Domingo, 9 de febrero de 2014 | Hoy
La narradora y académica Cynthia Ozick, una de las más notables especialistas en Henry James, se atreve en su sexta y más reciente novela, Cuerpos extraños, a una reescritura de Los embajadores, el clásico jamesiano tardío de 1903. Cambiando sexos y épocas, el libro de Ozick rinde homenaje al maestro y, al mismo tiempo, se toma irrespetuosas y bienvenidas libertades.
Por Rodrigo Fresán
Henry James nunca se va del todo y siempre vuelve. En películas e inevitables series de tv, en óperas y ballets, en casi todo relato moderno de fantasmas, en encomiables y recientes novelas (donde su ambigua figura es recreada con talento por Colm Tóibín y David Lodge o su “aire” respirado con inspiración por Allan Hollinghurst), y en un magistral y flamante ensayo de Michael Gorra donde se aboga con pasión y convencimiento por El retrato de una dama como la indiscutible Gran Novela Americana.
Pero posiblemente ninguna firma contemporánea haya rendido más y mejor culto a “El Maestro” que la norteamericana Cynthia Ozick (Nueva York, 1928). Ozick le dedicó su tesis de magisterio; debutó en la ficción con ese triunfal fracaso que fue la muy jamesiana novela Trust (1966), firmó numerosos ensayos sobre el narrador más talentoso jamás exportado por los Estados Unidos (llegando a declarar, con gracia, que “odio a Henry James. Desearía que estuviese muerto”), regresó a Lamb House con Dictation (2008) para narrar los últimos tiempos de un James acostumbrándose por cuestiones de salud a dictar lo suyo, y ahora sube la apuesta y gana con esta Cuerpos extraños (Lumen).
Porque en su sexta novela Ozick se toma el atrevimiento de invertir la sexualidad y revelar un “negativo fotográfico” de Los embajadores (1903), esa joya del James tardío y, por propia admisión, la más lograda y favorita entre todas las suyas. Y no es la primera vez que Ozick puso en práctica estos juegos literarios (en El mesías de Estocolmo, de 1987, ya se dio y nos dio el lujo de “encontrar” la novela perdida de Bruno Schultz).
Recuerden: allí va y aquí viene el reprimido y viudo “embajador” Lambert Strether aceptando el encargo de partir desde la puritana Massachusetts a la lujuriosa París en rescate de un joven que, se supone, anda entre malas compañías. Después, casi enseguida, Strether transfigurado por el siempre juvenil y vigoroso Viejo Mundo y aquel consejo de “Vive todo lo que puedas”. Es una trama instantáneamente clásica y maleable, al punto que Patricia Highsmith la criminalizó –y de ahí que Ozick, traviesa, mencione aquí a un asesino en serie– para su El talento de Mr. Ripley.
Pero las intenciones de Ozick son otras: rendir culto fervoroso a la vez que cometer algún pecado por amor a quien siempre entendió como a su creador como escritora. En Cuerpos extraños, Ozick avanza la acción hasta 1952. Strether ha mutado en la divorciada profesora de secundaria Beatrice “Bea” Nightingale, nacida –nada es casual– en 1903, año de publicación de Los embajadores. El joven a rescatar ya no es el hijo de una amiga llamado Chad, sino que es un sobrino de nombre Julian: hijo de su monstruoso hermano Marvin y seducido por la bohemia existencialista e inesperadamente casado con una iluminadora pero sombría mujer mayor. Y, como en buena parte de Ozick, la condición judía y las réplicas y ondas expansivas del Holocausto se dejan oír y sentir. París, por supuesto, sigue siendo París. Y esta ciudad –hay cameos de George Plimpton, James Baldwin y del vanguardista Alfred Chester– actúa como una suerte de detonador/disparador. Algo que –a diferencia de lo que ocurre con el contemplativo y ya resignado a su crepúsculo Strether– lanza a Bea en numerosas direcciones. De regreso a Estados Unidos y a la Costa Oeste (donde su ex marido con alguna vez sueños de gran músico se enriquece componiendo bandas sonoras para películas) y a su propio pasado y la necesidad de Bea de descubrirle algún sentido que la justifique y la redima.
Y un gran guiño para connoiseurs: el misterioso y pequeño objeto que James nunca nombra en Los embajadores (y que sus estudiosos han identificado, luego de largas investigaciones/opciones, como un palillo para dientes), aquí son partes de plástico para aeromodelismo.
Cynthia Ozick cerró su último libro de no-ficción –The Din in the Head, 2006– con un imaginario diálogo entre ella y Henry James. Una conversación en la que El Maestro la trata con condescendencia y la invita a retirarse luego de “este intercambio que no ha dado frutos”, casi cerrándole la puerta en la cara a Ozick con un “¡Madame, usted y yo no estamos ni jamás estaremos en la misma página!”.
Cuerpos extraños es, entonces, esa lección –la lección al maestro y no “La lección del maestro”– a impartir y recibir. Lección sobre aquello de que, en ocasiones, los maestros no saben ni aprenden a calificar con propiedad a sus mejores y más ingeniosos y traviesos alumnos.
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