Domingo, 11 de agosto de 2013 | Hoy
El libro de Arthur Danto plantea claramente su objetivo desde el título: contestar qué es el arte. A contrapelo de cualquier explicación institucional, el crítico y filósofo sostiene que arte es lo que la historia del arte determinó y que hay que seguir la pista de cuando un concepto o una idea se encarnan en un objeto estético.
Por Mariano Dorr
Cuando visitamos una muestra de arte contemporáneo, si en un rincón de la galería encontramos un balde, un secador y un trapo de piso, la primera reacción ya no es preguntarnos si alguien olvidó retirar esos elementos de limpieza. Pensamos: ¿es una instalación? El malentendido termina en cuanto advertimos una etiqueta (o la ausencia de ella) consignando autor y título de la obra (probablemente “sin título”). Unos pasos más allá protagonizamos la misma comedia ante un matafuegos. Es el desconcierto al que estamos acostumbrados: cualquier cosa puede ser arte. Sin embargo, el gesto de buscar un autor, un título, parece mostrar lo contrario. Para que algo sea arte debe ser reconocido como obra. Qué es arte y qué no lo es –según esta perspectiva– se determina de acuerdo con lo que sostenga “el mundo del arte” en cada contexto. Esta teoría institucionalista acerca de lo que es el arte es aquello contra lo que Arthur Danto escribe en este libro, en busca de una definición del arte que no vacila en llamar “universal”. Esto es, una definición que pueda dar cuenta tanto de una tragedia griega como de la obra de Leonardo o el mingitorio de Duchamp. Danto advierte que el institucionalismo no llega a explicar cuál es la razón para que “el mundo del arte” (curadores, coleccionistas, críticos, artistas) establezca, en cada caso, si estamos o no ante una obra de arte. Esta idea “se asemeja de algún modo a ser nombrado caballero: no todo el mundo puede hacerlo, tiene que ser obra de reyes y reinas (...). Algún rey chiflado podrá otorgar el título de caballero a su propio caballo”, escribe el autor de Después del fin del arte.
Entonces, ¿qué es aquello que hace que una cosa sea arte? Debe tratarse de una condición necesaria en la obra, de una propiedad esencial sin la cual un objeto no puede entenderse o interpretarse como arte. Danto cree haber encontrado una respuesta satisfactoria. Por un lado, señala que el arte no es otra cosa que la historia del arte; al mismo tiempo, esa historia nos dice que el arte es ante todo un “significado encarnado”. Los grandes maestros del Renacimiento comparten con Picasso, Bréton y John Cage el hecho de que tanto unos como otros se dedicaron –de muy distintas maneras– a encarnar significados. Para Danto, el arte no es de ningún modo un “concepto abierto”; por el contrario, es muy cerrado. Y es precisamente ese cierre el que nos obliga a abrir la mente, a reflexionar y modificar nuestro punto de vista; el arte nos invita siempre a descubrir e interpretar significados encarnados en un objeto, una materia (piedra, lienzo, película, cosas tomadas de la vida cotidiana o apenas un fragmento de silencio) que percibimos.
En 1964, Andy Warhol exhibió sus Cajas Brillo en la Stable Gallery. Danto estuvo allí: “Era una de las galerías más bonitas de Nueva York, aunque al entrar uno creía haber cometido un error, pues aquello parecía un almacén de supermercado”, recuerda. Las cajas de Andy eran exactamente iguales a las exhibidas en cualquier góndola, aunque sólo eran iguales visualmente. Las del mercado eran de cartón, Warhol las hizo hacer de madera. Unas contenían en su interior lo que la caja anunciaba, estropajos; las otras estaban vacías. Podrían haber contenido el mismo producto y las cajas de Warhol seguirían provocando el impacto que, de hecho, causaron en el propio Danto. No había forma de hacer visible la diferencia entre las cajas “reales” y la “obra”. Hacer del arte algo indiscernible de lo real es el aporte fundamental que Danto atribuye a Andy Warhol. Es el fin del arte tal y como había sido entendido hasta entonces. Y no se trata de que ya no haya diferencia entre arte y realidad; las diferencias siguen existiendo, pero son invisibles. Las Cajas Brillo de Warhol no significan lo mismo que las cajas en el supermercado: “La explicación de que un significado encarnado es lo que convierte un objeto en una obra de arte sirve tanto para la obra de David como para la de Warhol. De hecho, sirve para todo lo que es arte. Cuando los filósofos supusieron que no existe ninguna propiedad que compartan todas las obras de arte; estaban buscando sólo propiedades visibles. Pero son las propiedades invisibles las que convierten algo en arte”, escribe en “Sueños despiertos”, el primero y más extenso de los textos incluidos en Qué es el arte. Las Cajas Brillo implican para Danto un acontecimiento decisivo, incluso una auténtica revelación del estatus ontológico del arte. La radical (y hasta ridícula) indiferenciación entre arte y realidad en la escultura de Warhol es el punto final de dos mil quinientos años de debates, búsquedas y querellas a propósito del arte entendido como “imitación”.
En “Restauración y significado”, Danto se ocupa de la “limpieza de la Capilla Sixtina” para tomar posición en favor del trabajo de los restauradores frente a aquellos que sostienen que una intervención en la obra de Miguel Angel no es más que “una catastrófica metida de pata”. Según Danto, la restauración –si no modifica en modo alguno el significado de la obra– puede incluso acercarnos “las verdaderas intenciones” de Miguel Angel. Negarse a una restauración sería como guardar sus obras en un cuarto oscuro. En otro texto, “El final del torneo: el paragone entre pintura y fotografía”, se aborda la cuestión de la imitación de la realidad a partir de la controvertida irrupción de la cámara fotográfica en la historia del arte: “Toda la habilidad manual requerida era la necesaria para apretar un botón o un pulsador. Eso significaba que pictográficamente la mano era tan irrelevante como el pie. Todo lo que se necesitaba ahora era hacer que el ojo fuera también irrelevante, lo que nos lleva de nuevo a Duchamp, que reinventó el concepto de arte”.
En su argumentación, Danto incluye largos relatos a propósito de la historia del arte, aunque su intención no sea historiográfica en ningún momento. Sus tesis se apoyan en su propio relato acerca de cómo se desenvolvieron los artistas –entre rupturas y continuidades– a la hora de presentar una nueva obra. En “Kant y la obra de arte” encuentra puntos en común entre su propia definición de arte y algunos de los desarrollos kantianos. La noción kantiana de “idea estética” aparece como un genial antecedente de sus “significados encarnados”. Cuando Kant habla de “idea estética” no se refiere a ideas “sobre la estética” sino a ideas atravesadas por el cuerpo y la sensación. En un gesto desmesurado, Danto se coloca junto a Kant en lo alto de la filosofía del arte: “Lo más que se puede lograr es lo que Kant y yo hemos hecho”, escribe. Arthur Danto encuentra la fundamentación de su trabajo teórico en la figura del significado encarnado o idea estética, el “encantador oxímoron” resultante del cruce entre lo sensible y lo inteligible.
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