En sus últimos libros, Enrique Medina ha llevado al extremo una propuesta literaria de realismo salvaje. Así lo enuncia francamente en la máquina de perversiones y sadismo de una novela negrísima como El jardín de Anías.
› Por Luciana De Mello
Cuando le preguntan si existe una literatura marginal –trayendo ejemplos de algunos libros contemporáneos que rondan los ambientes de la periferia border–, Enrique Medina contesta sin titubeos que no. Y menos pensando que se integró mansamente al mundo literario, y fue recibido cordialmente, aunque con cierta prevención, por supuesto. No se equivoca y hasta es obvia la conclusión a la que llega: lo marginal no se celebra, no se traga fácil, no circula dentro del circuito económico del mercado editorial. Sucede que hay una especie de moda, o turismo del margen, en la que el morbo juega su parte y los sectores “amenazados” cada vez sienten más curiosidad por conocer ese mundo tan cercano y abismal, que a su vez los define por la negativa. No ser como esos otros, pero querer mirarlos de cerca. Alrededor de esa necesidad de observar el margen por el rabillo del ojo, es que cada vez hay más productos que lo exponen a la venta en un envase bien progre. Existen libros como batallas, y en la literatura argentina se puede pensar en algunos escritores que llegaron para romper con una tradición. Sin embargo, el propio Medina es un outsider, y su casi nula intervención en los ámbitos literarios, o la escasa crítica que se ha escrito sobre él, así lo demuestra.
Enrique Medina es uno de los pocos escritores que han sido best-seller en la Argentina; aunque oculto u olvidado, sin embargo no dejó de escribir ni un solo año con una verborragia violenta, sádica y hasta delirante que le ha dado forma a su propia expresión del realismo salvaje. “Si querés mirar, mirá”, parece escupir en la cara a los lectores. El jardín de Anías es, en este sentido, una continuación de su libro de cuentos previo, El último argentino, donde hay derroche de mal gusto, muñecas inflables, intelectuales caníbales, un país en llamas y dobles discursos que bien pueden partir de la dirección de un diario considerado “independiente” como del propio narrador. La biografía de Yiya Murano, las entradas de diccionario con las definiciones de la palabra tumba, las fotos de las muñecas inflables irrumpiendo en cualquier momento del relato, descripciones de páginas web donde se descuartizan a narcos mexicanos o del porno más pesado, convierten a esta nueva novela de Medina en otro de sus libros voyeuristas, donde un hombre con un discurso completamente moral y civilizado, desde la oscuridad de su jardín, les saca los ojos a los chorros o travestis que desprestigian su barrio de gente bien.
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