Dom 09.06.2013
libros

CUENTAME TU VIDA

Entre 2003 y 2012, Leila Guerriero escribió una serie de perfiles para diversas revistas y suplementos de Hispanoamérica, que ahora se reúnen en el volumen Plano americano, de Ediciones Universidad Diego Portales, de Chile. Más cercano al documental que al reportaje, para ella un perfil requiere horas y horas de reunirse, conversar y captar detalles que luego serán condensados a veces en un breve gesto o en muy pocas palabras. En esta entrevista, Guerriero explica el sutil arte de escribir retratos humanos.

› Por Angel Berlanga

Una puerta por la que se entra en Las Cruces, sobre la costa del Pacífico, a doscientos kilómetros de Santiago de Chile, y otra puerta por la que se sale –el chasquido al cerrarse– en La Plata, a sesenta kilómetros de Buenos Aires. Al frente de la primera, sentado en una butaca, está el poeta Nicanor Parra, 97 años: “Es un hombre, pero podría ser un dragón, el estertor de un volcán, la rigidez que antecede a un terremoto”. Detrás de la segunda, sobre una silla de ruedas, quedó Aurora Venturini, 90, una mujer que produce “una inquietud inespecífica, calcárea”, y que ante el llanto del niño que vive al lado puede decir: “Cómo chilla. Se ve que crece”. Entre las dos puertas hay un libro, pero también podría ser una muestra de pintura, o una colección de documentales. Entre esas dos puertas transcurre Plano americano, una galería de veintiún perfiles escritos por Leila Guerriero: escritores, periodistas, artistas plásticos. Un puñado de damas y caballeros bastante singulares, las ropas jugadas en lo suyo, con recorridos e idearios, obras y experiencias, que son retratadas aquí a partir de diálogos, escenarios, historias, textos, miradas propias y complementarias. Artistas que en sus quehaceres y sus vidas rompieron moldes y que con sus caminos, expresiones y faenas, expandieron de algún modo el mundo.

A las dos de la tarde de un lunes, en El Libertador hay unos pocos parroquianos y no hay televisores ni música estridente: es buen sitio para la entrevista. A este bar de Dorrego y Corrientes, barrio Chacarita de Buenos Aires, le entra un sol de otoño manso por el lado del Parque Los Andes: ahí nomás, cruzando, el paredón del cementerio. Guerriero, como suele, viste de oscuro. Hace un rato que terminó una actividad en Once y que bajó en la estación de subte que está en la vereda, a unos pocos pasos; en un rato se irá a su casa, a tres cuadras de aquí, a dar su taller de escritura para interesados en escribir “textos periodísticos con un aliento más largo”. Guerriero tiene ojos grandes, también oscuros, con algunas huellas de cansancio. Las manos delgadas, los dedos largos, acompañan el habla por una segunda cuerda de convicción y suavidad simultáneas. Cada tanto, sobre todo en algún punto de humor, la ese final de alguna sílaba pierde su sitio al oírse desplazada por un sonido como de jota: una marca bonaerense de su infancia y adolescencia en Junín, el sitio en el que nació en 1967. Ehj así. Doce años atrás, en la revista Latido, escribía que en su canasta pueblerina conservaba muchas cosas agradables: tejer crochet y cazar, por ejemplo. Por la pasión con la que trabaja, por la singularidad de sus textos, por el caudal de lógica, poética y agudeza de su escritura, y por su apuesta a favor de la crónica y/o el perfil “como formas del arte”, vista desde afuera, Guerriero bien podría formar parte de la galería que compuso. ¿Aceptaría ella ser retratada? Cuando conteste, va a ponerse seria. Antes, el recuerdo de esta especie de declaración de principios publicada en su libro anterior, Frutos extraños: “Yo no creo que haya nada más sexy, feroz, desopilante, ambiguo, tétrico o hermoso que la realidad, ni que escribir periodismo sea una prueba piloto para llegar, alguna vez, a escribir ficción. Yo podría morirme –y probablemente lo haga– sin quitar mis pies de las fronteras de este territorio, y nadie logrará convencerme de que habré perdido mi tiempo”.

ESTO NO ES UNA ENTREVISTA FORMAL

“Antes estaban muy mal mis pies –le dice Fogwill–. Con la cocaína se me destrozaron. Se me formaron como garras. De estar sentado. Lo único que hacés es tomar cocaína. No movés los pies. Voy a mear. Me ponés nervioso, vos. Me hacés ir a mear.” “Fui un desaforado –le dice Guillermo Kuitca–. Puedo serlo todavía. Pero ahora la temeridad está puesta en los cuadros. No en la vida cotidiana. Creo que es el lugar donde ser valiente tiene sentido.” Sara Facio cuenta de su vida junto a María Elena Walsh a unos pocos meses de su muerte y explica que no tiene ganas de aprender a tomar fotos digitales, que no quiere sacar “los bodrios que saca todo el mundo”, y que a los 80 años tiene mucho por hacer y poco tiempo. La periodista Felisa Pinto se declara “feminista, humanista, cristiana, revolucionaria” y se defiende del horror: “Al horror ni lo miro”, dice. Ricardo Piglia cuenta del nudo secreto de Blanco Nocturno, su última novela, y del nudo en su vida que significó la mudanza a Mar del Plata, cuando él era adolescente y cuando su padre peronista tuvo que cambiar de ciudad. Hebe Uhart dice que no tiene mucha idea de quién la lee, que con el reconocimiento que tiene ya es suficiente, que basta, que le gusta lo moderado, que el éxito inmoderado le haría mal. “Soy genial como Picasso”, dice Marta Minujín, y también que su soledad es brutal, que siempre está nerviosa, que en una época dormía tres veces por semana y que es loca, que vive como salvaje.

Se trata de textos que aparecieron en diversas revistas y suplementos de Hispanoamérica (Soho, Gatopardo, El Mercurio, El Malpensante, Paula, Babelia, El Universal) entre 2003 y 2012. “En algunos casos hay versiones más largas que las que aparecieron publicadas –dice Guerriero–. El de Nicanor Parra, por ejemplo, es como siete veces más largo. La verdad es que escribo largo, siempre, cada vez más. Y entre la tirantez de lo que escribo y lo que humanamente puede publicarse en un medio, resguardo la versión original, la que a mí me gustaría que se publicara. No es que piense que en algún momento se va a publicar en libro, pero digo ‘esto se queda ahí’. Pasa que a veces siento que en 25.000 caracteres, que ya es bastante, no alcanzás a llegar hasta donde tu trabajo de campo llegó, que ese espacio no alcanza a hacerle justicia al tiempo empleado y a la mirada honda que te permitió un entrevistado. Parece muchísimo, pero si te pasás tres meses con un tipo, hay cosas valiosas que tenés que dejar afuera”.

El espacio también juega su papel en los climas y en el tono: para desarrollar algunas sutilezas, o contrapesar contradicciones o ambigüedades de los personajes, es necesario cierto desarrollo. Guerriero ejemplifica con Parra: “Hay una parte, al final, en la que Nicanor se pelea mucho con la mesera, y cuando se va, para dejarla en evidencia, le hace un saludo nazi, y la mujer le contesta –cuenta–. Si vos ponés esa escena en un texto muy corto, ese gesto se come el resto del perfil, y sería muy injusto con él. En un de-sarrollo más largo, donde se ve su inteligencia alienígena, de un tipo que está más allá de todo, eso forma parte de un panorama general, es otra pincelada en un mural. En un cuadro chico, esa pincelada se comería al cuadro. Hay un sentido de responsabilidad en este tipo de cosas, ¿no?”.

Plano americano también reúne perfiles de Marcial Berro y de Pablo Ramírez (ambos diseñadores, de ornamentos uno, de ropas el otro), de los escritores Fabián Casas, Martín Kohan y Juan José Millás, de la poeta Idea Vilariño, de la cineasta Lucrecia Martel y de la artista plástica Nicola Constantino, que cuenta de sus obras inspiradas en fetos de animales y de su peletería humana, una línea de chaquetas, pantalones, zapatos y carteras con relieves de ombligos, anos y pezones. Hay, además, un perfil de ochenta páginas de Roberto Arlt, inédito hasta ahora, escrito especialmente para el libro. Y otros tres textos que habían aparecido ya en su recopilación anterior, los que retratan a Facundo Cabral, Homero Alsina Thevenet y Pedro Henríquez Ureña.

Plano americano. Leila Guerriero Ediciones Universidad Diego Portales 408 páginas

Perfil se dice rápido, pero para componer cada uno Guerriero puede destinar meses: para hacer algunos hizo cuatro o cinco entrevistas con el protagonista, o habló con una docena de parientes, allegados, estudiosos.

“Yo siempre trato de explicar que no se trata de una entrevista formal, que esto es como un documental, que cuantas más escenas y cuantas más oportunidades tenga de verlo actuar en distintas circunstancias, mejor –cuenta Guerriero–. Hay gente que no entiende por qué no lo podés hacer todo en un rato y después ven que en el primer encuentro llegaste como a la infancia, ¡y estuviste cinco horas! Ahí se dan cuenta de que con eso no vas a escribir la nota. Con algunos, por distintas razones, hubo un solo encuentro: en el caso de Lucrecia Martel, porque había un tiempo corto para publicar la nota, y en el caso de Nicanor porque él es alérgico a las entrevistas.”

Guerriero confirma que siempre queda fuera una enorme cantidad de material. “Aunque el perfil sea largo, uno sabe que hay cosas que indefectiblemente no entrarán –dice–. Porque si todo es importante, nada es importante. Para mí la teoría de Hemingway es muy acertada: el texto se sostiene con lo que está debajo. Eso hace que el lector te lea y te crea, que no dude a cada pasito. Te tenés que ganar la confianza a partir de demostrar que sos una voz autorizada. Y a partir de las voces corales que acompañan. En el texto de Hebe Uhart, por ejemplo, es muy iluminador lo que dice Irene Gruss, que es como su mejor amiga: con ella hablamos tres horas, y de todo eso quedaron unas cuñas muy chiquititas. En el armado uno va viendo qué puede iluminar, qué puede contradecir, qué puede mostrar lo que vos querés decir. Siempre me pareció mejor mostrar que declamar algo de alguien. Hay anécdotas que en principio parecen divertidas, floridas, que te enamoran, pero también hay que regular eso, que dosificarlo. Yo creo que escribir es elegir palabras, básicamente, y jerarquizar información.”

LOS TALENTOSOS Y LOS SOLITARIOS

En 2005 publicó su primer libro, Los suicidas del fin del mundo, una crónica sobre una seguidilla de jóvenes que en Las Heras, Santa Cruz, apuraron el fin de sus vidas. Guerriero dice que la principal diferencia entre Frutos extraños (2009) y Plano americano es el recorte: “Aquél reunía cosas muy diversas –apunta–. Tenía perfiles de artistas o intelectuales, pero también de tipos más inusuales (algo que me gusta mucho hacer), como René Lavand, o el gigante González, o una historia tremenda con un trasfondo social fuerte, como la de Romina Tejerina, o la historia del Equipo Argentino de Antropología Forense. Había también una parte dedicada a reflexiones sobre el oficio. Acá el recorte está hecho a partir del arte, de personas relacionadas con la actividad creativa: me la he pasado trabajando para suplementos literarios y culturales”.

¿Qué temas, dirías, atraviesan el libro?

–Uno de los temas es cómo lidia esta gente con sus diversos talentos. Tener uno implica cierto error de paralaje con lo que le pasa al resto. Esto no tiene que ver con que ¡ay!, ser artista implica una tortura, pero tener ese talento los pone a todos, en algún momento de sus vidas, en un lugar un poco incómodo. Tener esas cabezas, digo, no es cantar y coser. Si ves cómo trabaja Kuitca, o cómo Aurora Venturini está hecha de frases e ideas literarias, o cómo Nicanor ha hecho de su vida misma una especie de performance, te das cuenta de que el grado de entrega que tienen con lo que hacen es muy impresionante. Me interesa mucho el momento en el que estas personas dicen yo voy a ser tal cosa, el punto de entrega. Y ver cómo lidian en su vida cotidiana, para bien o para mal, con ese don que tienen. Si te ponés a pensar, son personas bastante excepcionales dentro de sus oficios. Kuitca no es cualquier artista plástico argentino; Aurora se consagró siendo ya grande, y de pronto se convirtió en una autora de culto; Hebe Uhart es un caso también muy extraño, una tipa que se ha pasado la vida escribiendo, que da un taller súper prestigioso, y sin embargo ella prefiere cobrar poco; Facundo Cabral es un tipo que recorrió el mundo, y si te ponías a escucharlo pensabas que ya no cabían más vidas dentro suyo. Me parece que es gente que se bancó todo y que se va mucho del molde.

Me pareció, también, que la soledad era un tema con mucha presencia.

–Puede tener que ver con ese corrimiento, con esos mundos fuera de lo común, aunque estés en pareja y tengas hijos, como en algunos casos. Si pienso en Fabián Casas no puedo decir que sea una persona que esté sola, al contrario: es un tipo al que sus amigos adoran, y tiene más vida social de la que probablemente quisiera. Pero sí, siento que hay un punto en el que estos tipos están a solas consigo mismos. Uno tiene que estar a solas para crear, pero no siempre salen cosas gratas de esa soledad. Creo que es una soledad más metafísica que la de decir no tengo novio (se ríe). A mí el momento de la creación me parece como muy surrealista. Si uno piensa en esos cuadros, en esas obras, es como que traen al mundo algo que no existía.

EL BAILE SECRETO

“La idea de este libro fue de Matías Rivas, el director de la editorial –cuenta Guerriero–. Para los dos fue claro, desde el principio, que teníamos que incluir un texto inédito. Y también coincidimos en que el perfilado tenía que ser Arlt. Me llevó muchos, muchos meses de trabajo. Y fue trabajoso, entre otras cosas, porque no había casi fuentes vivas y porque Arlt mismo se encargó de sembrar distintas versiones sobre sí mismo. Hay una biografía estupenda de Sylvia Saítta que señala su vocación por cimentar su propia leyenda. En un momento, mientras estaba haciendo el reporteo, me asaltó la idea de que estaba ante una vara demasiado alta: Alan Pauls, Piglia, escribieron sobre él gente con cabezas muy impresionantes. Decí que a esas ideas las espanto como a mosquitos. Porque creí, además, que aparecían cosas interesantes en el rastreo de la información, y que podía ofrecer una mirada más periodística, porque no soy ensayista ni crítica literaria.”

Y ahí está, en el perfil, la mirada de Mirta, la hija del escritor, y el rastreo de Robertito Arlt, el hijo, de quien se sabe poco y nada. “Era un tipo genial, que realmente quemaba –dice Guerriero–. Un fuera de molde absoluto. Si te ponés a pensar que salió a la calle todos los días con la obligación de encontrar algo para contar, te das cuenta de que era una bestia de trabajo. Un tipo admirable, que realmente tenía mucho para decir.”

¿Por qué te dedicás, vos, a esto?

–Hay una frase preciosa de Fogwill, que seguramente no voy a citar bien, del prólogo de Cantos de marineros en las pampas. El dice que escribe porque es mucho más fácil que enfrentar la sensación de vacío y sinsentido que produce no escribir. Algo de eso hay: me parece que la escritura, en mi caso de no ficción, de alguna forma pone un suelo bajo mis pies. El mundo, de otra manera, me sería muy líquido, poco concreto. La escritura me ordena el mundo y me lo explica. Creo que hago esto porque soy sumamente curiosa (aunque también sumamente discreta), y el periodismo es la excusa perfecta para llegar hasta lugares a los que la curiosidad de otra manera no llegaría. Si no fuera periodista, ¡no sé qué sería! Quiero saber cómo la gente vive, come, duerme, se enamora, le pone precio a su moral o a su ética, o se lo saca. Creo que a través de estas miradas trato de entender un poco mejor cómo es el mundo en el que uno vive. Y, a la vez, siento un enorme entusiasmo por tratar de revelarle a alguien, equis, anónimo, que está en su casa, ciertos mundos: el atelier de un artista, o la cabeza de un tipo preso. Por ahí suena un poco ambicioso. Pero sería decirle a un desconocido “Mire esto, qué asombroso”.

Guerriero dirige la colección Mirada Crónica, de Tusquets, y está trabajando en la edición de un par de libros que en breve pondrá a circular la Diego Portales (textos varios y ponencias de Martín Kohan, un perfil de Silvina Ocampo escrito por Mariana Enríquez). En octubre, dice, publicará en Anagrama una historia que siguió durante tres años. “Es una historia sencilla, de una competencia de baile en el interior de la Argentina, muy prestigiosa, curiosa, secreta, como para iniciados. Triunfar en esta competencia implica para quien gana la cúspide y la aniquilación, el fin de su carrera, porque nunca más puede volver a competir en otro lugar. La primera vez que fui vi algo en el escenario que me dejó demudada. Yo no tenía mucha idea, pero ver a esta persona bailando en el escenario fue como haber visto a Antonio Gades a los doce años. Lo busqué entre el tumulto, atrás del escenario, y me pareció que había algo más. Y bueno, seguí a esta persona por Buenos Aires, volví a acompañarlo. Es una historia muy sencilla de un hombre muy común, que va detrás de lo que quiso toda la vida, y que a su vez implica una especie de inmolación. Me pareció un desafío contar por dónde pasa la emoción que yo percibía. ¿Cómo se cuenta eso? Es muy difícil contar la ilusión, la felicidad. Es un intento por contar historias de gente común que no sólo rimen con la pobreza, la tragedia, el desastre. Junto a la mirada sobre el mundo de los intereses del poder y las clases altas, creo que estas historias son las tareas pendientes en la crónica latinoamericana.”

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