Domingo, 19 de enero de 2014 | Hoy
La primera novela de Salvador Biedma, Además, el tiempo, se estructura en torno de promesas cuya realización se diluye. Esas dilaciones, que remiten a cierta inquietud kafkiana, ocurren en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, en una historia rural elegante y eficaz.
Por Juan Pablo Bertazza
No sólo se trata de una ópera prima. La primera novela de Salvador Biedma, ex director junto a Alejandro Larre de la revista Mil Mamuts, tiene, además, el privilegio de inaugurar una promisoria casa editora: la yunta, dedicada a la novela, la poesía y el ensayo.
Además, el tiempo abre también con un ingreso, una llegada: la de Manuel, el protagonista, a un extraño pueblo de la provincia de Buenos Aires llamado Bahía Hermosa y, más precisamente, a la casa de Inchauspe –nombre que parece inspirado en el poeta rosarino–, quien junto a su mujer, Lucía, lo aloja en su hogar. Desde ese puntapié inicial que marca la apertura de la tranquera de entrada, toda la novela se estructura en torno de una serie de promesas cuya realización se difiere o diluye en el mejor de los casos. A Manuel (cuyos libros de mínima tirada milagrosamente fueron leídos en el pueblo) Inchauspe lo hospeda en su hogar a cambio de arreglar una máquina que le habría originado una seria lesión en un dedo pero, a medida que pasan los días, el hombre no sólo no le da ninguna información al respecto, sino que directamente parece evitar el tema. Por otro lado, a Manuel le ofrecen también trabajar en el pequeño diario local, pero tampoco le dan muchas precisiones acerca de qué escribir y, por último, la gran promesa tiene que ver con la expectativa que le generan al escritor los esporádicos roces con Lucía, cuyos sutiles indicios de acercamiento significan otra promesa, quizás la que más lo perturba. A todo esto, una sucesión inexplicable de muertes en el pueblo obliga a Manuel a participar de velorios en los que se siente sapo de otro pozo. Justamente, esa situación que afronta el protagonista provocó que las primeras críticas de este libro encontraran alguna relación con la literatura de Kafka, especialmente con El Castillo. Y más allá de esa semejanza, otro aspecto importante para destacar de Además, el tiempo, es el riesgo que toma a la hora de contar una historia rural con un lenguaje y un registro eficaz. En ese sentido, Además, el tiempo se alinea en una reciente serie de valiosos intentos por parte de la literatura argentina de correrse de los grandes centros urbanos para indagar en ámbitos rurales, como es el caso de algunos relatos de Infierno grande, de Guillermo Martínez, y Opendoor, de Iosi Havilio.
“En la televisión hablaban de chupacabras, de abejas asesinas, de comandos extraterrestres, Manuel tenía para sí que se trataba de una puesta en escena para reírse de los prejuicios y el desconocimiento de la gente de la Capital”, se lee hacia el final de esta novela tremendamente adictiva que se ocupa de crear enigmas en cada diálogo y en la aparición de cada uno de sus personajes (como sucede, por ejemplo, a partir de la exasperante tranquilidad de la pequeña hija de Víctor Inchauspe y Lucía).
Así, Además, el tiempo reflexiona lúcidamente en torno de la siempre vigente oposición entre urbanismo y ruralidad, con una propuesta tan interesante como promisoria: la existencia de un pueblo en que todos se conocen pero, al mismo tiempo, mantienen media vida sumergida bajo el agua, rodeada de misterios que solo pueden revelarse a partir de distintas formas de promesa.
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