Y de pronto, el mundo se erotizó. Ni Bataille ni el Marqués de Sade, ni Henry Miller ni Anaïs Nin participan de este revival de amor libre sino una pléyade de autores velados tras iniciales y seudónimos que suelen exhibir, a pesar de tanto imaginario calenturiento, una feliz vida de casados con hijos. Ellos son los protagonistas de este retorno triunfal del erotismo. Cincuenta sombras de Grey es obviamente el mascarón de proa de un fenómeno que no cesa y amenaza con extenderse por mucho tiempo en los mercados editoriales de todo el mundo. ¿Cómo se gestó? ¿Cómo se desarrolló? ¿Cómo sigue? Aquí se intentan algunas respuestas a esta deriva de la novela romántica que supo sacarle el pudor y los velos al sexo que no osaba hacerse explícito.
› Por Juan Pablo Bertazza
En el primer tomo de Cincuenta sombras de Grey, es el destinatario exclusivo de la dedicatoria (“Para Niall, el amo de mi universo”) y, como si no bastara con eso, tiene también un lugar más que destacado en los agradecimientos: “A mi marido, Niall, gracias por aguantar mi obsesión, por ser un dios doméstico y por hacer la primera revisión del manuscrito”. Parece mentira, pero en el segundo tomo todavía queda algo más que agradecerle, aunque la autora lo hace con una última frase entre paréntesis que incluye un inverosímil y solapado reproche: “Gracias también a Niall, mi marido, mi amante y mi mejor amigo (casi siempre)”. Y, cuando todo parece indicar que ya no queda más que decirle, el hombre en cuestión vuelve a encabezar la lista de los agradecimientos del tercer y último tono con una frase látigo, tan sugerente como ambigua: “Gracias a Niall, mi roca”.
Incluida en la lista anual de la revista Time como una de las cien personas más influyentes del mundo, E. L. James –nótese la continuidad en la moda de las iniciales que implementó la autora de Harry Potter– había trabajado como ejecutiva de televisión. Pero, por alguna razón, lo que más remarcan sus biografías es que ella vive en el oeste de Londres con su esposo, el guionista Niall Leonard, y sus dos hijos adolescentes.
No es menor la recurrencia de ese amor marital que sirve para poder entrarle a la exitosísima trilogía de James, y tratar de entender un poco por qué, además de convertirse en un éxito rotundo –es el libro más vendido en toda la historia de Gran Bretaña–, auspició un verdadero fenómeno editorial, propiciando la salida de innumerables libros de temática erótica cuya escritura se caracteriza por la abundancia de puntos suspensivos, la preeminencia de diálogos conviviendo cálidamente con los pensamientos de los personajes y un nivel de acción (¿erección?) vertiginoso: desde Diario de una sumisa, flamante novela de Sophie Morgan que exacerba el vínculo sadomasoquista de la trilogía de James hasta Cincuenta sombras de Gregorio de Rosella Calabro, una parodia hecha con bastante seriedad que cuenta la historia de un hombre que, en clara asimetría con Grey, es una persona sumamente terrenal, mediocre y llena de defectos que, en lugar de poner en juego los límites de una mujer, como sucedía con Anastasia, parece poner en juego su tolerancia. También se ubica en la cima de las ventas El infierno de Gabriel, de Sylvain Reynard (ya está disponible en librerías la saga, que se denomina El éxtasis de Gabriel), otro claro avatar de Cincuenta sombras que, acaso, suma un dato de interés: lo escribió un hombre que emplea un seudónimo de mujer. Ambientada en una universidad canadiense, aporta también cierta pretensión culturosa, estimulada por incómodas citas a Dante, el incondicional amor del autor hacia la ciudad de Florencia consignado en la solapa del libro, y el morbo del sexo en el ámbito pedagógico, ya que la pareja protagonista está conformada por un profesor y una alumna de un curso de doctorado sobre la Divina Comedia.
Late en el aire una especie de psicosis por estos libros de cuyo éxito masivo no quedan exentos ni lectores –muchos de ellos, acaso, alejados hasta ahora de este género–, ni tampoco escritores consagrados como la chilena Isabel Allende; vitalicia best seller que, en un rapto de locura muy usual en su obra (sus libros siempre fueron una especie de réplica al terremoto del mercado: le pasó antes con Gabriel García Márquez, luego con Stieg Larsson y ahora con Cincuenta sombras de Grey) salió a decir que, a partir de ahora, sólo le interesa escribir literatura erótica y para amenizar la espera ya publicó Amor, una especie de compilación temática con pasajes eróticos extraídos de todos sus libros, algo que muy pocos escritores se pueden dar el lujo de hacer: “Mi vida sexual comenzó temprano, más o menos a los cinco años, en el kindergarten de las monjas ursulinas, en Santiago de Chile”, es el comienzo del libro. A propósito, Isabel Allende es otra escritora felizmente casada en segundas nupcias con el abogado californiano Willie Gordon, con quien comparte armoniosamente su vida desde el año 1988.
Esas odas al amor marital se repiten, llamativamente, en muchos de los libros eróticos que se vienen publicando sin parar. Tanto como se repiten también las temáticas de mujeres de poco carácter fascinadas con hombres enigmáticos y poderosos, y los diseños de tapa sugerentes, claroscuros y sutiles –gemelos, anillos, flores, sábanas– que, al parecer, llegaron para destronar el diseño barroco y kistch de las novelas románticas.
Una de las críticas más expresivas y sorprendentes que incluye Cincuenta sombras de Grey en su contratapa proviene del sitio divamoms.com y dice: “Leer este libro hace que te sientas sexy otra vez. Una novela que está avivando el fuego de muchos matrimonios”; mientras que la solapa de Cuarenta grados a la sombra, interesante aunque, por momentos, despareja compilación de relatos calientes a cargo de diez jóvenes escritoras argentinas, termina diciendo sobre su compiladora, Julieta Bliffeld: “Tiene tres hijos y un marido”.
“Es la aprobación de la vida hasta en la muerte, la diferencia que separa al erotismo de la mera actividad sexual es una búsqueda psicológica independiente del fin natural dado en la reproducción”, dice Georges Bataille, gurú de estos asuntos en ese libro capital que es El erotismo, una definición que también plasmó a través de la literatura en obras notables donde casi siempre el olor a sexo convive con el hedor emanado por algún cadáver, como es el caso, por ejemplo, de El azul del cielo. Bataille decía, en consecuencia, que en el matrimonio no hay erotismo porque no hay poder de transgresión, en tanto es el “marco de la sexualidad lícita”. De todas formas, también deja abierta la posibilidad de erotismo marital toda vez que esa unión está fundada en una paradoja que es la transgresión a partir de la cual alguien le sustrajo esa mujer a su padre.
Teniendo en cuenta el indescifrable estado civil de popes del género como el Marqués de Sade o, mucho más acá, la francesa Catherine Millet, ¿ese énfasis que imprimen estas escritoras a su estabilidad emocional responde a una actitud defensiva por dedicarse a narrar acontecimientos eróticos que, acaso, no vivieron con sus maridos o, por el contrario, estamos ante un fenómeno editorial inédito en que el erotismo encuentra, al fin, su cauce en el amor marital? En ese sentido, ¿qué relación con lo autobiográfico se pone en juego a la hora de escribir literatura erótica? ¿Se supone que la veracidad de lo contado debe necesariamente remitir a una experiencia vivida por el escritor o se puede escribir perfectamente sobre hechos ajenos, de la misma manera que ciertos escritores describen territorios que nunca en su vida visitaron?
Aunque no se remarcó mucho en nuestro país, en los antecedentes mundiales de Cincuenta sombras de Grey hay una especie de mancha, que al igual que sucede con el protagonista de la trilogía, casi eclipsa las jugosas cifras de ventas de los libros, que ascienden a 40 millones de copias en todo el mundo. Un antecedente que esconde, a su vez, una notable paradoja: Cincuenta sombras nació como un relato erótico basado en la saga Crepúsculo que, para muchos, se caracterizaba precisamente por la falta de garra de su protagonista, por esa contradicción flagrante en su conducta que lo volvía, casi, un vampiro vegetariano. Originalmente, los nombres de los protagonistas de Cincuenta sombras eran, incluso, Isabella y Edward, protagonistas de la archiconocida novela vampírica. Cincuenta sombras nació, entonces, como una fan fiction craneada por fanáticos (entre los que se contaba E. L. James) entre los años 2009 y 2011, y al que podía accederse de forma gratuita en Internet a través de la página fanfiction.net. El nombre que E. L. James le dio inicialmente a la saga fue Master of the Universe (MOTU). Luego, la autora y sus editores empezaron a realizar una adaptación de los escritos originales, eliminando las referencias a la trama de la saga Crepúsculo y cambiando el nombre a Fifty Shades.
Luego de adquirir los derechos de publicación, y ante algunos rumores que empezaban a ensuciar la cancha, la editorial Vintage (Random House) salió rápidamente a decir que la saga de Cincuenta sombras era una obra completamente original cuyo contenido difería sustancialmente de los relatos de fan fiction conocidos como Master of the Universe, aunque al mismo tiempo reconocía que Cincuenta sombras había nacido como una obra de fanfiction. Este fue el escueto comunicado: “Como numerosos informes lo indican, 50 SOMBRAS DE GREY nació como parte de una obra de fanfiction llamada MASTER OF THE UNIVERSE, cuya trama está basada en la novela CREPUSCULO de Stephenie Meyer, y que James (pseudónimo de Erika Leonard) publicó entre los años 2009 y 2011 en diferentes portales de Internet, incluyendo fanfiction.net y su propia página web. Cuando la autora firmó con Writers Coffe Shop, a principios de 2011, y acordó iniciar el proceso de publicación de sus novelas, James retiró sus obras de Internet. Ella tomó posteriormente esa historia y rescribió la obra, con nuevos personajes y situaciones. Ese fue el comienzo de la trilogía de Cincuenta sombras”.
Mientras los caranchos del plagio siguen pensando cómo conseguir réditos, la polémica aún subsiste: hay quienes aseguran que, efectivamente, la trilogía nació bajo el nombre Master of the Universe, que los nombres de los protagonistas y algunos detalles mínimos como el color de los ojos y del pelo fueron cambiados, pero que, en lo esencial, Cincuenta sombras es una versión apenas retocada del fanfiction original, y, por lo tanto, le debe algo a Crepúsculo.
Sea como sea, todo el mundo parece estar leyendo en este mismo momento Cincuenta sombras en sus diferentes volúmenes, y personalidades de diversos ámbitos se animan a opinar sobre el fenómeno que viene causando: “Cuando lanzamos Cincuenta sombras en Argentina ya era un éxito rotundo en el mundo entero. De todos modos, los mercados son caprichosos y su salida fue un desafío. Obvio que la editorial tenía puestas sus expectativas en la trilogía, pero no siempre las grandes ventas se replican acá: Ildefonso Falcones, Julia Navarro, Matilde Asensi y Javier Cercas en Planeta de España son boom y aquí sus ventas resultaron cautas. Con Cincuenta sombras pasa algo impresionante que no sucedió, ni siquiera, con Harry Potter: me tocó viajar a lugares dispares como Nueva York o Cuba y, en ambos, el 80 por ciento de libros que veías era de la trilogía. Vi a muchas mujeres leer en la playa Cincuenta sombras junto a sus hijos y suegras, parece una pavada, pero es algo que antes no pasaba. Parece que Brett Easton Ellis va a hacer el guión de la peli porque es super fan. Y, ojo, que no hablo de calidad: la colección La Sonrisa Vertical de Tusquets es maravillosa y de un nivel superior, pero no es masiva. Lo masivo es masivo. Y el sexo vende, no hay mucha más explicación”, concluye Florencia Ure, jefa de prensa de Mondadori que, no obstante, ofrece una clave fundamental para entender el fenómeno de Cincuenta sombras de Grey: “La diferencia con la literatura romántica es que acá se trata de sexo explícito, no sugerido. Claro, la comparación es con la novela romántica, no con Sade. Acá se describe con lujo de detalles lo que las otras novelas insinúan”, remata.
En la misma línea, pero posicionada en otro lugar, la escritora Ana María Shua le otorga cierto valor a la trilogía, aunque al mismo tiempo le arrebata sutilmente su supuesta novedad: “No lo leí todo, pero sí lo pispeé, con mucha curiosidad. ¡Ja ja, me hizo mucha gracia! Está bueno, es un género que convoca siempre y que tiene éxito con cualquier ingrediente, pero no me refiero al género erótico sino al género novela rosa. A nadie se le había ocurrido hasta ahora combinar la novela rosa con sadomaso light, y la mezcla resultó irresistible. El libro es perfecto en su género: jovencita inocente y pura conoce megamillonario que además es joven y buen mozo y hacen un acuerdo sexual que excluye los sentimientos. ¿Cómo se las arreglará ella para enamorarlo? No tuve paciencia de enterarme, pero desde cierto punto de vista me gustó, me hizo recordar mis lecturas de infancia de Corín Tellado. Es un libro clásico hasta en los detalles, como los ojos grises, fríos y acerados de él, los ojos preferidos para los varones poderosos en mi querida Corín. Cualquier otra combinación nueva que se intenta con el género novela rosa tendrá éxito también, las mujeres adoran el género, que se adornó durante muchos años con historia”.
Con otra postura muy distinta, Ana Wajszczuk, jefa de prensa de Planeta, afirma: “El auge no es de la literatura erótica sino de los consumidores que ‘redescubren’ ese tipo de literatura. Y digo, a título personal, consumidores, porque fenómenos como Cincuenta sombras hablan más de no lectores que compran el ‘libro del momento’ que de lectores asiduos de literatura. También, claro, tiene que ver con la visibilidad que adquirieron ciertas prácticas sexuales, no sólo a través de la televisión sino a nivel social: ninguna revista femenina hablaba hace veinte años de prácticas sadomasoquistas o de bondage, por ejemplo. Libros como Cincuenta sombras... son más bien una reversión de la novela romántica, que en nuestro país, con autoras como Florencia Bonelli o Viviana Rivero, ya venía incluyendo dos elementos para nada típicos de la novela rosa, tipo Corín Tellado, que son el marco histórico y el sexo. Por otro lado, ninguna de estas novelas estilo Grey son puro sexo: detrás hay una historia de amor bastante edulcorada y conservadora”, señala.
Por supuesto que no se trata de un fenómeno totalmente nuevo, pero sí parece haber una especie de llegada al centro de algo que se mantenía a cierto resguardo, como es el caso de la editorial Paradoxia, de Alejandra Quevedo, cuyos libros pueden conseguirse en la librería de Eterna Cadencia y en algunos sitios de culto como el sex shop del bar Frank’s, al que sólo se puede ingresar con contraseña. Desde hace seis años, la editorial viene publicando novelas, ensayos, películas, fotos y obras de arte con esa temática. Textos de géneros y autores tan diversos como Adrián Haidukowski, Luis Diego Fernández, Esteban Castromán y Juan Terranova: “La idea es que Paradoxia se brinde al erotismo como una sensación que emerge en forma de objeto transgresor desde las profundidades de todos los cuerpos que participan del juego de la realidad. Es una enorme orgía de la cual nadie puede dejar de participar”, explica Quevedo.
Una de las consecuencias más sorprendentes de este boom erótico tiene que ver con la literatura que se va colando en el éxito, literatura cuya calidad, para ser elegante y al mismo tiempo certera, simplemente no puede responder a una moda, pero al mismo tiempo, puede verse beneficiada con la ola de consumismo erótico. El libro por excelencia es, al respecto, El centro del mundo, del uruguayo Ercole Lissardi, una especie de infidelidad, en ese matrimonio por conveniencia entre el mercado y el erotismo. El centro del mundo es un conjunto de tres nouvelles que, más que indagar en el sexo, cumplen la misión imposible de establecer un gps del deseo: un adolescente que se enfrenta a uno de esos amores que perturban el ser en la mejor tradición de Bataille, un hombre que descubre lo cúlmine de su pasión en un cuerpo que ni siquiera pensaba que lo atraía, la mujer de su amigo, y un joven con aire independiente y rebelde que encuentra una morbosidad inefable en considerar –y dominar– a la candidata perfecta que desean imponerle sus padres. De alguna forma, la diferencia entre la literatura de Lissardi y la de Cincuenta sombras tiene que ver con aquella frase de Barthes según la cual el erotismo no es el cuerpo desnudo, sino la desnudez que se atisba entre dos pliegues de tela. Con una escritura profunda que parece reproducir la sonoridad Dolby del acto amoroso y que, acaso, no necesita de las ventas para existir, este libro se vio favorecido por el boom editorial del género erótico.
“Sí, yo creo que este ponerse de moda la literatura erótica es algo bueno para mi literatura y acerca nuevos lectores a mis libros. Desde 1995 yo publico erótica en pequeñas editoriales que trabajan para públicos marginales, para lectores finos que están siempre en busca de lo nuevo y de lo bueno. Amo a este público y le agradezco lo pronto que me adoptó, tanto en Uruguay como en Argentina. Pero siempre he pensado que en realidad mi literatura también le puede llegar a un público más amplio, a un público que quizá no va a las librerías para lectores finos, pero que lee y lee mucho. Mi deseo, por lo menos, es que esta moda de la erótica me permita presentarme también a ese público. El tiempo dictará su veredicto” concede.
Autora de un libro que bien puede subirse a la ola, como es el caso de Los amores de Laurita, Ana María Shua opina: “Yo no considero que toda la novela sea erótica. Quiero decir que nunca hubiera podido presentarla a un concurso de novela erótica, es un género que exige erotismo constante y eso es agotador. Pero, por supuesto, los últimos dos capítulos son de alto voltaje, y ocupan merecidamente un buen lugar en el ranking del erotismo nacional. Me divertí mucho con la interpretación que le dieron a Laurita en Alemania. Mientras que aquí se la consideró una novela realista y erótica, en Alemania la comentaron como una sátira a la sociedad machista”.
Un momento paradójico y bisagra del erotismo tiene que ver con el después del acto amoroso. Muchas veces es en los instantes posteriores a la consumación cuando se decide si un vínculo continúa y puede trascender en algo o, por el contrario, se transforma en un expeditivo llamado a un taxi para dar por finiquitado para siempre el encuentro entre esas dos personas. De la misma manera, es difícil establecer si este affaire entre dos elementos aparentemente antagónicos como el mercado y el erotismo puede llegar a trascender o quedar relegado a una moda pasajera.
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