Lejos del universo de la ciencia pero no del de la pura invención, los cuentos de Diego Golombek muestran una notable versatilidad narrativa.
› Por Carolina Marcucci
En su primer libro de cuentos –premiado en su primera versión por el Fondo Nacional de las Artes–, el científico y escritor Diego Golombek (1964), sorprende con su versatilidad narrativa. El autor recorre un arco de subjetividades tan diversas como mundos posibles, contrafactuales. Su trayectoria como divulgador de las ciencias (dirige desde hace más de diez años la colección Ciencia que Ladra de Siglo Veintiuno) haría pensar que sus relatos debieran –prejuiciosamente– tener que ver con su universo científico. Pero no. No esperen tubos de ensayos. Nada más lejos y, a la vez, nada más cerca de la invención. El registro de voces narradas a lo largo de los catorce cuentos es tan variado como acertado en sus puntos de vista: un pibe recién llegado del Chaco tiene que desafiar en el ring al viejo y querido campeón sudamericano. Un hombre y una mujer que se conocen en una fiesta de fin de año se pierden caminando y se encuentran en un after hours entre personas que se arrojan hámsters unos a otros. Un vendedor que recorre los pueblos, en pleno verano, con secadores de pelo. Un jefe de ventas que se enamora de la boletera del tren. Una tarde en la pileta que termina en la amputación de un dedo meñique. Un partido de fútbol con detenidos-desaparecidos de la dictadura. El monólogo de un taxista siniestro e impune. Benicio, el niño santo del pueblo. La japonesa femme fatale de Queen West. El diario de un secuestrador, entre otras. Y un ciego que vuelve ver a través del amor de la muerte –bellísimo cuento, por cierto–. Resumiendo: todas estas historias y sus protagonistas, algunos entrañables, otros deleznables, dan como resultado Así en la Tierra.
Con humor, ternura e ironía –tonos que hacen ecos en el Cortázar de los primeros libros de cuentos, también en los últimos–, desde el género realista al fantástico, este científico también divulga las palabras a través de buenas historias, sin descuidar el tono, las voces de los otros. Quizá porque como anota el personaje Selim en su diario, “será que los que estamos lejos de casa en cierta forma estamos todos juntos en algún lado, escribiendo, encapuchados, vendiendo falafel en las esquinas”.
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