Dom 13.04.2014
libros

INTIMIDADES AL MARGEN

Poeta y narrador, los cuentos de Carlos Hugo Aparicio retratan sin golpes bajos y con sutilezas del lenguaje, la vida de los humildes del noroeste argentino.

› Por Sebastián Basualdo

Carlos Hugo Aparicio nació en La Quiaca, Jujuy, en 1935, y desde muy joven reside en la ciudad de Salta donde ha escrito y publicado una considerable obra poética que se inicia con Pedro Orillas (1968) y culmina por el momento con Romance de bar (2010). Libros traducidos al francés, como su novela Trenes del sur (1988), poemas musicalizados por Dino Saluzzi y cuentos llevados a la pantalla grande por el cineasta Alejandro Arroz (la película Luz de invierno fue estrenada en 2007 y actualmente el director trabaja en una serie de ocho capítulos titulada Historias de la orilla, basada en cuentos de Aparicio) lograron que su nombre trascendiera los límites regionales haciendo justamente lo que alguna vez recomendara Tolstoi, sobre aquello de pintar tu aldea. La mayoría de los diez cuentos que integran Sombras del fondo abordan la problemática cultural y económica de la clase social más desposeída del noroeste argentino. Con un despliegue de técnica narrativa realmente notable, asimilando la tradición del realismo norteamericano y sus felices consecuencias en la literatura latinoamericana con Rulfo a la cabeza, Carlos Hugo Aparicio construye pequeñas piezas con la precisión de una maquinaria de relojería, ya sea haciendo fundamental hincapié en la importancia de la historia subterránea o del iceberg, como le gustaba decir a Hemingway, o simplemente elaborando climas opresivos donde el desenlace surge de entre líneas mientras la ambigüedad o silencio pone al lector en situación de reconstruir la historia. Vendedores ambulantes, albañiles y lustrabotas, changarines, familias muy humildes incapaces de resolver problemas cotidianos, madres abnegadas y fuertes, chicos con su niñez postergada por el hambre o el maltrato pero que, pese a todo, encuentran siempre un motivo para justificar a los que quieren, son algunos de los personajes que pueblan estos cuentos. “Las chicas abrazadas entre sí, suspirando por las muñecas que pidieron, rezando de rodillas sobre la tierra dura del piso. Yo me conformo con la locomotora y sus diez vagones. Madrugamos. Vamos a medio vestir, corriendo, y nos largamos a llorar todos juntos al encontrar las zapatillas solas, descoloridas tal cual las dejamos. Nos aparece por detrás, con el cinto de cuero en la mano, mientras con la otra se sostiene los pantalones con la bragueta sin abotonar. Somos una manga de infelices, desagradecidos, desobedientes de mierda, apenas las rebusca para matarnos el hambre y tenemos todavía la desfachatez de exigir lujos”, dice el narrador en el cuento “Puerta con tranca”, donde plasma la incredulidad de la niñez frente al universo del adulto acorralado por el pensamiento autoritario y la impotencia. En algunos cuentos de Sombras del fondo lo importante estriba en lo más determinante de un instante como quien lo captura por medio de una fotografía, así sucede en el cuento breve que lleva por título el libro, donde la desesperación de una mujer por querer escapar de la violencia doméstica se convierte en una espantosa sensación de soledad interna, o como en el caso de “Agua de zanja”, donde se narra el adve-nimiento de una inundación que terminará llevándose las pocas cosas que tiene una familia humilde.

Lo más interesante de los cuentos de Carlos Hugo Aparicio es la intimidad que logra con el lector a partir de un elaborado trabajo de estilo donde los modismos y giros propios del habla del noroeste no están en función de reproducir estereotipos sino en poner de manifiesto la relación que existe entre lenguaje y pensamiento, o dicho de otra manera: la falta de educación. Si hay hombres brutales es porque han sido embrutecidos en el interior de una pobreza estructural que no pueden romper y acaso aceptan con toda la fuerza de ese suicidio cotidiano que es la resignación. Sombras del fondo no busca el retrato conmovedor ni mucho menos efectos moralizantes, la mirada ideológica la vuelca el lector cuando, pasando de una historia a otra, advierte la cantidad de aristas que puede llegar a tener la palabra violencia cuando nace de lo más hondo de la pobreza y la falta total de oportunidades.

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