En los dominios de la formidable Biblioteca Furt, en la estancia Los Talas, de Luján, se encuentra el Archivo Alberdi. A partir de su enorme fondo documental de borradores se ha originado el estudio genético de sus obras. Fruto de ese trabajo es la edición crítico-genética de Peregrinación de Luz del Día, de 1874, donde Alberdi no hizo más que continuar su perpetua polémica con Sarmiento, presentado en esta obra como un Tartufo portador de la mentira frente al viaje de la Verdad a América. La edición especial revela las vacilaciones y constantes en la obra de un Alberdi que se sabía destinado a una lectura crítica e implacable en la Argentina.
› Por Mariano Dorr
En la estancia Los Talas (Luján, provincia de Buenos Aires) se encuentra la impresionante Biblioteca Furt. Entre los 40.000 ejemplares que allí se conservan –incluidos algunos códices medievales del siglo XIII, entre otras piezas de valor incalculable– se destaca el Archivo Alberdi: 119 libretas y hojas sueltas con apuntes, borradores y originales, más 7190 cartas cuyo destinatario fue Alberdi. Se trata de un enorme fondo documental que comienza a ser estudiado en cada uno de sus detalles. A partir del análisis de los borradores “se están preparando ediciones genéticas y ediciones crítico-genéticas anotadas”, explica Elida Lois, autora del estudio preliminar y directora de esta edición crítico- genética de Peregrinación de Luz del Día, de Juan Bautista Alberdi. ¿En qué consiste la edición crítico-genética? Junto al texto, editado en 1874, se presentan las anotaciones y tachaduras del autor, permitiendo que el lector pueda introducirse en el “taller de escritura” de la obra. Pruebas, rectificaciones, vacilaciones y supresiones (tomadas de los manuscritos) aparecen explicitadas al margen del texto editado. El lector se enfrenta al proceso de génesis escritural, al trabajo fino del escritor. Cada borrón, cada equivocación (como escribir “cosa” en lugar de “casi”). El resultado no es sólo la obra acabada sino la exhibición de cada uno de los procedimientos que la edificaron.
Una de las vacilaciones de Alberdi fue precisamente sobre el destino de sus manuscritos. En julio de 1869, en la novena cláusula de un testamento, escribió: “Ruego a mi Albacea que todos mis papeles que no sean meramente documentales se destruyan y quemen absolutamente, a su vista si fuese posible, sin permitir la publicación de ningún autógrafo o manuscrito inédito mío, porque nada dejo escrito para ver la luz después de mis días”. Cinco años más tarde, cambiaba de opinión: “La historia y la prueba de mi vida pasada lejos de mi país están consignadas en mis escritos publicados y en mis escritos inéditos, que un día conocerá mi país”. Más adelante retomó la idea de destruirlo todo, para luego volver a dejar abierta la posibilidad de publicar sus inéditos.
¿Por qué tantas idas y venidas? Alberdi sabía que su producción literaria no era un mero esteticismo; al contrario, su impronta fue siempre la más severa crítica acerca de los procesos y protagonistas de la política argentina. La prosa del autor de las Bases era esperada en “El Plata” con tanto entusiasmo y fervor como odio. En este sentido, la edición crítico- genética pone de manifiesto los distintos ensayos de escritura de un autor que es consciente de que será leído en un contexto de abierta hostilidad.
En algunos casos, la elección de una palabra equivale a la instalación de una pieza de relojería. Esto puede observarse en la búsqueda del título mismo de la obra. Elida Lois consigna una lista de “Títulos perdidos”: Tartufo en América, Tartufo y la Verdad, Emigración de la Verdad en Sud América, Emigración de las almas, Otro Mundo en este Mundo, Dos muertos y un solo hombre, La Europa de ayer en la América de hoy, De tal Europa tal América, Peregrinación de la Verdad en América. A los títulos perdidos, Lois (en realidad, Alberdi) agrega una lista –aún más extensa– de “Títulos en proyecto”: La transmigración de los Mundos, La emigración de los Mundos, La emigración de las almas, La resurrección de la difunta Europa en la viviente América, El otro mundo de la vieja Europa (con anotaciones al margen, es decir, reescrituras: El otro mundo de la Europa muerta y El otro mundo de la vieja Europa muerta, donde “muerta” se encuentra tachada), Metempsicosis de la vieja Europa en la moderna América, La resurrección de los Mundos, La Europa en el otro mundo, La otra vida de la Europa muerta, La vieja Europa en la moderna América, Europa en América, La segunda vida de un mundo muerto, La filiación de los Mundos, Los emigrados de un mundo al otro, La vida futura de la Europa pasada.
Al mismo tiempo, hay un título que acompaña todo el proceso de textualización registrado en las libretas: La Gata Parda o La metamorfosis de la vieja Europa en la moderna América. En un momento, Alberdi sustituye “metamorfosis” por “metempsicosis”, hasta que finalmente publica el texto como Peregrinación de Luz del Día o Viaje y aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo. La escritura es siempre reescritura. La función de la edición crítico-genética es precisamente mostrar ese rodeo, esa búsqueda propia de toda reelaboración de lo escrito: “una edición genética se postula como la transcripción de ese proceso significativo fracturado y multidimensional que rompe con la ilusión de linealidad a la que nos tiene acostumbrados la letra impresa”, señala Elida Lois en la Presentación.
La inmigración es uno de los tópicos del programa alberdiano; el progreso, el desarrollo de la cultura y la organización política de la Argentina llegaría con el trasplante de las costumbres del buen extranjero (especialmente, el sajón, hombre de trabajo). Al mismo tiempo, el propio Alberdi se vio obligado a vivir –entre exilios y misiones diplomáticas, dependiendo de los distintos acontecimientos políticos– durante 44 años fuera del país. Sarmiento, en la “Dedicatoria” de su Campaña en el Ejército Grande, se refiere a Alberdi como “el primer desertor argentino”, recordándole su huida a Europa durante el sitio de Montevideo, en 1843. Las ofensas del sanjuanino dieron lugar a una extensa polémica epistolar: Las ciento y una, de Sarmiento, y las Cartas quillotanas, de Alberdi, constituyen un testimonio de la más brillante producción literaria local. Oscar Terán señala en su Historia de las ideas en la Argentina que fue Leopoldo Lugones quien observó que estas dos grandes voces político-intelectuales del siglo XIX habían nacido para no comprenderse. Terán agrega que la escritura corporal de Sarmiento se contrapone al razonamiento delicado “aunque no menos violento” de Alberdi, escenificando la extraña lucha entre un oso y un esgrimista.
Desde el punto de vista de Alberdi, Sarmiento es un escritor formado en la prensa combativa que ejerció desde el exilio contra la tiranía de Rosas. Una vez caído el tirano, en lugar de pacificar su espíritu, “el soldado de la prensa” sigue haciendo lo único que sabe hacer, la guerra: “En sus manos la pluma fue una espada, no una antorcha. La luz de su pluma era la luz del acero que brilla desnudo en la batalla. Las doctrinas eran armas, instrumentos, medios de combate, no fines. No le hago de esto un reproche: establezco un hecho que cede en honor suyo, y que hoy explica otros hechos. Comercio, inmigración, instrucción, navegación de los ríos, abolición de las aduanas, sólo eran proyectiles de combate en sus manos; cosas que debían presentarle un interés secundario después del triunfo sobre el enemigo de ese comercio, de esa navegación de los ríos, de esa inmigración de la Europa que Ud. defendía porque el otro atacaba”, le escribe Alberdi en la primera de sus Cartas quillotanas, de enero de 1853. Veinte años más tarde, desde el exilio posterior a la batalla de Pavón, acusado de “traición a la patria” por su rechazo tajante frente a la Guerra de la Triple Alianza, Alberdi prepara la publicación de Peregrinación de Luz del Día: “Es casi una historia por lo verosímil, es casi un libro de filosofía moral por lo conceptuoso, es casi un libro de política y de mundo por sus máximas y observaciones. Pero seguramente no es más que un cuento fantástico, aunque menos fantástico que los de Hoffmann”, escribe Alberdi en el primer parágrafo de la Parte Primera.
La Verdad viaja a América vestida de mujer, cambiando su nombre por el de Luz del Día, para pasar inadvertida. Llega a un país sudamericano y es amarga su sorpresa cuando encuentra a Tartufo, la personificación de la Mentira (de quien intentaba alejarse cuando partió de la vieja Europa) entre los hombres más encumbrados de la administración pública. Tartufo es nada menos que el encargado de la educación popular: “Sarmiento-Tartufo”, escribe Elida Lois. Las acusaciones de Alberdi contra Sarmiento en la polémica epistolar se ajustan al carácter de Tartufo punto por punto. En las Palabras preliminares, Natalio R. Botana menciona el estado de corrupción de la forma republicana de gobierno con que se encuentra la Verdad de Alberdi: el Plata no es más que “el depósito de unas costumbres ancladas en el entusiasmo de la prensa facciosa, en la pasión militar, en el cinismo” sin límites, hasta llegar al robo y al asesinato. En esas condiciones, tras largas décadas de guerra civil –escenario ideal para el accionar de un Tartufo– la vida pública “no era más que el rutinario desenvolvimiento de la mentira”, escribe Botana.
En 1869, durante la presidencia de Sarmiento, Alberdi proyecta su regreso al Plata pero desiste nuevamente. Elida Lois cita un fragmento de una carta escrita por Alberdi ese mismo año a Gregorio Benites: “La Nación critica a Sarmiento por haber dicho, según ella, al hablarse de mi llegada rumoreada a Buenos Aires, que me haría fusilar por traidor. No sé si lo ha dicho, pero muy capaz sería de hacerlo, si pudiese, pues hace diez años que trató de hacerme matar en Chile, no por traidor, sino porque critiqué sus libros. Así respeta la libertad de examen ese liberal”. Estos rasgos de exaltada pasión asesina supo resumirlos Alberdi cuando se refirió a Sarmiento como “Facundo II”.
El viaje de regreso que no hace Alberdi es la partida al exilio de su alter ego, Luz del Día, voz de la verdad. El encuentro con Tartufo es tanto un desenmascaramiento y una burla como un amargo lamento; puesto en evidencia como amo de la Mentira, Tartufo, sin embargo, no deja de ejercer su poder. Duerme hasta tarde, es holgazán; cuando se decide a recibir su visita coloca “su pistola debajo de la almohada”. En lugar de sotana, viste una “blusa garibaldina”, el uniforme “del sacerdote armado de la libertad republicana”, dice, asumiendo el disfraz: “La libertad, el progreso, la educación, la civilización, como yo los tomo y practico, son mi fusil de aguja, mi cañón de acero, mi Chassepot, mis balas explosivas”. Tartufo se presenta casi en los mismos términos que usara Alberdi para referirse a Sarmiento veinte años atrás en las Cartas quillotanas.
Abanderado y responsable de la educación popular, no duda en confesarle sus verdaderos propósitos a Luz del Día; de todas maneras, ¿qué peligro puede haber en decir la verdad a la Verdad? La escuela, el colegio y los niños no son otra cosa que el más eficaz sistema de espionaje: el niño “es un espejo en que el observador sagaz ve hasta los secretos más insondables de una casa. Todo está en saberlo colocar e interrogar. Su testimonio es veraz y exacto como el de un espejo, porque tiene toda la inocencia del espejo, a cuya refracción no se escapan ni los defectos físicos de su madre y de sus hermanos. Es un suplente del confesionario”, dice Tartufo. Un poco más adelante, agrega: “Uno puede atraer y tener entre sus manos al niño en nombre de un santo objeto: la educación, la instrucción (...). Yo me ocupo de hablar y de escribir de educación, pero no de educar yo mismo; de enseñar a educar sin educar. De dirigir, de administrar, de gobernar la educación; pero no de darla, porque esto es oficio humilde, subalterno, y sobre todo, para darla es preciso haberla recibido. En una palabra: yo predico y hago sermones y conferencias sobre la educación, y esto me basta para ganar la confianza de los padres de familia y pasar por amigo del progreso, que es todo lo que yo quiero”.
Tartufo no es la única sorpresa que encuentra Luz del Día en su viaje al nuevo mundo. También están Basilio, Gil Blas, Loyola, el Cid, Pelayo, Fígaro, Don Quijote y Sancho. A pesar del oscuro panorama, la Verdad es invitada a dar una conferencia sobre el camino a seguir para la organización política en los países de Sudamérica. El diagnóstico alberdiano y su programa (ya presentes en las Bases) se repite una vez más. Como respuesta no consigue más que bufidos, injurias, bostezos y finalmente roquidos.
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