Domingo, 3 de noviembre de 2013 | Hoy
Adolfo Prieto es uno de los grandes críticos de literatura argentina y latinoamericana, que se consagró al ensayo y a la difusión de las obras con emprendimientos como la colección Capítulo. El rescate de sus estudios sobre autores como Borges, Cortázar, Marechal, Scalabrini Ortiz y Martínez Estrada muestra la vitalidad de unos textos que marcaron la primera mitad de los años sesenta.
Por Mariano Dorr
Los Estudios de literatura argentina aparecen reunidos por primera vez en 1969. El libro contiene siete ensayos, la mayor parte escritos entre 1959 y 1966. Tratándose de uno de los autores más notables de la crítica literaria local, esta primera reedición viene a llenar el vacío de su propia ausencia –por décadas– en las librerías argentinas. En el prólogo, María Teresa Gramuglio revisita la historia intelectual de Adolfo Prieto, su lugar en la academia (fue profesor en la Universidad Nacional del Litoral y en la Universidad de Florida, EE.UU.) y la importancia de sus investigaciones sociohistóricas. La obra de Prieto en su conjunto (Sociología del público argentino, La literatura autobiográfica argentina, Diccionario básico de literatura argentina, entre otros textos) podría ser leída, según Gramuglio, como las bases para una historia social de la literatura argentina: “A lo largo de su obra, Prieto ha trabajado con diversos registros de lo que en un sentido amplio es correcto llamar sociología de la literatura, prestando atención a la formación del público, a los distintos circuitos de producción y de lectura, a las condiciones históricas, sociales y culturales en que arraigan elecciones formales y aun aspectos psicológicos de los autores”, escribe. La preocupación por el vínculo entre literatura y sociedad es uno de los elementos que Prieto compartió con el grupo de intelectuales que conformaron, durante los años ‘50, la emblemática revista Contorno (también reaparecida, en 2008, en edición facsimilar de la Biblioteca Nacional).
El primer ensayo (sobre El mal metafísico, de Manuel Gálvez) es un claro ejemplo del tipo de investigación sociohistórica de Prieto: “Aquí está el Buenos Aires de comienzos de siglo, el escenario, el ambiente físico, los tipos humanos característicos, la reproducción de la voz, del tono, de los giros con que se expresaban las confidencias y de las fórmulas en que cristalizaban las opiniones más representativas. Aquí está la minuciosa crónica de una generación literaria y también el cumplido inventario de las ideas generales, de los estilos de vida, de los prejuicios y de las preocupaciones compartidas por diferentes grupos sociales”. El realismo naturalista de Gálvez –tomado de la escuela de Zola– busca hacer de su obra un “documento, el inventario de una época”. Sin embargo, Prieto observa que –finalmente– se trata más de un realismo estereotipado que de un verdadero compromiso con la descripción de la realidad.
El trabajo siguiente constituye una pieza maestra de la crítica: en lugar de insistir en las diferentes concepciones del ejercicio de la literatura entre los escritores de Florida y Boedo, Prieto se detiene en la borrosa frontera entre ambos grupos. En Florida –en sintonía con los principios del ultraísmo introducido por Borges en 1921– la pretendida búsqueda de una “literatura pura”, carente de arrastres emocionales y del intento de adherir de circunstancias al poema, es rápidamente abandonada por la incursión en temas propicios al confesionalismo; al mismo tiempo, el arrabal de Buenos Aires se convierte en su “materia poética por excelencia”. En Boedo, la propuesta de “no utilizar la literatura sino como instrumento para remover las conciencias y promover la imagen de un mundo mejor” alejó a sus integrantes del deseo de perfección formal en términos literarios, aunque sólo en cierto sentido. Como explica Prieto, también Boedo dio rienda suelta a la transgresión de sus propios preceptos. La permanente atención a los autores de Florida –aun para burlarse de ellos– pone en evidencia el interés por la producción literaria en sí misma, más allá de “la revolución”. Prieto cita un número de Claridad (revista que identificó a Boedo como Martín Fierro a Florida) en donde, a propósito de un dibujo de Borges publicado en Martín Fierro, se lee: “A la Borjes no la admitirían ni al concurso para niños de Caras y Caretas. Lo que no es un obstáculo para que un asno erudito escriba un articulejo, o lo que sea...”. En el tono lúdico de estos comentarios sobre “la jovencita Borjes”, Prieto encuentra una retórica ambigua que si no es propiamente de Florida, menos aún se corresponde con Boedo.
En “Julio Cortázar, hoy”, el autor se ocupa de la figura del escritor radicado en París a pocos años de la publicación de Rayuela. El enorme reconocimiento que obtuvo Cortázar a partir de entonces (“éxito tan tardío como unánime, tan unánime como equívoco”, escribe Prieto) suele obligar al crítico a ponerse en guardia: “Ya se sabe que en todo éxito de librería puede presumirse, casi siempre, un largo encadenamiento de malos entendidos”. Tan lejos del halago fácil y consagratorio como de cierta crítica propia de quienes creían que “el verdadero Cortázar” era el de los cuentos de Bestiario y Final del juego. Prieto coloca a Cortázar en la extraña tradición de los escritores cuya “literatura revela, fundamentalmente, una puntillosa conciencia del oficio de escritor; una desconfianza, y al mismo tiempo, una permanente violencia ejercida sobre el instrumento expresivo”. La obra de Cortázar –tanto los cuentos de los ‘50, como las novelas en los ‘60– supone un proyecto literario que incluye, en un mismo gesto, el preciosismo formal y la negligencia disgregadora.
Cada uno de los estudios que completan el volumen (sobre Raúl Scalabrini Ortiz, Roberto Arlt, Ezequiel Martínez Estrada, Leopoldo Marechal) implica un nuevo despliegue de lucidez y rigor crítico. La escritura de Adolfo Prieto no sacrifica en ningún caso la intensidad de la pasión literaria en favor del academicismo. Llama a la lectura de la literatura argentina sin temor a las comparaciones. Del Adán Buenosayres, de Marechal, escribe: “Puede afirmarse, sin escándalo, que algunos capítulos son de una fuerza verbal estupenda, sin ejemplo en español desde el meteoro deslumbrante de Quevedo”. Sobre Los premios y Rayuela es más cauto: “No son, probablemente, grandes novelas si elegimos como marco de referencias el de los mejores exponentes de la literatura contemporánea, pero son excepcionales novelas en el marco condicionante de las literaturas argentina y latinoamericana, y aun buenas novelas para el lector exigente de cualquier latitud”.
Con un estilo sencillo pero cargado con la fuerza de sus argumentos, Estudios de literatura argentina es el testimonio vivo de uno de los maestros de la crítica literaria argentina.
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