Después de Harry Potter, Crepúsculo y Los juegos del hambre, parecía que ya nada más podía alimentar el ansia de ficción juvenil fantástica que aquejaba tanto a los editores como a los fans. Y sin embargo, la avalancha de nuevas propuestas no tardó en producirse. El jueves pasado se estrenó la gran apuesta de los estudios de Hollywood, Cazadores de sombras, basada en la saga de Cassandra Clare, una de las autoras surgidas de Internet, quien a su vez era una fan del género. Aquí, un recorrido por el inabarcable universo de un boom narrativo tan invisible como masivo y asombroso.
› Por Mariana Enriquez
El nuevo siglo marcó una nueva era para la ficción juvenil. Especialmente para el más popular de sus subgéneros: la literatura juvenil fantástica y sus múltiples ramificaciones. Esa bisagra, absolutamente inesperada y sísmica, estuvo marcada por tres libros –o, mejor dicho, tres sagas–: Harry Potter de J. K. Rowling (siete novelas, publicadas entre 1997 y 2007), Crepúsculo, de Stephenie Meyer (cuatro novelas, entre 2005 y 2008) y Los juegos del hambre de Suzanne Collins (tres novelas, entre 2008 y 2010). Harry Potter vendió 450 millones de ejemplares, se tradujo a 67 idiomas y obligó al New York Times a abrir otra lista de best-sellers exclusiva para libros infantiles y juveniles. La saga de Crepúsculo vendió 116 millones de ejemplares y estuvo más de doscientas semanas en esa lista de best-sellers. Los juegos del hambre fue creciendo de a poco: de su primera modesta primera edición, con 200.000 ejemplares vendidos, alcanzó los 23 millones en 2012 sólo en Estados Unidos y después del lanzamiento de la película –protagonizada por Jennifer Lawrence, la deliciosa ganadora del último Oscar a Mejor Actriz– le puso en el bolsillo a su autora, Suzanne Collins, 55 millones de dólares, dejándola a pasitos de la más vendedora del mundo, E. L. James con sus 50 sombras de Gray.
Los números desbocados podrían seguir: de hecho, ésta es tanto una historia de asombroso éxito comercial como de intenso romance entre público y novelas. La explosión abrió un espacio para literatura juvenil en las librerías distinto del tradicional –cercano al infantil– o del incierto –en el estante del fantasy o ciencia ficción–. Se cristalizaron algunos formatos narrativos: la novela romántica paranormal con Crepúsculo –el amor imposible de la humana Bella por el vampiro Edward–, la novela distópica con adolescente dura, rebelde y hermosa –Katniss, de la extraordinaria Los juegos del hambre–, el universo mágico con elementos de narrativa tradicional tomados de la literatura clásica y la mitología: el elegido, el mito de origen, la lucha entre el bien y el mal, la escuela para pupilos, el héroe que, con ayuda de maestros, va encontrando y aprendiendo sus poderes, todo eso y más en Harry Potter, que desde sus modestos comienzos como novela infantil acabó adquiriendo proporciones épicas sin perder jamás el humor ni la identificación con los niños reales que lloraron y pasaron meses de duelo cuando se publicó, en 2007, Harry Potter y las reliquias de la muerte y el sueño terminó.
Desde entonces, los lectores y el mercado comenzaron a buscar y rebuscar en un fenómeno masivo y un episodio de la cultura popular que transcurre largamente en Internet y específicamente en el reino del fan fiction, la escritura amateur de los lectores.
El fenómeno de la ficción fantástica para jóvenes suele pasar, para los adultos, inadvertido hasta la invisibilidad, porque transcurre, sobre todo, en Internet. Explica Mariana Vera, editora de RHM Argentina: “Los adolescentes buscan pertenecer a una comunidad lectora para intercambiar ideas y relatos a partir de la propia lectura. Internet, a través de los blogs y páginas dedicadas al género, juega un papel importantísimo a la hora no solo de promocionar los textos y difundirlos, sino también de armar planes editoriales. Muchas veces los mismos lectores piden alguna saga que ya salió en otro país y a partir de la cantidad de pedidos, nosotros evaluamos la posibilidad de incorporarla al plan. Existe una gran demanda a través de la web, que se corresponde con una propuesta editorial muy fuerte. Las librerías acompañaron este auge generando sectores propios”. En este momento, la editorial tiene unos 120 títulos publicados en sellos juveniles, casi la mitad de su producción.
En el medio de esa red entre editoriales y público demandante están los autores. Algunos, como Clare, surgen del fan fiction. Otras, como Amanda Hocking, se autopublican: ella lo hizo en la tienda Amazon –que ofrece esa posibilidad– y se bajaron el libro millones de personas. Hocking tiene 28 años y 17 novelas originalmente editadas como e-book que ahora se consiguen en libro de papel. En Argentina, Planeta editó su saga Lazos de sangre (romance paranormal con vampiros) y las trilogías Tierra de magia (fantasía urbana con magia) y Sirenas (sobre ¡sirenas!). Amanda firmó su primer contacto por libro físico en dos millones de dólares. Las sagas son flojas, caramelo muy masticado, el género llevado al límite de lo exhausto. Pero sí: tienen una fuerza adictiva. Planeta también editó la trilogía Hex Hall de Rachel Hawkins, sobre una chica demonio, Sophie Mercer, que es enviada a un colegio, pupila, con otros paranormales, para aprender a dominar sus poderes –y, eventualmente, renegar de ellos–. Hex Hall es una saga divertida, la amistad entre Sophie y su amiga lesbiana-vampira Jenna es deliciosa y el triángulo amoroso de rigor resulta un poco agobiante, a esta altura. Hawkins es otra outsider: docente de Alabama, buscó agente antes de terminar su primer libro, en 2007, lo consiguió en menos de un mes y para abril de 2008, varios editores estaban peleando por el libro. Y luego está Lesath, de Tiffany Calligaris, primera trilogía fantasy de esta joven autora argentina, y otras réplicas locales como Zahori de la chilena Camila Valenzuela. La saga de los confines, de Liliana Bodoc, apareció antes del pico de fiebre, pero puede pensarse como una de las pioneras en América latina, aunque la vara de calidad de su obra es tan alta que debería hacer temblar a los principiantes.
Todas son mujeres. Todas son sagas. La saga mantiene en vilo, es adictiva. También es el formato de consumo más reconocible en los productos masivos actuales, desde el auge de las series hasta el de las secuelas y precuelas y orígenes y paralelos del cine. Una forma de consumir serial y mainstream. Más allá de la posibilidad de ingreso al mercado de la literatura de autores periféricos o marginales, el dominio de las sagas produce una forma de consumo que no es alternativa y también crea un nuevo standard, donde el libro cerrado, inclusive cuando es una saga, al estilo de El señor de los anillos o Gormenghast de Mervyn Peake, es una antigualla. Este modelo de autor, un autor de las redes y la interacción, produce como los guionistas de las series, que renuevan temporadas cada año, si funcionan: siguen hasta la quemazón, el hartazgo o la caída de la calidad. Su contacto fluido con los lectores puede sonar encantador, pero basta una leve inmersión en los fandoms para notar la presión, el ruido y la demanda insistente de esos lectores empoderados que también se sienten dueños de los libros.
De entre todas las candidatas de esta “segunda ola” para ser la siguiente gran saga para adolescentes, Cazadores de sombras parece ser la elegida. Saga y autora encarnan todas y cada una de las características de la “segunda ola”. Rowling, Meyer y Collins vienen de experiencias de escritura y publicación tradicionales, mientras que Cassandra Clare –seudónimo de Judith Rumelt–, empezó a escribir en FF.net, el mayor y más prestigioso sitio de fan fiction online, y en esa comunidad se hizo famosa por The Draco Trilogy, una trilogía que tenía como protagonista a un personaje secundario de Harry Potter, Draco Malfoy. La primera entrega de la saga, Cazadores de sombras: Ciudad de Hueso (en inglés la saga se llama The Mortal Instruments) se editó en 2007 y ya lleva cinco novelas –todavía no terminó–, traducciones en 34 idiomas y una precuela de tres entregas, The Infernal Devices. En Argentina, Cazadores de sombras vendió 40.000 ejemplares y las reimpresiones son constantes.
Se espera que ese número se duplique, después del estreno, el jueves pasado, de la primera película de la saga, que llegó acompañada de una fuerte campaña promocional. Dirigida por Harald Zwartz, un realizador de currículum poco destacado, y tiene un elenco de adolescentes hermosos con experiencia en la industria: Jamie Campbell Bower (que actuó en Harry Potter y en Crepúsculo y empezó en Sweeney Todd de Tim Burton); Lilly Collins –¡la hija de Phil!–, que desde su debut, en 2009, lleva rodadas diez películas, y el irlandés Robert Sheehan, con larga carrera en TV y cine en Inglaterra. ¿Cazadores de sombras, la película, tendrá lo que hace falta? Está por verse: la crítica no la abrazó y para la taquilla falta esperar una semana. Pero ninguna adaptación había causado semejante expectativa ni semejante revuelo en las redes –las fans, como es lógico, están disconformes con todo, empezando por el casting, y la propia Clare se encarga de tranquilizarlas, con poco éxito–.
¿Quiénes son los Cazadores de sombras? Son los nefilim, hijos de humanos y ángeles, cuya misión es exterminar demonios –para protegerse a sí mismos y para proteger a la Humanidad toda–. Comparten el Mundo de las Sombras con otros seres, desde hombres lobo hasta vampiros, y todos viven entre los humanos, en una realidad paralela: el escenario es la ciudad de Nueva York. La paz entre los arrogantes nefilim y las criaturas de la noche es tenue porque, básicamente, los nefilim son los más poderosos, los policías de las sombras. Los protagonistas adolescentes son Jace y Clary; él trabaja de cazador de sombras, ella acaba de enterarse de su destino, porque es hija de una cazadora disidente que siempre vivió escondida entre los seres humanos. Y el malvado es Valentine, un fanático que con su grupo extremista, el Círculo, rompió los tenues acuerdos con los seres subterráneos en una cruzada por masacrarlos en masa y mantener el mundo puro para los seres humanos –y para su propia, supremacista, idea de pureza–.
La saga se ubica, desde el principio, en este terreno complejo que es el tembladeral de las novelas de iniciación, y de las sagas fantásticas: el riesgo del conservadurismo, la seducción de la radicalización reaccionaria. De a poco, Cazadores de sombras se rebela narrativamente contra el status divino de los nefilim y, como en Harry Potter, asoman los mestizos como los auténticos dueños del futuro y los verdaderos sabios. La saga tiene, además, triángulo amoroso, personajes gays –uno de ellos adolescente, lo que es una especie de hito–, el intento de devolverle a Nueva York su condición de metrópoli con filo y riesgo poblándola de seres paranormales, cantidad de artefactos para nerds y escenas de acción que parecen listas para ser filmadas sin tocarle una coma, citas y referencias múltiples que van desde Harry Potter hasta el Rey Arturo, además de final sorpresa que revela el inesperado origen familiar de los adolescentes. Tiene, además, una notable y obvia influencia de la narrativa del manga y el animé japonés en su variante shojo fantástica, con sus batallas coreográficas y los chicos estilizados y sexualmente ambiguos. Pero lo realmente inquietante es la soledad de estos hijos de El Círculo: si hay algo notable en la nueva ficción fantástica para adultos es el desamparo de los jóvenes, que ya no son huérfanos (el standard desde el Rey Arturo hasta Harry Potter) sino hijos de padres abandónicos, tan inmersos en su propio drama que no tienen tiempo de cuidar ni criar.
Y lo también inquietante es que todas las sagas, por default, están protagonizadas por y orientadas hacia un joven consumidor blanco y occidental. Es cierto, en muchos países la apropiación del género produce diversidades locales, pero lo que se hace masivo, el standard global, es blanco y en la mayoría de los casos –con la notable excepción de Los juegos del hambre– sin registro de penuria económica alguna. Este conservadurismo no tiene que ver con tramas: es un problema de propagación del statu quo, de negación de la diversidad, de la convención de un género narrativo que no cuestiona el orden. La excusa es que la diversidad está dada por los diferentes seres sobrenaturales: pero, se sabe, un hada blanca es un hada blanca. Y la verdad es que apenas existen hadas negras.
La propia Cassandra Clare se atrevió a desafiar (un poco) esta estandarización con personajes gays, asiáticos y latinos y se encontró con resistencia... de parte de los lectores. Cuando se hizo el casting para la película, se eligió al actor taiwanés Godfrey Gao para interpretar al brujo Bane y las fans protestaron diciendo que la elección las confundía. Clare respondió públicamente: “La confusión de ustedes me confunde. Eligieron a un actor asiático porque Magnus es asiático. Hay muchos papeles para actores blancos: éste no es uno de ellos”.
Hace algunos años peleó esta batalla Ursula K. Le Guin, cuando Un mago de Terramar (1968) fue adaptada para televisión y el moreno personaje de Ged terminó siendo blanquísimo, en una saga deliberadamente pensada como diversa. Cassandra Clare reconoce y habla del problema –pero sus personajes principales, los cuatro adolescente protagonistas, siguen siendo blanquísimos–.
Se puede decir que, a pesar de las nuevas formas de producción y consumo, la ficción fantástica juvenil es un renovado episodio del folletín popular. Y nada funciona mejor como folletín que las novelas románticas con vampiros, a la cola de Crepúsculo. Es curioso lo que le pasó al mito del vampiro. Después de que Anne Rice, pionera de las sagas, renovara al personaje en Entrevista con el vampiro (1976) –le diera voz, tono homoerótico, un peligro que se acentuaría con la metáfora de la sangre y la muerte en los ’80– y Poppy Z. Brite, una escritora de Nueva Orleáns, llevase un paso más adelante a los vampiros reinventándolos como adolescentes voraces entre Marilyn Manson y los chicos prostitutos de Dennis Cooper en Lost Souls (1992), el mito sufrió una impensable vuelta conservadora. Crepúsculo destila moralina y reacción: la protagonista se niega a abortar a su hijo vampiro asesino en un insólito alegato provida, los hombres lobo son indígenas (es increíble que esta pieza de incorrección política haya pasado tan inadvertida) y toda la actitud sumisa de Bella es violentamente patriarcal y paternalista. Pero el romance decimonónico funcionó. Y así, se rescató una saga de vampiros publicada en los ’90 por L. J. Smith, antes de la fiebre, The Vampire Diaries, publicada en Argentina como Crónicas vampíricas y que va por su parte VII; la autora, que no tuvo éxito en su primer intento, logró una impresionante reivindicación cuando su saga fue adaptada para televisión por Kevin Williamson (el experto adolescente, guionista de Dawson’s Creek y las películas Scream y Sé lo que hicieron el último verano). Estos vampiros van a la secundaria, no beben sangre humana –salvo el malo Damon de Crónicas...–, el sol no los afecta y matan rara vez. En realidad, el nuevo vampiro (o vampira) de las sagas románticas es un joven aristócrata, inmortal y bello, que toma sangre en vaso. Casi no es un vampiro. El peligro y la noche han desaparecido.
De la enorme cantidad de romance con vampiros editada en castellano, una de las mejores –convencional, pero bien escrita y con personajes fuertes– es la saga Medianoche, de Claudia Gray, portagonizada por una chica vampira, Bianca: las ventas totales en Argentina superan los 30 mil ejemplares y cuando Gray vino este año a la Feria del Libro Infantil y Juvenil, firmó ejemplares casi dos horas.
¿Y los muchachos? Existen, tanto los protagonistas como los autores, y son exitosos. Están, sin embargo, enmarcados en formas narrativas clásicas: la fantasía épica y la aventura. El más famoso es Rick Riordan, un texano que en 2005 inició su saga Percy Jackson y los dioses del Olimpo, pentalogía sobre un adolescente disléxico que descubre que es un semidiós –puntualmente, el hijo de Poseidón–. Dos de los libros ya se adaptaron para cine y les fue bastante bien. En este momento, RHM está publicando la segunda saga de Riordan, Los héroes del Olimpo, vagamente inspirada en Jasón y los Argonautas. Riordan lleva escritas, también, sagas sobre dioses de Egipto.
Quizá la saga más interesante de y para chicos sea Artemis Fowl, sobre un delincuente juvenil y niño prodigio irlandés, hijo de un mafioso, que les roba el oro a las hadas y tiene aventuras durante ocho novelas, firmadas por Eoin Cofler, publicadas desde 2001. Artemis es un antihéroe, no es un elegido, no es un semidiós: es terriblemente inteligente y tramposo, y la saga es la que mejor maneja el tema de la tecnología. Y la saga de origen menos convencional es El Legado, de Christopher Paolini, una fantasía épica muy cercana a El señor de los anillos escrita por un joven de diecinueve años que hizo una edición de autor financiada por su familia y después se fue de gira por bibliotecas, librerías y colegios durante todo 2002 –con vestimenta “medieval”– hasta que en 2003 le vendió la primera entrega, Eragon, a Knopf y ahora, que acaba de terminar después de cuatro novelas, lleva vendidos 33 millones de ejemplares.
Algunos editores y agentes de las grandes editoriales del mundo admiten estar sufriendo de “fatiga paranormal”, pero los lectores todavía no sienten ese cansancio. Hay mucho apostado al éxito de Cazadores de sombras. Si funciona, la avalancha puede ser abrumadora. Mientras tanto, el cine espera la segunda y tercera parte de Los juegos del hambre y, con un perfil más bajo, la adaptación de Vampire Academy, otra de vampira en secundaria, basada en la saga de Richelle Mead (seis novelas, ocho millones de ejemplares vendidos entre 2007 y 2010), dirigida por el especialista en comedia adolescente Mark Waters (Mean Girls y Freaky Friday). El mundo editorial le pone fichas a Divergent, la nueva saga distópica de Verónica Roth, una variación de Los juegos del hambre que presentará su último libro en octubre y ya tiene vendido los derechos para cine, y a Maureen Johnson, una autora de Filadelfia –todavía sin traducir al español– que le agrega al cóctel una dosis de crimen –además de algo no tan presente en el género: una prosa notable– en novelas como The Name of The Star de la saga Shades of London, que conformó a los exigentes críticos especializados de Locus.
¿Y el futuro lejano? Ahí vive la esperanza de que, cuando el fenómeno amaine, quede lo mejor del fin de fiesta: los más atrevidos, los que no se desesperaron por tener sobre la tapa de su libro el sello de alguna franquicia, los que lograron hacer literatura en la vorágine.
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