Dom 02.03.2014
libros

IMAGINANDO UNA CIENCIA

Roque Larraquy lleva al máximo, en Informe sobre ectoplasma animal, el territorio insinuado en libros anteriores: el cruce entre ciencia y literatura. Y lo hace con las ilustraciones de Diego Ontivero, que acompañan y profundizan el clima críptico y ominoso del texto.

› Por Damián Huergo

Como aquellos hermanos que comparten un origen pero parecen provenir de familias opuestas, la ciencia y la literatura revelan sus semejanzas cuanto –en lo formal– más se distancian una de la otra. Ambas tienen en común la búsqueda de una cosmovisión, el afán de darle sentido al caos de la experiencia, el anclaje histórico-político y, sobre todo, la necesidad de apoyar su saber específico en el convencimiento y la creencia, es decir, en un acto de fe. El escritor y guionista Roque Larraquy hizo de este cruce entre ciencia y literatura, su territorio. Una especie de laboratorio íntimo y social donde pone en tensión la inventiva, las verdades científicas y la fraternidad de lenguajes –a priori– distantes.

La primera novela de Larraquy, La comemadre, funcionó como un híbrido entre ciencia, literatura y anatomy art. Al momento de su publicación, provocó aplausos de la crítica y fue tildada de experimental, por lecturas anacrónicas que buscan la vanguardia en lo “raro”. A la vez, en retrospectiva, generó cierta curiosidad por el posterior trabajo de un autor que –en tiempos de exhibición compulsiva– era difícil de rastrear. La reciente aparición de Informe sobre ectoplasma animal viene a saciar tal expectativa. Y, en particular, a revalidar la paciencia, la creatividad y la artesanía como virtudes necesarias para la construcción de un proyecto literario.

Informe sobre ectoplasma animal está presentado como un libro-objeto que coquetea con ser adjetivado de inclasificable. Estructurado en textos breves –que remiten a posteos en un ya inexistente fotolog–, narra en un tono informativo la invención de una seudociencia imaginaria, la ectografía animal, que se desarrolló y frustró a principios del siglo veinte. La mayoría de los textos están acompañados por ilustraciones –con ínfulas geométricas y cinéticas– de Diego Ontivero. No funcionan como complemento del texto ni están al servicio de simplificar la interpretación. Por el contrario, contribuyen a enrarecer el clima críptico y novedoso del libro.

La ectografía nació atropelladamente por medio del engaño y el azar. Su objetivo es la reproducción visual de espectros animales y ectoplasmas. Según su fundador, Severo Solpe, se encarga de captar mediante una fotografía “un tipo de residuo matérico inscripto en éter que el animal deja de sí cuando muere”. En otras palabras, crea imágenes que develan la convivencia del pasado y el futuro en el aquí y ahora. En contraposición a la idea clínica de que somos cuerpos vivos que vamos muriendo a lo largo de nuestra existencia, la ectografía se encarga de localizar la muerte que continúa viviendo. Como sucede en el apartado “Viñedo”, donde un perro etérico se mimetiza con el pie de un discípulo de Solpe: muerte y vida en un mismo paso.

Los textos tienen un orden cronológico alterado, subsumido a la presentación de la ectografía y a la posterior belleza de su fracaso. Larraquy elabora un artefacto narrativo que permite acercarnos a la disciplina, partiendo de casos particulares (por ejemplo, la aparición del espectro de un mono en un campanario o la de un pato espectral en los mingitorios de la Richmond), hasta llegar al discurso científico que lo avala con un método y sus respectivos conceptos teóricos.

Informe sobre ectoplasma animal. Roque Larraquy- Diego Ontivero Eterna Cadencia 82 páginas

Es interesante el trabajo de Larraquy para vincular la imposición de paradigmas científicos con la rosca política que hace posible su trascendencia. Informe sobre ectoplasma animal está ubicada históricamente en los días previos y sucesivos al golpe de Estado de 1930. Solpe, para lograr la puesta en práctica de la seudociencia (que asegura más necesaria que el psicoanálisis), recurre a una serie de cartas dirigidas a un senador de la Liga Republicana. De un modo imperceptible, Larraquy ata la extinción de la ectografía con el derrumbe de un país. Marca el límite de la expansión del positivismo, la caída de dirigentes místico-conservadores y, con una sonrisa triste, señala la épica derrota del científico que soñaba captar muerte y vida habitando la misma materia.

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