Dom 30.03.2003
libros

ENTREVISTA

YESTERDAY

El miércoles pasado, Alain Robbe-Grillet presentó en Barcelona la versión al castellano de su última novela, La Reprise, con la cual el viejo lobo del Nouveau Roman intenta recuperar el tiempo perdido y colocarse a la altura de sus más odiados rivales. Radarlibros volvió a hablar con él y sintetiza lo más jugoso de sus opiniones.

› Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

Hubo un tiempo que fue hermoso y la literatura francesa era potencia en las bibliotecas del mundo: Stendhal, Dumas, Hugo, Balzac, Flaubert, Maupassant... Había para todos los gustos y las intensidades. Después, un cortesano aparentemente inofensivo llamado Marcel Proust hizo volar todo por los aires y –después de él– ya no pudo hablarse del estallido de una gran bomba nacional sino de las explosiones aisladas de anarquistas y revolucionarios: Céline, Camus, Sartre y, claro, el Nouveau Roman. Todos y cada uno de ellos empeñados en refundar sobre las ruinas. Y aquí –con una novela, por propia admisión, “sobre las ruinas a refundar y las ruinas berlinesas por las que se mueve un espía francés en 1949”– regresa Alain Robbe-Grillet para recuperar el tiempo perdido. O algo así.

EL ESPIA
Robbe-Grillet llega a Barcelona para presentar Reanudación, Editada en Anagrama –el título en francés es La Reprise y tiene connotaciones más claras y autorreferenciales–. Reanudación es la novela con la que Robbe-Grillet fue relanzado en el 2001 francés (y Radarlibros lo entrevistó en ese entonces) para la consagración de sus contemporáneos y descubierto por una juventud marca Les Inrockuptibles más consumista que consumada y que, seguro, lo siente y lo lee más cerca de David Lynch que de Samuel Beckett. Reanudación es, así, interesante por varios motivos: marca luego de veinte años el retorno con ruido práctico de un teórico de la vanguardia y, al mismo tiempo –tal vez los gestos finales de la experimentación sean parecerse lo más posible a “lo normal” sin perder cierta textura extraña– propone una de sus historias más legibles e interesantes. Se puede leer Reanudación –ya desde su primera frase: “Aquí, pues, reanudo y resumo”– como una suerte de informe de situación, resumen de lo publicado por el autor (funciona como una especie de espejo invertido de su clásico Las gomas de 1952) y, al mismo tiempo, un thriller patológico a la vez que nueva novela sobre aquella otra nueva novela que ya no lo es.
Resulta curioso que uno de los fetiches más fecundos de la literatura popular –la figura del espía o del oficial de inteligencia– sea uno de los oficios predilectos sobre los que desciende la literatura seria cuando se propone ser un poco más ligera. Conrad, Greene, McEwan y Banville clavaron su ojo en esa cerradura, y ahora Robbe-Grillet hace lo propio. Cuando le pregunto el porqué de semejante elección, Robbe-Grillet me responde que no suele responder preguntas que comiencen con un por qué. Lo que no le impide, dicho eso, explayarse durante unos veinticinco minutos promedio a la hora de contestar sobre lo que sea. Frases largas, espirales donde se cruzan memorias, apuntes, chistes de los que se ríe él solo y, de vez en cuando, algo que tiene que ver con la pregunta que se le hizo. Cuesta imaginar –produce vértigo– lo que sería una hipotética conversación entre Proust y Robbe-Grillet. Proust escribía largo y conversaba corto y Robbe-Grillet escribe corto y, por favor, que alguien apague a este hombre.

EL DOBLE
¿Es Robbe-Grillet a esta altura del asunto un monstruo sagrado o un monstruo profano? Reanudación –artefacto retro-vanguardista– no ofrece una respuesta clara en este sentido. En un paisaje salpicado por premios que pocos consumen fuera de Francia –o de París– y acompañado por escritores fenomenales como Catherine Millet, fréderic beigbeder y Amélie Nothomb, este “nuevo” Robbe-Grillet produce la admiración que suele despertar el rugido de un viejo guerrero o la ternura de escuchar a Paul McCartney cantando “Yesterday”. Sus claras invocaciones al Edipo Rey de Sófocles (según Robbe-Grillet el “policial perfecto: porque el detective no sabe que, además, es el culpable”), a la desorientación burocrática de Kafka, a la perversión ninfúlica de Nabokov, a las argumentaciones de Kierkegaard, alas intromisiones de Borges como escritor-personaje y, finalmente, a un Robbe-Grillet que el mismo Robbe-Grillet parece admirar como visitante privilegiado de su propio y particular museo, apenas esconden el deseo de ser incluido en una tradición más allá de toda moda. A la hora de la verdad, hasta el más moderno quiere ser clásico; y es entonces cuando la patología del personaje-doble y espía desconcertado de Reanudación contamina –consciente o inconscientemente a Robbe-Grillet– y tal vez entonces, por todas las razones correctas e incorrectas al mismo tiempo, esta novela crece para transformarse en un libro muy interesante.

EL OTRO
Robbe-Grillet –quien menciona tanto a Juan Benet o Juan José Saer a la hora de las complicidades– es curiosa y felizmente claro y sintético cuando surge el inevitable nombre de Michel Houellebecq. Ahí, el objetivista Robbe-Grillet dispara a quemarropa sobre el objeto: “Somos escritores en los antípodas. Yo soy un escritor de culto, feliz por vender 40 mil ejemplares y Houellebecq es un escritor infeliz porque vende 400 mil ejemplares. Pertenecemos a la misma escuela porque los dos estudiamos en el mismo Instituto de Agronomía, ja. Y ahí termina todo. Debo decir que intenté leer Plataforma, pero no pude avanzar demasiado. Houllebecq es el escritor ideal para un país mediocre donde abundan la crítica mediocre (que prefiere lo sociológico a lo literario, porque es algo más fácil y seguro) y los lectores mediocres y los escritores mediocres. El gran arte de Houellebecq es, entonces, haber convertido su propia mediocridad en un fenómeno masivo de ventas a la vez que en el perfecto reflejo del estado de las cosas. Incluso su obra es cada vez más claramente mediocre. Y cada vez más infeliz. He conocido a pocas personas más infelices que Houellebecq, al punto de haber llegado a pensar en la fundación de un Círculo de Amigos de Houellebecq. Lo dicho: Houllebecq no se quiere, se siente feo y se sabe mediocre. Y eso es lo que vende a gente parecida a él. La mediocridad como producto. Yo, en cambio, soy muy feliz y estoy encantado conmigo mismo”.
Se nota, se nota; y Robbe-Grillet toma aire y escucha una pregunta que empieza con un por qué y dice que no le interesan ese tipo de preguntas y media hora más tarde concluye su respuesta con otra pregunta y, por fin, unas pocas palabras, muy pocas: “¿Qué queda del Nouveau Roman? Quedo yo. Y Flaubert. Flaubert ya hacía nouveau roman, ¿o no?”.

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