Dom 14.04.2013
libros

Memorial del fragmento

Por su amplitud, complejidad y relevancia histórico-política, el tema de la memoria no deja de ser uno de los más conflictivos para ser abordados desde cualquier disciplina. No sin polémica, con logros y limitaciones, e imbuida de un tono posmoderno que la vuelve un tanto desplazada de los enfoques más actuales, La memoria saturada, de Régine Robin, asume estos desafíos y ofrece un enorme muestrario alrededor de una memoria universal anclada en el pasado y amenazada en el presente.

› Por Gustavo Santiago

De los infinitos temas que tiene a su disposición para desplegar un ensayista quizás haya pocos tan complejos como el de la memoria. En principio, por la polisemia propia del término. Puede tratarse de la memoria psicológica, histórica, política, metafísica, literaria, amorosa... En segundo lugar, por la cantidad y relevancia de los autores que se han ocupado del tema. De Homero a Ricoeur, pasando por Platón, San Agustín, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Freud, Bergson, Husserl...

Esto hace pensar que, la primera característica que tendría que exhibir quien pretendiera escribir un nuevo texto sobre la memoria sería coraje. ¿Se podría pretender que tuviera, además, alguna idea original sobre el tema que fuera superior de algún modo a las defendidas por algunos de los autores mencionados anteriormente? Parece una exigencia demasiado alta pero, ¿por qué no? Después de todo, estamos refiriéndonos a un hipotético autor que tendría el valor de tomar la palabra por su cuenta para afrontar el tema. Menos pretencioso –pero útil– sería pedirle que tuviera un amplio conocimiento de las posturas más significativas sobre el tópico y que pudiera presentarlas de forma clara, ordenada, incluso sistemática. Finalmente, no estaría mal que estuviera dotado del talento narrativo suficiente como para captar la atención del lector mientras transita tan ríspidas cuestiones.

La memoria saturada es un libro recientemente editado en español (la edición francesa es de 2003) en el que la memoria es abordada desde las más variadas perspectivas. Su autora, Régine Robin (París, 1939), cuenta con una vasta trayectoria académica y profesional. Es historiadora, socióloga, lingüista. Paralelamente a su labor como docente de Sociología en la Universidad de Quebec en Montreal –donde reside desde hace más de cuatro décadas–, se ha desempeñado como traductora y ha escrito textos de ficción y ensayos académicos y de divulgación.

De las cuatro características antes mencionadas, la autora posee indudablemente la primera. No le falta coraje para hacer frente a la complejidad del tema. También, por momentos, logra hacer gala de una prosa seductora. ¿Originalidad? Ninguna. En cuanto a una visión sistemática, deliberadamente la autora se excusa de toda pretensión de tenerla. Al respecto, afirma: “Ni novela, ni gran relato, yo escribo sobre un fondo de rotura y recolección de trozos, de partículas, de fragmentos y de indicios”. Hay que reconocer, sí, que el manejo de los innumerables fragmentos que utiliza es impecable. Con la estructura de un producto típico del esplendor del posmodernismo, Robin compone un colorido collage en el que la sensibilidad le gana la partida a la argumentación.

La memoria saturada. Régine Robin Waldhuter 576 páginas

El texto está dividido en tres partes. La primera de ellas, “Presencias del pasado”, es la que reúne un material más heterogéneo. En algunos de los textos que la conforman se percibe un intento de brindar precisiones conceptuales. Ahora bien, junto a nombres de intelectuales como Freud, Benjamin o Ricoeur, aparecen largos desarrollos a propósito de la importancia del cine en la construcción del mito del Lejano Oeste norteamericano, con John Wayne como principal referencia. Tampoco faltan anécdotas personales o alusiones históricas, como cuando se menciona “a Videla y a los responsables de la dictadura argentina (1976-1983) que, de amnistías en procesos, de denegaciones a semiconfesiones, no son verdaderamente inquietados”.

La segunda parte, “Una memoria amenazada: la Shoá”, está íntegramente dedicada a “la piedra angular de todos los problemas memoriales de la actualidad”. Porque, según la autora, es en el tratamiento que se hace de la Shoá donde mejor puede visualizarse el conflicto entre diferentes posturas acerca de la memoria: “Nunca la memoria fue objeto de mayor vigilancia contra los partidarios del negacionismo, pero tampoco fue nunca la memoria más museificada, sacralizada, judicializada y, al mismo tiempo, trivializada e instrumentalizada”. En su recorrido, Robin expone las dificultades de dar con una “verdad histórica” que en sí misma se encuentra atravesada por el relato y da cuenta del disímil valor que los cronistas, historiadores y filósofos han dado al papel de los “testigos” de un acontecimiento histórico. Si bien se advierte en el texto su afición por posturas como la de Baudrillard en las que se abandona la idea de representación en favor de la simulación, la autora se cuida bien de incurrir en afirmaciones que puedan emparentarla con cualquier tipo de negacionismo. Por el contrario, dice ser partidaria de una memoria crítica con la cual se podrían superar los escollos del pedagogismo y del “turismo de la memoria” que parecen imponerse en la actualidad.

La tercera parte, “De lo memorial a lo virtual”, tal como los objetos a los que se refiere, corre el riesgo de fenecer prontamente víctima de la obsolescencia programada. Robin expone conceptos y análisis que hace diez años podían resultar novedosos pero que hoy ya son moneda devaluada. Nociones como “no-lugar”, “ciberespacio”, “tiempo real”, “todo-imagen”, “hiperrealidad”, “cyborg”, son presentadas con un tono de asombro apocalíptico que hoy no puede menos que resultarnos afectado. Los nombres que desfilan aquí son en su mayoría previsibles: Baudrillard, Virilio, Augé, Jameson, Koselleck, Debord, Benjamin, aunque también aparecen citas menos esperables, aunque caras a lectores de estas latitudes, como la mención de La invención de Morel, de “El jardín de senderos que se bifurcan”, o de Los autonautas de la cosmopista.

En sus Ensayos, dice Montaigne: “De cien partes o rostros que cada cosa tiene, tomo uno de ellos, ya sólo para lamerlo, ya para rozarlo, ya para pellizcarlo hasta el hueso”. El libro de Robin es una clara muestra de que la memoria tiene cien rostros. Quedará en manos del lector juzgar hasta qué punto la autora pellizcó, rozó o lamió algunos de ellos.

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