómo se va a decir lo que se piensa?” Y es interesante, porque la reserva del pensamiento es un poder. No olvidemos que aunque están absolutamente mezclados en la ciudad, algo de rencor debe subsistir. De ahí la reserva del pensamiento, de la palabra y de la promesa”.

Visto y oído. Nuevas crónicas de viaje Hebe Uhart Adriana Hidalgo 229 páginas

Visto y oído es, especialmente, el registro de una fascinación por los modos de decir. A Hebe Uhart no la seducen los paisajes ni los tours: los territorios, siempre distintos, son los del lenguaje. Así, cuando está en casa de amigos en Cañuelas, deja constancia de que Sara, una visita, cuando es informada sobre los malos modales de un caballo, dice “ese caballo es de cuarta”. En Asunción, poco después de la destitución del presidente Lugo –tema sobre el que hace inquietantes entrevistas– lee los avisos del diario: “‘Necesito manicurista, pedicurista y brushinista’”. Otro: “La iglesia de San Antonio arreglada: tiene baño moderno, sexado y nueva lumínica”. ¿A qué me suena este lenguaje? A capricho exuberante, pero tal vez tenga que ver que en guaraní el sustantivo y el adjetivo funcionan a veces como verbo”. Constantemente, como un leit-motiv, Uhart –entrevistadora tímida, incluso algo intempestiva– pregunta por los animales. En Azul le dicen: “Uno ve un caballo de frente y es un cristiano”. En Almeyra, un pueblo de 300 habitantes a 130 km de Buenos Aires, una señora viuda de diplomático, Sara Vela Hirigoyen, aburrida en su campo, visita a sus vecinos y conversa, brutalmente, sobre cómo matar a una comadreja: “Los dos estuvieron de acuerdo en que a la comadreja no sólo había que pegarle un tiro, hay que rematarlas, porque son muy vivas y se hacen las muertas”.

Hebe Uhart viaja desde muy joven, pero hace apenas dos años que publica crónicas. Hace décadas, publicó un texto sobre la previa del Carnaval de Corrientes, pero no mucho más. Antes, dice, el viaje era sólo por placer, por aventura. “Ni bien tuve mis primeros sueldos, los gasté en viajar. A los 18 años me fui a Ushuaia; a los 20 me fui a Bolivia, en un viaje de cuatro días en tren, y de ahí a Perú. Después, desde los 21, me fui todos los años a Brasil. En micro, en tren, de cualquier manera.” Sus crónicas conservan ese espíritu de turista: cuentan los incordios con la tarjeta-llave de los hoteles, se asombran con los excéntricos habitantes de Capilla del Monte. Pero si los textos de Visto y oído son, además, muy hermosos, es por las observaciones de narradora lúcida de Uhart: cuando, escribiendo sobre turismo religioso, dice: “Una vez fui a Copahue y vi salir a multitudes de la laguna del Chancho, que es un enorme pozo de barro; salían trepando por las laderas del hoyo todos embarrados, cara y cuerpo; era como un espectáculo bíblico”. O cuando la vence la ternura por esos desconocidos que pasan furtivamente por su vida, como los dos hermanos comerciantes de Asunción: “A la noche, cuando estaba por entrar al hotel ya para no salir, si no pasaba a comprarles me parecía que me faltaba algo... Pero no sé cómo les irá con su salita de té. Tengo que volver para ver de nuevo el río Paraguay y también para saber si han prosperado con su negocito. Ojalá que sí”.

La Hebe Uhart cronista conserva las mejores virtudes de la narradora de ficción: su modestia, la capacidad de asombro, la sobriedad y esa emotividad pudorosa que parece mantener a raya una curiosidad voraz e infinita.

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