Penélope Lively nació en El Cairo en 1933, pasó su infancia en Egipto y se radicó más adelante en Inglaterra, donde estudió Historia en Oxford y, ya cerca de los cuarenta años, se convertiría en escritora. Hoy tiene una extensa obra y es considerada una de las principales novelistas británicas. Tigre Lunar, protagonizada por una vieja dama que estuvo en la Segunda Guerra Mundial y ahora yace en la cama de un hospital, tiene un regusto autobiográfico y es una metáfora de la lucha de hombres y mujeres por no extinguirse devorados por el paso del tiempo, buscando un lugar en la historia que, más allá de los acontecimientos mayúsculos, aún les reserva un pequeño lugar.
› Por Laura Galarza
“Cuando yo rondaba los nueve años, le pedí a Dios que eliminara a mi hermano Gordon. De manera indolora pero irreversible.” Eso recuerda Claudia Hampton, la protagonista de Tigre Lunar, una ex cronista de guerra ahora vieja y postrada en una cama de hospital. “¿Ella era alguien?”, pregunta la enfermera al médico como si la vieja ya no existiera. “Digo, ¡se sale con cada cosa!” Hampton tiene muchas más cosas para decir, y las va a ir escribiendo en su cabeza mientras en la silla pegada a su cama va desfilando la familia: Lisa, su única hija, que mira el reloj contando los minutos para encontrarse con su amante; Jasper, su marido cama afuera; Laszlo, su estrafalario hijo adoptivo; Sylvia, la cuñada celosa de la relación que Claudia tenía con Gordon, donde algo se le escapaba aunque nunca pudo precisarlo. Y sus muertos, los grandes ausentes y únicos amores: su hermano Gordon, al que ama y odia en partes iguales, y Tom, a quien conoció en el frente durante la Segunda Guerra en El Cairo. “Quiero escribir la historia del mundo y, al mismo tiempo, también la mía”, se dice Claudia Hampton enredada en las sábanas, perdida entre el día y la noche del hospital. ¿Es que acaso la historia de alguien –cualquiera– bien contada, no es la historia de todos?
Tigre Lunar es, dentro de la novela, el nombre que se le da al espiral verde que se usa para repeler mosquitos, “que se quema de a poco desprendiendo largos segmentos de ceniza gris”. Metáfora perfecta para mostrar la manera en que la historia de Claudia Hampton y su familia va contándose: de a tramos que caen y entonces ella, todos ellos (“los estratos”, “las voces”) van convirtiéndose en ceniza.
El paso del tiempo, la historia como lo que ella determina, parecen ser las obsesiones de Penélope Lively, que en su vida real estudió Historia Moderna en Oxford. “Ni siquiera el historiador menos convencional –yo, quizá– negaría que el pasado radica en ciertos hechos fundamentales e indispensables. Lo mismo que la vida, tiene su núcleo, su centro”, declaró Lively en alguna oportunidad para The Observer. Es que la vocación de Lively por la escritura corrió siempre como un atajo en paralelo a su profesión. El resultado: la vida, las pequeñas historias y la Historia, aparecen entrelazadas en toda su obra. Julian Barnes ha dicho de los últimos libros de Lively que “son de las mejores novelas de la posguerra en Inglaterra”. En el caso de Tigre Lunar, gran parte transcurre durante la Segunda Guerra en Egipto, escenario privilegiado para Lively dado que ella misma nació en El Cairo, en 1933, y pasó su infancia allí. Más tarde, ella, su madre y la institutriz huyen a Palestina hasta el fin de la guerra y ya no regresan. A los 12 años queda pupila en un internado de Sussex donde, recuerda, su castigo predilecto era leer una hora en la biblioteca.
Penélope Margaret Low es hoy una prolífica escritora reconocida internacionalmente, que cuenta con 27 obras infantiles, 20 novelas, ensayos y guiones para radio y TV. Tigre Lunar es la novela con que ganó el Premio Booker en 1987 y ahora elegida por Manantial para ser editada en Argentina luego de Consecuencias (2011), y Album de familia (2012). Lively, que fue distinguida por la orden del servicio británico al igual que Daphne du Maurier, Agatha Christie, Muriel Spark e Ian McEwan, entre otros, pertenece a esa clase de escritoras que más tarde de lo que desean, a los 40 años y luego de “dar de comer a los niños con una mano, mientras en la otra sostenía un libro”, vence el ostracismo cotidiano y se dedica a escribir. Empieza por lo infantil, “lo que tenía más cerca”, y en paralelo, aunque “metiéndolas en un cajón” y sacándolas a la luz más tarde, historias para adultos.
Si bien tuvo que vencer los prejuicios trillados acerca del ama de casa que escribe historias domésticas, Lively escribe a razón de un libro por año. Al aparecer How It All Began, en 2011, y a un escalón de cumplir los 80, declaró: “Pensé que tal vez era el último, pero entonces apareció una idea en mi cabeza, así que ahí voy otra vez”. Lively vive en el norte de Londres en una casa con un gran ventanal al jardín, paredes repletas de libros y una chimenea donde descansan las fotos de sus seis nietos. Con su marido, Jack Lively, fallecido en 1998, se conocieron estudiando en Oxford. El fue su primer lector y aunque provenían de estratos sociales diferentes (ella de familia aristocrática y él, un chico de clase obrera de Newcastle, la afinidad intelectual fue inmediata. Se casaron jóvenes, tuvieron dos hijos, y con su apellido Lively, Margaret firma toda su obra.
En Tigre Lunar hay una escena donde Claudia Hampton, su marido Jasper y su hija aún pequeña, caminan por el zoológico. La protagonista mira a otras familias y se pregunta “qué otras historias se ocultan debajo de las apariencias”. En rigor, un sello de su obra, algo así como su especialidad: la tierra debajo de la alfombra. Otro sello es la manera que ella misma llama “caleidoscópica” de contar, donde se empieza por hacer foco en una postal cotidiana: un viaje en taxi, una sobremesa, un picnic. Luego la misma escena se cuenta desde el punto de vista de cada uno de los personajes que están en ella, y la escena va cobrando cuerpo, volumen. Y finalmente las postales que empiezan a encajar: Claudia niña y su hermano Gordon que la empuja por el acantilado. Claudia y Gordon ya adultos reencontrándose después de la guerra en un andén, los pechos de ella contra la camisa de él. Claudia diciéndole a Jasper que está embarazada frente a un plato chino en un museo. Los cuerpos de Claudia y Tom tendidos en una carpa en medio del desierto. La historia como un rompecabezas que el lector ansía ver completo. Un rompecabezas donde siempre la pieza que falta, ésa que lo ordena todo, es a la vez la que revela una realidad siempre imperfecta.
“Hay un punto donde se puede mirar hacia atrás en la vida y ver los momentos en que fuiste en una dirección u otra”, dice Lively en un reportaje que le hicieron a propósito de Tigre Lunar. Aunque bien podría ser su Claudia Hampton quien lo dijera desde su cama de hospital. O podría ser una mujer cualquiera, en cualquier cama de hospital, en un rincón cualquiera del mundo mientras ella, la vieja, como el punto rojo e incandescente del espiral, lucha por no apagarse y convertirse en ceniza.
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