Trascendió por televisión, pero el caso del profesor que abusaba de menores en un tradicional colegio de San Isidro pronto volvió a ser comido por la oscuridad y el silencio. Hasta que un ex alumno del colegio y también periodista, Nicolás Cassese, decidió luchar contra los prejuicios propios y ajenos. El secreto de San Isidro es la crónica de la doble faz del profesor Peter Malenchini, de los encubrimientos de autoridades y padres y de la sexualidad reprimida y sesgada de la clase alta en los años setenta.
› Por Pablo Perantuono
“Sí, nos violaba (...). A lo largo de ese tiempo tuvo las relaciones sexuales que puede tener cualquier persona con otra”, dirá, muchos años después, Luis María “Tupa” Belgrano, sobre cuyas espaldas y fantasmas se centra El secreto de San Isidro, una historia real, un relato espeluznante que se hunde en los recuerdos rotos de un puñado de personas afectadas por las andanzas de Peter Malenchini, de día profesor joven y carismático, de noche un chacal que destruía la vida de sus alumnos. Nicolás Cassese, su autor, se embarró en esta historia que le es familiar: él asistió a ese colegio, San Juan el Precursor, así como también muchos de los que constituyen su núcleo afectivo, sus amigos.
El San Juan es conocido por ser un espacio de elite “del que egresan curas y Pumas (rugbiers)”, como se suele ironizar. Pero no todo es bello. Cassese hunde el cuchillo en una herida de la que todavía drena oprobio y repulsión, dentro de una sociedad habituada a los placeres de las familias numerosas y sonrientes, los jardines amplios, las canchas de rugby y los casamientos endogámicos y patricios. Cassese descubre que la historia –que saltó a la notoriedad en un programa de televisión hace casi diez años– tiene piezas que no encajan o que, peor, se perdieron en la noche de los tiempos. Y se lanza a buscarlas. Al igual que una obra cumbre como lo es Soldados de Salamina, de Javier Cercas, El secreto de San Isidro tiene la particularidad de funcionar también como una suerte de diario de investigación en el que el narrador transmite sus dudas, los escollos con los que se encuentra, las emociones que afloran –que son muchas, al tratarse de un ámbito que le resulta familiar y, por tanto, incómodo– y los mitos que se desentierran. “Cercas me dio las herramientas para narrar esta historia. Yo no lograba contar la historia de los abusos de Malenchini y ensamblarla con la mía. Le daba vuelta al asunto y no funcionaba. Al final, lo que hice fue releer Soldados de Salamina y entendí que lo que tenía que hacer era utilizar el método Cercas. Lo que me interesaba era un narrador que avanza a tientas, dudando, con miedo. Yo también avancé con miedos y dudas. Aún las tengo.”
Otro de los elementos que enriquecen la trama, a riesgo de hacerla más angustiante, es la complicidad y el silencio de un grupo de adultos que decidió, con la excusa de no exponer a los niños y el buen nombre del colegio, barrer la basura debajo de la alfombra, apartar a Malenchini –quien se cree que hoy vive en alguna ciudad perdida del Litoral argentino–, pero no sólo no iniciar una causa judicial, sino incluso hacer de cuenta, ante muchos padres y alumnos, que allí no había pasado nada. Y lo que había pasado es que al menos una decena de chicos de diez a doce años habían sido abusados por un profesor que, a comienzos de los años ’70, reinaba en San Isidro y gozaba de impunidad.
“El tipo era muy hábil para esconderse en plena luz”, aporta Cassese, quien arrancó la investigación hace unos cuatro años, cuando todavía no había finalizado su primer libro, Los Di Tella, una familia, un país. “Mi teoría –agrega– es que un ambiente conservador y pacato como el de ese San Isidro era ideal para un tipo así. No se hablaba de sexo de ningún tipo, salvo el matrimonial y con el objetivo de reproducirse; mucho menos se hablaba de pedofilia.”
Los recuerdos –y sus daños colaterales– de ese clima de anulación sexual y de negación del deseo son los que motivaron a Cassese a lanzarse a contar esta historia. Aun cuando sintió resistencia en su grupo de pertenencia, el autor cree que la investigación intenta desentrañar también los misterios de una cultura retrógrada hasta límites insólitos, del Medioevo. “Antes que la historia de Malenchini, mucho antes, está el relato de esa educación sexual reprimida y, desde mi punto de vista, ridícula. Quería hablar de eso, pero no sabía cómo. La historia de Malenchini me dio el cómo, una excusa para narrar mi barrio, mi educación. Después tomó vida propia, pero en el principio estaba mi historia personal en relación con el colegio.”
Construido con una prosa galopante que, aun cuando circula alrededor de un hecho conocido, consigue mantener la tensión e incluso el misterio (otra buena herencia de Soldados de Salamina), El secreto de San Isidro deja en evidencia, con el testimonio actual de los protagonistas satelitales de la historia –padres, profesores, autoridades–, cómo el paso del tiempo y la misma dinámica impensada de la vida se encargó de disolver los acerados preceptos cristianos con los que –creían ellos– se sostendrían y se protegerían de la barbarie. Es conmovedor leer a esos padres, hoy casi ancianos, relatar cómo sucumbieron al deseo, se separaron, armaron otras familias. Vivieron de verdad. Los mismos defensores del régimen se estrellaron con la propia naturaleza del ser humano. El mérito de Cassese –o su transgresión, tratándose de alguien que pertenece a ese círculo– es contar esa transformación, esa suerte de abdicación social ante conceptos que hoy resultan intolerables, pero que entonces, y durante mucho tiempo, se respetaban con sagrada obediencia. Para hacerlo, Cassese debió confrontar con gente de su entorno. Con algunos, la relación cambió. “Nada se rompió para siempre, creo”, aclara. “Todo arrancó –recuerda– con una columna mía en la revista Noticias. En ese entonces discutí con algunos amigos que sintieron que había traicionado al San Juan. Tenían razón, lo traicioné, y lo volvería a hacer. Mi vieja tampoco estaba contenta con la historia. Pero al final, la máxima resistencia que tuve que derribar eran mis propios miedos e inseguridades.”
En uno de los diálogos, alguien –un compañero– parece calibrar bien las responsabilidades. Por un lado estaba el depredador, Malenchini, y su siniestra estrategia para devastar. Por otro, un colegio que tuvo cánones de rigurosidad muy bajos para contratarlo o controlarlo. Esas autoridades –algunas murieron, otras no quisieron hablar con el autor– son las que permitieron que el monstruo desplegara sus colmillos. “Encubrieron, pero lo hicieron porque creían que era lo mejor para sus hijos. Monseñor Laguna también participó del encubrimiento. Cada uno lo hizo por diferentes razones, pero más interesante que decir quién se equivocó es entender cómo se generaron esas acciones. Por qué la gente hizo lo que hizo. Bucear en la placenta del silencio, para usar un término de Cercas. Me interesa más entenderlos que juzgarlos. El no quiso, pero me hubiese encantado hablar con Malenchini.”
Y concluye: “A mí lo que más me interesa leer son esas historias de tipos buscando. Y nunca buscamos tanto y de manera tan infructuosa como en la adolescencia. Entonces no tenemos la capacidad de traducir eso que nos pasa, pero la memoria de aquellos silencios y de aquellos temores es lo que impulsa todo el resto”.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux