Domingo, 2 de febrero de 2014 | Hoy
Era una figura muy popular en la Rusia prerrevolucionaria, leída por los aristócratas y por los obreros. Satírica y moderna, Nadezhda Teffi se exilió en París en 1920. Ahora se publica en castellano una colección de cuentos que muestran los diversos registros de su mirada crítica, siempre con humor, sobre los tics y las costumbres de los más diversos estereotipos sociales.
Por Laura Galarza
“Ahora entiendo por qué se ahorca la gente”, le dice la mujer al marido después de su paseo por el pueblo donde viven, un lugar aburrido lleno de polvo en verano y nieve en invierno. Los relatos de la rusa Nadezhda Teffi muerden en la mano. Como un tesoro oculto al fondo del placard, se publica por primera vez en español este conjunto de relatos de Teffi, seudónimo de Nadezhda Aleksandrova Buchinskaia, nacida en 1872.
Estos relatos fueron publicados entre 1913 y 1918 en la prestigiosa revista humorística Novyi Satirikón, en la cual Nadezhda Teffi fue colaboradora y mano derecha de su editor, Arkady Averchenko. Ambos periodistas formaron durante los primeros años del siglo XX un equipo imbatible, poniendo la lupa en los traspiés de la clase dirigente rusa y una sociedad que no terminaba de ser protagonista aun pasada la Revolución. Teffi venía de colaborar con revistas de izquierda como Novaia Zhiirí y Zvezda y llegó a ser una escritora popular ampliamente leída por pro soviéticos, disidentes y emigrantes. Sus relatos eran tan comentados en fiestas de la alta sociedad como entre el proletariado. En Rusia existieron marcas de perfume y chocolate con su nombre.
“Es una dama con talento”, dice uno de los personajes del relato “Educación política”, “un mosquito no le tocaría la nariz”. Un dicho ruso que equivale a “sabe lo que hace”. Y que bien podría aplicarse a esta mujer nacida en una familia de la alta burguesía de San Petersburgo. Su padre era un reconocido abogado, intelectual al igual que su esposa, que iniciaron a sus hijas en la lectura temprana de Tolstoi y Pushkin. Durante las reuniones familiares, Teffi tocaba la guitarra, componía canciones con letras atrevidas y cargadas de humor. Su hermana María, bajo el seudónimo de Mirra Lokhvitskaya, escribió poesía erótica, llegando a ser popular y reconocida en su país.
Teffi se casó con Vladislav Buchinsky, un abogado y juez polaco con el que tuvieron tres hijos y del que se separó en 1900. Ella lo dejó. En 1920, Teffi se instaló en París y comenzó a publicar sus trabajos en los periódicos rusos. En el exilio publicó varias colecciones de cuentos y poemas, obras de teatro, un volumen de memorias, y su única novela, Una aventura de novela (1932).
Abogados, profesores y periodistas; señoras y criadas; padres y abuelos; campesinos y poderosos. Nadie se salva de la mordacidad de Teffi, que parece no poder dejar de ver y comunicar los dobleces de un mundo decadente. “La carrera de Ecipio Africanus” es un relato de una actualidad apabullante sobre la manipulación de la opinión pública: el reseñista del diario llama a su editor para avisarle que no puede ir al estreno de la obra de teatro La desgracia de ser listo, del cual tiene que salir el comentario al otro día. Es así que Ecipio, ese empleado de la redacción que pasaba inadvertido, se ofrece a reemplazarlo: hará el comentario sin necesidad de ver la obra. El editor acepta y se engolosina: Ecipio se convierte en su protegido y en adelante lo saca de apuros inventando noticias, dichos y desmentidas de los dichos. “Idiotas” es casi un tratado tan imprevisible como genial, en el que se intenta definir lo que es un idiota, y las sociedades idiotas. “La mayoría de los idiotas lee muy poco. Pero hay una variedad en particular que se pasa toda su vida estudiando. Se trata de los idiotas más completos de todos”, señala. También hay varios relatos donde las víctimas son los niños. En “Un amor dichoso”, a una niña le regalan una oveja de peluche que por un tiempo la salva de la indiferencia de sus padres, que viven peleando y en su mundo, la dejan al cuidado de su niñera. La nena por las noches no puede dormir, angustiada y sola. Llama a su “nana”, que se acerca: “¡Shh! A dormir. Las ratas están corriendo por ahí, te arrancarán la nariz”. Un día la nena crece y los padres contratan una institutriz: “¿Eres la niñera? Por favor, ¿podrías llevarte todos esos juguetes y ponerlos en algún lugar que la niña no pueda verlos? Necesitamos tener una actitud racional y apropiada hacia los juguetes, o sufriremos la enfermedad de la fantasía, y todos los peligros que surgen de ellos”. O la madre de “El duende del hogar”, que con el cuerpo doblado sobre la ventanilla del tren se despide de su amante mientras aplasta a su hija. (“¡Mamá! ¡Me estás pisando! Mamá, mamá, mira dónde pisas”).
Teffi vivió 32 años exiliada en París. Nunca dejó de escribir y colaborar en publicaciones dirigidas a la emigración rusa. Murió en 1952 y fue enterrada junto a Iván Bunin, su amigo y Premio Nobel de Literatura en 1933. Si bien ella admiraba a Chejov y Turgeniev, los relatos de Teffi tienen vuelo propio. De un hablar coloquial y vivaz, pero asertivo y despojado, leer a Teffi es como volver a escuchar historias de chicos, simples y profundas a la vez. Nimias y fundamentales. Y la ironía para decir lo que se calla, lo que no se ve de los hombres y mujeres, de toda una sociedad perdida en lo superfluo, mirando hacia un costado.
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