Domingo, 17 de noviembre de 2013 | Hoy
Los riesgos del amor, los sinsabores de viajar en pareja y una tenue desesperanza como mecanismo de defensa. Y cómo decirlo poéticamente. En En base doble, Juan Pablo Bertazza aborda las múltiples facetas de un tema que se renueva en forma permanente, evitando así la idea del amor como un concepto universal abstracto.
Por Martín Kasañetz
Si observáramos las estadísticas de cualquier buscador de Internet podría afirmarse con seguridad que luego de “Sexo” y “Dios”, la palabra más buscada es “Amor”. El amor es, en sus innumerables formas y filosofías –occidentales y orientales– el mayor vínculo humano existente. Todas las culturas en el transcurso de la historia han reflejado de una u otra manera este sentimiento. Cada año en todo el mundo se emiten miles de programas televisivos y películas que abordan el amor, se publican incontables libros y revistas que abundan en fantásticas y pegajosas historias amorosas –novelas rosa– o de autoayuda que describen, como manuales infalibles, la forma de recuperar al ser amado. Sin embargo, existe una contradicción en todo esto: el amor no puede ser dicho ni explicado. El amor es impronunciable. En base doble, de Juan Pablo Bertazza, evita este inconveniente, ya que no propone explicar el amor sino exponer el mundo que los amantes construyen. Desde este punto de partida, plantea una clase de turismo amoroso que recorre –desde la relación de pareja– ese mundo, por momentos afectuoso y por otros autodestructivo, que los amantes construyen a través del tiempo. Y no sólo lo construyen sino que –y quizás esto sea lo más complejo– luego deben saber mantener en permanente y renovado cambio. Este viaje exploratorio se desarrolla en un doble sentido: por un lado externo, hacia la extrañeza de ese otro ser inevitablemente distante que posee sus características propias muchas veces incomprensibles, y por otro interno, que constantemente pone a prueba las inseguridades, la falta de experiencia y la tolerancia construyendo un aprendizaje profundo pero no siempre satisfactorio. Las poesías de este libro recorren este derrotero a través de un pulso delicado que oscila entre un sinnúmero de sentimientos que no pueden –ni deben– llevar ningún orden. Como por ejemplo lo que se vislumbra como el principio del fin: “La última vez que creí en nosotros/ consumimos una noche/en tres lugares distintos” o “mañanas en Giza/ tardes en crucero por el Nilo/pensión completa y desayuno en El Cairo/a cuántos kilómetros estamos/de lo que nos falta/para destrozarnos”. O el humor: “La máquina perfecta es el amor/y un pliegue/y abajo en letra chica/funciona cuando se para”. Y también el sufrimiento: “El peor dolor tiene ganchos/pezuñas, imanes/que atraviesan las paredes”.
En base doble también juega con el concepto de dualidad que de variadas maneras estructura la pareja y que en este libro parece pendular entre el universo femenino de las múltiples facetas (“De todas las caras que me encantan/a la hora que el tiempo se para/hay alguna apenas preferida/ sobre todas las caras/tantas son tus caras que me encantan”) y el masculino, en este caso de entrega e incomprensión: “Entre señales que no tienen sentido/te grito al oído de nuestro abismo/te amo más de lo que sé /te amo más de lo que soy /te amo más de lo que puedo”.
Bertazza escribe utilizando lo que podría denominarse “Impresionismo literario” –que, de remontarnos, encuentra un posible ascendente en Mallarmé–, obteniendo así lo mejor de la poesía: buscar no sólo describir el objeto, sino mostrar el efecto que ese objeto produce. Es por eso que quizá sea este género la mejor forma de aproximarse a los lugares en donde no se accede por la imposibilidad del lenguaje. Siguiendo esta misma línea, Bertazza también publicó Los que no hablan (Alción, 2010), otro libro de poemas en donde jugaba con el concepto de la palabra infancia, que etimológicamente se define como “los que no hablan”. Ese silencio, en donde la poesía toma fuerza para diferenciarse de la prosa –que por el contrario busca decirlo todo– transmite en este nuevo texto un tipo de desesperanza crónica muy bien lograda, que parece indicarnos que dentro de las normas de la constitución del amor –de cualquier amor– también existe un componente de desamor necesario que juega a poner en jaque constantemente la felicidad. Como algún tipo de peligro necesario que garantice a los amantes que la única seguridad es la inconsistencia y el cambio. Desde un lirismo destacable, este libro parece transmitirnos que, de la combinación de la belleza y el riesgo, surge algún tipo de fascinación que podría denominarse como la energía arrolladora que mueve y que también constituye a los amantes: “Siempre queda un colchón a salvo/en plena decadencia del imperio horizontal/es más barato viajar juntos/con tarifa en base doble/aunque se dupliquen los riesgos de destrozos”.
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